Juanjo Cobo (Geox)4h01:56

Wouter Poels (Vacansoleil)a 48''

Dennis Menchov (Geox)m.t.

GENERAL

Juanjo Cobo (Geox))59h57:59

Christopher Froome (Sky)a 20''

Bradley Wiggins (Sky)a 46"

La etapa de hoy: El pelotón acoge hoy el segundo día de descanso de la present Vuelta a España.

Riosa. En sanfermines, Hemingway acostumbraba a hospedarse en La Perla, era habitual verlo tomando café en las terrazas de la plaza del Castillo, se le hacía la boca agua con el ajoarriero con gambas de su amigo Matías Anoz y corría el encierro y pisaba la arena de la plaza de toros como cualquier otro iruñearra. Lo contó todo en su crónicas periodísticas y en 'The sun also raises', novela festiva. Así supieron los anglosajones de San Fermín y de toros. De cornadas y revolcones. Les gustó. Ahora acuden cada julio en manada a correr delante de los cuernos. ¿Y detrás? ¿Se puede correr detrás? Claro. Fíjense ayer. Todos tras la bestia, que menuda tunda les dio. Que vaya embestida que tiene. Ni el toro Ratón, el morlaco asesino que se rifan las fiestas de media España. ¿Y necesariamente tiene que ser un toro? O un bisonte. El de La Pesa. Así le llaman a Juanjo Cobo, líder de la Vuelta tras ganar ayer en el Angliru. Entró en meta como un rayo, entre la niebla, vaya frío, y sacó la mano derecha para poner dos cuernos. "Soy el bisonte", dijo luego para quien no le conociera.

Se los puso, los dos cuernos, dos banderillas como dos soles, a Wiggins y Froome, los chicos ingleses del Sky inglés, corneados y volteados en el Angliru, la cuesta de las vacas.

Claro que la culpa, podrán explicar los que encuentren jocoso el asunto, quizás no los rotativos ingleses como The Independent y demás, que no andarán sobrados de humor y contarán tapando disimulados la herida del orgullo que los suyos torearon con arte y valentía, la tiene Wiggins, que iba de rojo. A quién se le ocurre. Rojo. ¿No leyó a Hemingway? ¿No sabe que el rojo despierta el instinto asesino de los toros y que, siendo así, también puede volver locos a los bisontes? ¿No comprende que al ver una tela roja, la suya, tan cerca, el tal Cobo, el tal bisonte, iba a abalanzarse sobre él como un Miura? Ay, qué torpeza. Quizás si se hubiese tapado con uno de esos chalecos negros chulos del Sky… Ni así, ni así. Cobo tenía desde la cima de La Farrapona la tela roja entre ceja y ceja. Y cuando a Cobo se le mete algo en la cabeza…

Buenas sensaciones Allí en La Farrapona dejó claro el Geox que estaba en la Vuelta para luchar por lo gordo, aunque ello significase que tenía que dejar al bueno de David de la Fuente sin su peleada etapa, lo que se vivió como un sacrificio terrible. Allí en La Farrapona demostró Cobo tener una embestida noblísima, encastada, porque las piernas no le iban, las sensaciones eran horrorosas y aún así, nada detiene al determinado, atacó e hizo el daño inesperado. Nadie le siguió porque nadie pudo. Ni los delgaditos y pálidos ingleses al ritmo del tremendo Froome. Allí en La Farrapona se convenció Cobo de que en El Angliru embestiría de nuevo al tipo de la tela roja.

Matxín, a quien Cobo escucha como a un guía espiritual, le dijo que elegir el lugar y el momento era lo importante. Que no tenía que ser ni pronto ni tarde. "A 3,5 de meta", le señaló por la mañana. A las puertas de la Cueña des Cabres, el lugar más terrible del Angliru, 800 metros a más del 20%. Cobo, lleva diciendo el director basauritarra desde que le tuvo en aficionados, es una fuerza bruta e ilimitada, un caballaje espectacular, un motor infinito, que depende mucho, demasiado, de la inspiración. ¡Qué importante es la cabeza en el ciclismo! Es el interruptor de las piernas. "Si a Cobo le va bien, físicamente es…". Matxín quiso decir imparable.

