Vitoria. Sus manos, encalladas por maltratar el cuero, recorren cada imagen, la palpan, las mira. "Las demás finales ya están pasadas y la que toca jugar es esta. Hay que jugarla y tengo muchas ganas de hacerlo", relata Juan Martínez de Irujo (Ibero, 4-XI-1981), uno de los baluartes de la pelota a mano profesional, llenafrontones y lugar común en las finales, en las individuales y el las de parejas. Sus ojos centellean en la cancha, porque cada pelota es una roca a maltratar, cada rival una atalaya por tumbar y cada meta un objetivo alcanzable. Las manos hablan. Pero en la oscuridad del vestuario, donde no canta la pelota, las palabras emergen con olor a esparadrapo y es también el hornillo el que recita, dando calidez a las frases y a las manos. Junio calienta, pero no tanto. Los recuerdos de Irujo fluyen, entonces. Pero no como un río, sino como un géiser. Porque de su efervescencia, de su carácter, se desprende una cercanía y velocidad enorme. Dentro, en el Bizkaia, con el leitzarra Abel Barriola custodiando la mesa donde se ponen los tacos, a su derecha, Juan está cómodo. Tranquilo. Labrando cada dedo, su palma, con afanosidad. Y mira cada fotografía, secuestradora de instantes, y todo es más fácil.
"Casi no recuerdo cómo fue", analiza sincero el de Ibero, quien explica que "la primera, la de 2004 contra Xala fue una final en la que estuve muy nervioso durante todo el partido. Cuando había acabado ya no me acordaba de cómo había sido. Lo importante es que gané. Sé que hice una segunda parte un poco mejor, le di más a bote, estuve más tranquilo y pude ganar. Del resultado no me acuerdo, pero sé que le gané también en la liguilla en Gernika". Juan lo olvidó, pero en la mesa, entre el esparadrapo está una imagen de su primer gran momento: Un 22-12 a Xala inapelable en el Atano III. "¡Yo me veo muy cambiado! Con la txapela puesta a mí no se me ve el pelo, pero Xala sí que tenía entonces más (risas). Yo estaré parecido...", desvela, riendo, el manista de Ibero. Y prosigue. Relajado. "Fue un campeonato raro. Había jugado la final del Parejas y a la semana siguiente tenía que entrar. Etxaniz y mi padre me decían que no jugara el campeonato, que ya valía con el de Parejas y yo dije: Juego y si voy pasando rondas bien, sino para casa. El primero fue contra Agirre en Barakaldo y estaba yo con una gripe tremenda y creo que gané 22-18". Son retales de una vida. De una vida Manomanista, en un idilio casi permanente. " Ya había jugado la final del Parejas y, aunque la perdimos, para mí ya era la leche aquello. Después, colarme en la final del mano a mano fue increíble", continúa. Fija entonces la mirada en la celebración: "El pañuelo lo hace Cruz, el padre del Lagarto. Él los hace y me los pone. No sé más".
Colorado por la victoria. En suelo, yace Juan. Es una fotografía de 2005. Aimar le venció en Donostia. 22-18. Señala Irujo su mano derecha en esa situación. "Fíjese". El dedo meñique late rojísimo. Escarlata bajo los tacos. Y está enorme. "Tengo el dedo muy hinchado. Jugué todo el campeonato con el dedo roto y me acuerdo que pedí que se podía aplazar en cuartos y me dijeron que imposible. Era una final que tenía que haber ganado. Iba ganando 15-6, Aimar empezó a jugar y se me fue el encuentro. Así es el mano a mano, no te puedes descuidar", sostiene Martínez de Irujo, que explica que "Cara de tonto se le queda a uno en una situación como esta. Al final, vas 15-6 ganando y quedar 22-17, mira que parcial me metió". Aimar Olaizola le contempla, en la siguiente estación, en lo alto del podio: "Eso puede pasar contra Aimar y contra muchos, que te pueden dar la vuelta si no estás fino". "Pero... ¡Estas fotos me gustan menos! Me gustan más cuando gano", explica, divertido, porque el análisis no es pesimista. Solo se trata de una oportunidad perdida. Después llegaron otras tres más y no se le escaparon. "Hay que saber ganar y saber perder. He llegado a finales, he perdido y no se va la vida en ello", afirma Juan.
Amarilleando, la gloria subió como la espuma de las olas poco más tarde. En 2006. Llegó el Parejas, el Manomanista y, después, el Cuatro y Medio. No era algo pasajero. "Aquí me quité la espina de 2005. Ese año venía con mucha moral y había ganado con Fernando Goñi el Parejas, después gané el Cuatro y Medio navarro, que me vino de moral para el Cuatro y Medio". Señala Juan entre los píxeles su grito de rabia con poco más de 24 años. "Eres joven y te pilla de sopetón", define. "Lo asimilas sabiendo que en cualquier momento pueden llegar las derrotas, siempre con los pies en el suelo. Cuando estás en esa situación lo que quieres es aprovecharla a tope y vivir el momento, porque pocas así se viven", sostiene el de Ibero. Su rostro, contraído por el esfuerzo en las fotografías, contrastan con una vista noble y más cerebral. La visceralidad habita en la cancha. "En esta es la última en la que salgo con pendientes", ríe, y explica que la razón por la que se los quitó es sencilla, que de vacaciones se le perdió uno y que "me quité el otro. No hay más historia. ¡Igual me los tengo que poner si quiero ganar!". Sigue en su labor. Enraízan sus manos con las mesas, las imágenes y los tacos. Todo a la vez. Juan fija la vista en otro momento, en otro día. Como loco se echa las manos en la cabeza en la imagen. Exceso de tensión. "Cuando se acaba el partido se te va la presión sola. Te relajas y es como si perdieras diez kilos de golpe. Piensas: He hecho las cosas bien y aquí está el premio", desvela.
tercera a Aimar y Xala Correteando por las vigas del tiempo, los recuerdos amanecen. Libérrimos. Subjetivos. Porque forman parte de su estado natural. El Irujo de 2009 vuelve a estar un peldaño más arriba que Olaizola II. Es su tercera final consecutiva en el mano a mano contra el goizuetarra. "Al final, solamente gana uno. A la gente le produce morbo. Aimar es uno de los más grandes", entona. Recuerda unas aristas de ese partido. "¡Qué calor hacía!", añade. Junio ardía entonces. Y el Atano III bullía. Las manos quemaban. Y el cuerpo de Aimar cayó ante tanto fuego. "Esa fue la del 22-12 y no me acuerdo mucho del partido. Sé que fue el último tanto de saque y recuerdo que ese día hacía un calor asfixiante en el frontón y que le gané por eso, por físico. Acabó fundido", sostiene Juan, quien relata que "yo llevo peor el frío que el calor, porque sales frío y cuesta entrar". Fue su última confrontación en la distancia en tamaño acontecimiento.