Córdoba. Sus métodos son extremos. Después de ser cuarto en el Tour de 2009, el primero que le ganó Contador a Andy Schleck, también a su compañero Armstrong, Wiggins se pasó el invierno pensando cómo podía mejorar en la montaña para hacer frente al español. Encontró la fórmula, o al menos lo creía, en un curioso método de preparación que puso en marcha durante la concentración en febrero de su equipo en Mallorca. Dave Brailsford, el mánager del Sky, le regaló un DVD con todos los momentos de las etapas de montaña del Tour. El inglés memorizo la intensidad de las arrancadas, su duración, la velocidad… Todo. Y con esos datos en la cabeza, salía a entrenar con un motorista que simulaba los ataques de Contador. Llegado un momento, la moto arrancaba y Wiggins salía detrás de ella. Visto está que la fórmula no funcionó. En 2010 el británico se estrelló contra la primera montaña seria del Tour, Morzine.

No fue suficiente para quitarle de la cabeza la idea de ser el primer británico en ganar el Tour. "Este año me he convencido de que puedo hacerlo", dice ahora en la Vuelta, donde está, precisamente, porque no ganó el Tour, ni siquiera lo acabó pese a que llegaba en la forma de su vida después de llevarse la Dauphiné Liberé, porque una caída en la primera semana le mandó directo al hospital con la clavícula rota. Esa misma noche, en la habitación del hospital, su mente desarrolló, ¿en pleno delirio?, un plan monumental: en 2012 quiere ganar el Tour y, seguido, la crono de los Juegos.

ensayo en la vuelta Para ello, tenía que estar en la Vuelta. Lo decidió esa misma noche. La Vuelta no es el Tour, claro, y ni siquiera aspira a ganarla -"con estar quinto o sexto, me vale", dice-, pero es esencial para ensayar la viabilidad de su megalómano proyecto. Quiere probar su resistencia en la ronda estatal y su capacidad de recuperación disputando luego, semana y media después, el Mundial de crono con la intención de batir a Fabian Cancellara, que será también su gran obstáculo hacia el oro en los Juegos. De la Vuelta al Mundial hay, más o menos, los mismos días que del Tour 2012 a la cita de Londres.

Está tan convencido de que puede ganar el Tour y luego el oro olímpico como de que no puede ganar la Vuelta, pese a que su forma, dice, es igual o mejor que la de hace unos meses, en la antesala de la Grande Bouclé. La Vuelta, sabe el británico, son los grandes porcentajes como los de Valdepeñas de Jaén, donde se atascó y perdió 20 segundos con Purito. O como los del Angliru, donde los expertos, él mismo, calculan que se puede dejar por encima de los dos minutos con los grandes escaladores. Su momento será la crono de Salamanca, 47 kilómetros llanos, donde quiere emerger para poner tierra de por medio y vestirse de rojo, líder, como David Millar en el prólogo de la misma ciudad de hace diez años.

La Vuelta, también, sabe Wiggins, es el calor, este calor asfixiante que consume a los ciclistas, les aplatana y les hace dar pedales con desgana, vacíos, como si en lugar de cinco o seis días llevasen encima veinte etapas, todo un Tour. El calor, dicen los corredores, tiene a dos terceras partes del pelotón moribundo. No al británico, que debería ser uno de los que más acusaran el golpe del aliento de fuego del sur español, pero resulta que lo digiere de maravilla.

La preparación de Wiggins para la Vuelta, además de las horas de carretera y fondo, ha consistido en un extremo ejercicio en el interior del garden shed, una especie de trastero que los británicos montan en los jardines de sus casas para guardar las herramientas y otros trastos, y que el ciclista inglés acondicionó con cinco calefactores y un humidificador con los que lograba simular las condiciones meteorológicas, el calor insoportable, que se encontraría aquí. En días alternos, uno sí uno no, hacía rodillo a 42º. "Puedes hacerlo", contaba en el diario londinense The Independent, "durante 90 minutos antes de desmayarte".

El método no es nuevo. Wiggins lo aprendió de los ciclistas de mountain bike y carretera que acudieron a los Juegos de 2008. A ellos, cuentan, les funcionó.