Allí arriba, como en una corona verde, la naturaleza enmudece. Sobre un profundo valle, Aimar Olaizola repasa los momentos que le han traído hasta ahí. Rodea su cuerpo un marco de incomparable calidad: bosques, montañas -el río Urumea se sitúa más abajo, en Goizueta- y mucha vida. La humedad se palpa, carga el ambiente, aún siendo una mañana poco calurosa. Pero junio se palpa en la atmósfera, recorren en el aire vientos de agua en la localidad más húmeda de la península. Allí arriba, en una de las montañas que abrigan el pueblo, los castaños y los robles rivalizan en belleza, mientras sus hojas silban las cuestiones del tiempo. Sus troncos son anchos como ruedas de camión, las hojas, verdes, muy muy verdes, y el resto, silencio sepulcral, asesinado a conciencia por los cantos de los pájaros y los movimientos del follaje. Riguroso verano se espera. Aimar se relaja en un banco tras un ascenso fugaz en su Land Rover. Son apenas quince minutos de subida andando, pero al delantero le gusta conducir. Se siente cómodo. Analiza con el plúmbeo eco del firmamento sobre su cabeza que "no le doy muchas vueltas a todo lo que he pasado hasta ahora. Lo del brazo y eso", porque Aimar firmaría "jugar el mismo partido contra Martínez de Irujo que contra Bengoetxea VI". Porque en ese punto encontró su juego. 22-5 a un Oinatz que apuntaba alto. "El día de Julen Retegi no estaba normal y se me vio. Tenía miedo de soltarle", desvela Aimar, quien explica que estuvo hasta el pasado jueves sin tocar pelota: "De todas formas he jugado con más dolores, peor, y en el mundo del deporte es algo normal. Pero había algo que molestaba en mi cabeza".

Un reflejo. Era un reflejo. Aimar repasa todo su historial y encuentra un borrón muy negro, más incluso que su última lesión en la rodilla. Fue en 2003. Llegó a la final del Manomanista junto a Patxi Ruiz, suspendió la final sine die un mes, llegó y sufrió lo indecible en el brazo derecho. Perdió dolorosamente. 22-7. Allí, en una colina fugaz, de color verde intenso, Olaizola II recuerda que es un espejo. "Me dijeron los médicos que esta lesión puede ser un reflejo de aquella", determina el de Goizueta. Por aquel entonces, Aimar llegó tocado a la final de la diestra, tras una lesión que venía de principios de junio, recayó en semifinales y en el primer saque de la batalla por la txapela. Fueron cinco meses de parón obligado y la pérdida del cetro en favor del zaguero de Lizarra. "Después de lo de la rodilla no había notado molestias. Salió todo perfecto, pero con esta lesión el problema estuvo en la confianza", relata Aimar, quien afirma que "desde que reaparecí todo me ha salido bien, pero igual me viene una temporada mala". Y repasa: "quizás se dijo que desde entonces no volvería a ser el mismo, pero no ha sido así".

Relata el delantero en Goizueta que todo empezó después de jugar en el Beotibar de Tolosa un encuentro frente a Oinatz Bengoetxea, que el viernes siguiente jugaba Asier contra Aritz Lasa en octavos del mano a mano Santo Domingo de La Calzada y "antes del enfrentamiento, entrené y me encontré con molestias. En tres días fui a entrenar y no podía ni tocar la pelota". "Me hicieron una resonancia, vi que era un edema en un sitio parecido al de los problemas de 2003 y me vino rápidamente a la cabeza". Entonces asiente Olaizola y calla.

Frugal el paisaje, Goizueta es un paraje ensordecedor para la vista. Un universo de claroscuros de verde, salpicado por unos bosques espesos y una fauna invisible. Explotan los olores al bajar la humedad, porque se estrellan con el suelo. Todo es verde. Los ojos de Olaizola II, también. Aunque tirando a ocres. Juan Martínez de Irujo será su contrincante en el duelo del domingo en el frontón Bizkaia y espeta el navarro que "los últimos años hemos venido coincidiendo, lo que implica que estamos ahí arriba. Según contra quién juegues surge algo, pero nosotros no lo afrontamos de manera diferente. Para mí, lo importante es jugar, porque estamos acostumbrados ya a hacerlo entre nosotros". El menor de los Olaizola es consciente de que otro choque en tamaña cita, con la txapela del Manomanista pendiendo del firmamento del Bizkaia como una espada de Damócles, levanta pasiones y mucha expectación. Tanto que todo el papel desapareció en unas pocas horas. Aimar lo ve desde la lejanía, entre el eco quejumbroso del viento y la tranquilidad de las mañanas húmedas. Goizueta, los martes, tiene mercado y se anima. Entonces, en el viejo frontón descubierto, unos lugareños se juntan con sus perros. Esgrime el delantero que "puede ser por algo que estemos siempre como rivales. Coincidimos muchas veces y eso es bueno para los dos y vernos en el vestuario antes de jugar implica que nos entendemos. No obstante, la pelota será uno de los pocos deportes en los que te cambias y te mezclas con el rival antes; después, sales de blanco y Juan es mi contrario". Habitualmente, cinco minutos después. E Irujo empieza a revolucionarse. Porque esos cinco minutos de eternidad le atenazan.

"Martínez de Irujo es un pelotari que en el mano a mano es completísimo", remata Olaizola II, quien declara que "juega muy largo y muy agresivo; aunque yo busque la pelota atrás, con el poder que tiene puede dar la vuelta de un pelotazo. Pasa de defender a dominar de un solo pelotazo". Y Aimar pasa la pelota a su tejado: "Normalmente, en el mano a mano él es el favorito. Él es el que tiene cuatro txapelas. De todas formas, cada uno tiene su modalidad. Yo me encuentro más cómodo en el Cuatro y Medio".

En el retrovisor aparece, entonces, la final perdida el curso pasado, en la redención de Xala en un éxtasis de encuentro. "Me dio pena, porque hice un buen campeonato. Yves jugó bien y me dio la vuelta, demostrando que es un grandísimo pelotari. Pero si me pesaran las finales perdidas, andaría mal", mantiene el goizuetarra.

profesional "Siempre soñé con ser profesional", desvela Aimar. A su espalda, entre el verde, rompe la armonía una central telefónica. Es un intruso en el paraíso. Sigue reflexionando ajeno a lo que ocurre a su alrededor. "En mi caso ser pelotari es algo que quise ser desde pequeño. Quita mucho, pero también nos da mucho", afirma el manista navarro, quien explica que "yo debuté con Aspe con 18 años. En esa época estaban Salaberri, Iribarren... También me hizo Salva Bergara comentarios, pero mi hermano estaba con Aspe y me quedé allí. Con 18 años lo coges encantado, no piensas en dinero, pero es que lo de antes era diferente. ¡Fíjese! Yo debuté en el 98 y se jugaban 70 u 80 partidos por temporada. Pero ya no. Es la crisis que nos ha afectado a todos. La pelota también lo nota y nos extraña que a según qué partido apenas va gente". Lo relata tranquilo Aimar, con la conciencia de que en unos días llega la vorágine de un partido de tamaño inconmensurable. Y se recuesta en la colina. Mira Goizueta, que está solamente a cinco minutos en su Land Rover.