Ni él le pudo retener. A siete u ocho kilómetros de la explanada que da nombre al Angliru, al lado de lago artificial que inventaron los ganaderos para que abrevasen las vacas sedientas de tanto masticar pasto, y antes de que empezase lo más duro, Cobo se sintió tan fuerte, tan poderoso, tan sobrado y a gusto, que avisó por el pinganillo que se iba ya, en cuanto lo viera un poco claro. Matxín, a ver quién le lleva la contraria, le dijo que de acuerdo. Pero que calculara bien, que no se cebara, que regulase, que midiese el ritmo, porque lo que quedaba era durísimo. A seis y medio de la cima, Cobo miro a Wiggins. Rojo. A por él. No fue un ataque espumoso y terrible como el de los escaladores, sino un ritmo como de tortura, "fuerte", calificó luego, que desmembró el grupo de favoritos como desmiembra la carne una picadora.

Ataque de Antón Antes, un poco antes, bajo la pancarta de siete kilómetros a meta, la misma distancia que eligió en mayo para asaltar el Zoncolan, pero no tan alegre, había salido del grupo Igor Antón. Fue un impulso del corazón, algo que tenía que ver con las cosas del alma, la ilusión, los sueños… "Tenía esta etapa marcada desde hace mucho tiempo", contó después el escalador vizcaino, que, pese a trabajar lo que fuera necesario para Nieve, llevaba días reservándose, cuidando las piernas. No, al parecer, lo suficiente. "Mi cuerpo no responde como yo quisiera". La alegría le duró un rato. Poco. Cobo le pasó, al poco, por encima.

Iba el cántabro solo y en estampida. Con la voz ajada de Matxín taladrándole el tímpano. "Regula, regula", le decía. "No te cebes, no te emociones, piensa en ti y no en los demás, no te obsesiones con sacar tiempo".

Pero lo sacaba, segundo a segundo, y sin apenas sensación de esfuerzo allí donde se supone que se sufre como en ningún lado, que es para lo que se inventó el Angliru. Para retorcerse sobre la bicicleta, para riñonear. Nada de lo que hacía Cobo, sentado deliciosamente sobre su 34x32, el máximo desarrollo que pudo ponerse. El sufrimiento, el dolor, esas cosas de los débiles, eran para el resto. El resto digno que era Froome, el Lancelot de Wiggins. Se deslomó de nuevo en defensa de la corona del caballero inglés alto y delgado que, el rostro rígido, no daba señales de debilidad. Es más, su paso era elegante allí donde se adelantaba su desplome. Menchov y Poels iban tras la huella de los ingleses. Purito había reventado a cinco de meta. Y antes, los demás. Mollema, Nieve, Fuglsang, Nibali... Cada uno con su miseria. Así se sube el Angliru. De lamento en lamento.

Revienta Wiggins La Cueña des Cabres es su muro de las lamentaciones. Allí, hasta Cobo se tuvo que levantar de la bicicleta. Y riñoneó, sí, riñoneó. Y se retorció, claro que se retorció. Y le palmearon el culo, y corrieron a su lado gritándole al oído, que no se sabe cuál de todos esos martirios es peor. Allí palideció Wiggins, que se empotró contra la rampa del 22%. Fue un bloqueo monumental y repentino en el que se le vino abajo todo el imperio. Hasta Froome, que acaba de dejar de tirar, desgastado y agotado, se tuvo que recomponer, llegó a la altura de su líder y, tan mal vio, la cosa, tan mal le olió, a embrague quemado, que siguió su camino. Qué iba a hacer él por esa alma herida de muerte y en pena.

Esa escena de drama en la batalla ocurría cuando Cobo corría liberado ya del martirio de La Cueña hacia la cima del Angliru, cuyo último kilómetro es compasivo y permitió al cántabro meter el plato gordo. Así entró en meta, desbocado. Bisonte. De la mano derecha se sacó dos cuernos.

La cornada fue tremenda. Poels, Menchov y Froome, vaya tipo duro el keniano, se dejaron 48 segundos; Wiggins, que supo sufrir y entró con Antón, 1:21; Purito y Mollema, 1:35; Nieve 2:02 y Nibali 2:37. La Vuelta queda en las piernas del bisonte, que tiene a rueda a los dos ingleses: Froome a 20 segundos y Wiggins a 46.