Tras un paseo por la costa, en Oiartzun se entra en un terreno fascinante. Aritxulegi y Agiña están dentro del parque natural de Peñas de Aia. La zona es una bomba paisajística. Es un terreno virgen y salvaje, de fauna y flora exuberante. Una gozada de lugar. En nada, estamos en Bera, a los pies de Ibardin, que con sus 450 metros es una atalaya privilegiada. En días despejados se pueden contemplar al mismo tiempo la costa vasca y las primeras grandes montañas de los Pirineos. Se aprecia con facilidad la cima del Orhi y, más al fondo, hasta el Hiru Erregeen Mahaia. La primera pasada por Ibardin se hace por su collado para bajar hacia Iparralde. A Sara, concretamente. Yo entreno mucho por ahí y me recuerda a Suiza por el orden y la belleza. Las carreteras son algo más estrechas, pero el tráfico es menor, los arcenes están impolutos y se respira una tranquilidad impresionante. Se pedalea entre campas de hierba que parece cortada con tijeras, al milímetro, casas de fachadas blancas y tejados rojos y jardines de vallados perfectos. Iparralde tiene la xarma de lo rural. Hechiza. La etapa cruza esa zona y vuelve a Bera para encarar la subida definitiva a Ibardin. La meta está en una rampa de 700 metros cuya dureza va en aumento hasta hacerse terriblemente exigente.

Sin ser un gran puerto, Ibardin es especial para mí. Soy corredor por esta subida. Gracias a que desde 1980 hasta 1994 fue final de etapa de la Vuelta al País Vasco ininterrumpidamente. Eso y el Mundial de Ciclocross del 76 en Bera hizo que en el pueblo se viviese una pasión por la bicicleta que aún perdura. Recuerdo ver ganar en Ibardin a Suykerbuyk, Bolts, Gorospe, Cassani?