Vitoria. "Tenemos que seguir haciendo lo que estamos haciendo, y no es fácil hacerlo cada fin de semana", rezaba en la jornada sabatina Sebastian Vettel, tras sumar su undécima pole de la temporada, aportando aunque fuera una mínima dosis de condición humana a su trabajo, que parece biónico. Pero los domingos no se trata de una vuelta, ayer fueron 61 en el circuito urbano de Marina Bay, Gran Premio de Singapur, y ahí la diferencia se torna abrumadora. No hay excusas que nieguen la evidencia y sí especulaciones, incluso sospechas de ilegalidad, aliñadas con mares de lamentaciones, para justificar lo que está haciendo la fábrica alada. La superioridad del binomio Red Bull-Vettel es insultante, autismo glorioso, tanto que, menuda ironía, puede ser contraproducente para sus patrocinadores. Al alemán apenas le enfocan las cámaras en su camino al triunfo. Aislado. Como si todo el mundo supiera, diera por asumido, que la cabeza de la carrera tiene dueño. Al Mundial solo le queda un 0,2% de su vida, eso es lo que representa un punto de los 475 puestos en juego en todo el campeonato. Más que anecdóticamente, solo en Jenson Button sobreviven opciones matemáticas de título. Eso con todavía cinco carreras por delante -catorce en el retrovisor- y dos variables para Japón, la siguiente cita, a fin de prolongar los últimos coletazos del Mundial: que gane el inglés y no puntúe Vettel, a quien le vale ser décimo. Un improperio para la competencia.

Durante la presente temporada, las esperanzas allende la casa de Red Bull se han agarrado a la posible desgracia ajena. Solo así hay alternativas. Ayer no fue distinto. Otro monólogo. Encima Vettel es agudo aplicándose. Le fascina gustarse. Más Senna que Prost. En su horizonte, más allá del título, de ser el bicampeón más joven de la historia desbancando a Alonso, están los récords de mayor número de victorias en una temporada, las 13 de Schumacher en 2004 a los mandos de un Ferrari, y mayor cantidad de poles, las 14 de Mansell en 1992 a bordo de un Williams. Registros en su punto de mira con sus 9 victorias y 11 poles. Factibles a razón de su ferocidad, de sus argumentos desde el primer acelerón dominical.

En Singapur la fiesta solo la puso patas arriba la entrada en pista del coche de seguridad. Y eso ocurrió en el giro 30 de los 61 previstos, en el ecuador, cuando se desató una segunda carrera con el mismo desenlace. Hasta entonces, Vettel dominaba con mano de hierro. Con un ritmo sonrojante que adosaba a su tren trasero un segundo por vuelta -en el caso de la primera vuelta fueron 2,5-. Una mochila que se fue hasta los 18 segundos antes de aparecer el safety car, motivado por un accidente del retirado Schumacher. Una oda a la dominación.

Button rodaba segundo y Alonso lidiaba con Webber, que perdió posición en la salida por sexta vez este curso, por la tercera plaza. Tras ellos, Hamilton chocó con Massa y ambos quedaron encomendados al empeño de remontada. El inglés, penalizado con un drive tough, se colgó el cartel de desesperado y resultó quinto, mientras el enfurecido brasileño fue noveno.

La reanudación de la prueba, para más inri, favoreció a Vettel. Los monoplazas doblados formaron un embudo que relegó a Button, su inmediato perseguidor, hasta los 9 segundos en tan solo un giro al trazado nocturno. Instante ese, el de la caravana, que exprimió Webber para sacar a Alonso, con caballos cojos, vetustos, del podio. Ferrari piensa en 2012 y es lo mejor que se puede hacer ante las circunstancias, cuando hay dos marcas claramente superiores.

Con 10 vueltas aún por amanecer, Button renació. Más bien destapó lo que montaba, como un tahúr. Una cadencia desconocida hasta entonces que permitió la osadía de soñar, de pensar que Red Bull se desmoronaba al galope. El inglés congeló el crono en 1:48,454 como vuelta rápida de la jornada, por los 1:48,688 de Ve-ttel, los 1:50,088 de Webber o los 1:50,891 de Alonso. Button y Vettel rebasaban de la mano el umbral de lo humano, desmarcados y bajo la incertidumbre de McLaren. Sin embargo, rebajada una diferencia de 13 segundos hasta los 3,5 en apenas cinco vueltas, escalada de altura, los doblados que anteriormente le privaron a Button de un resquicio de alternativa, le robaron cualquier opción. Le frenaron sin mediaciones, sin margen. Quedó a 1,7. Se bajó la persiana en Marina Bay. Vettel, aunque autoritario ganador, se quedaba sin ese 0,2% que es un punto en los 475 posibles y de los que abarca el 65% (309) para entonar el alirón.