vitoria. Los libros de historia del alpinismo abrazarán de por vida los nombres del neozelandés Edmund Hillary y del sherpa Tenzing Norgay. En el año 1953 fueron los primeros en tachar un imposible del ser humano hollando el Everest, el techo del mundo. Dos años antes, Hillary había fracasado en su intento de ser la primera persona en llegar más alto que cualquiera antes. Igual destino tuvieron Alberto Zerain y Txingu Arrieta en su objetivo de escalar el Nanga Parbat abriendo la vía de la arista Mazeno, algo que nadie ha conseguido. "Para mí no ha sido un fracaso. Llegar a la cumbre es bonito, pero hay otras cosas en el camino", explicó Zerain.

Nanga Parbat significa en pakistaní montaña desnuda. Es un gigante colosal que se erige aislado de otras cordilleras. El noveno rascacielos con el que dotó la madre naturaleza a la tierra. Rebautizada también como la montaña asesina por su saldo de expedicionarios que jamás regresaron. "Unos compañeros eslovenos con los que coincidimos nos avisaron sobre los desprendimientos de piedras", subrayó el ochomilista vitoriano. Les mostraron sus cascos destrozados por las piedras. El Nanga Parbat ha mostrado durante el intento de Zerain y Txingu su peor versión en términos meteorológicos, hipoteca letal para la empresa. "Ha sido lo peor de los últimos veinte años. Tormentas de nieve, granizo, ventiscas...", detalló Zerain. Los elementos terminaron de dictar que no era el momento avisando con un terremoto que hizo temblar la montaña. A los factores ambientales se unieron los problemas de salud de Arrieta, lastrado por una gastroenteritis. "Bastante hizo", alabó su compañero.

Aun con todo, Zerain y Txingu intentaron la ascensión enfrentándose a la arista Mazeno, una pared inexpugnable que se eleva hasta los 7.200 metros. "Nos sorprendió la verticalidad. Antes de ir no pensábamos que era para tanto", manifestó Zerain. Además, el reto asumido por ambos en su intento de ser pioneros era al estilo clásico. Nada de oxígeno, ni cuerdas fijas ni sherpas. Coronar el Nanga Parbat superando la arista del Mazeno es una idea que Zerain había madurado en otros viajes al gigante pakistaní. Había recorrido el valle del monte e intuido la complejidad de lo que iban a acometer. "Había observado la pared del Mazeno en muchas ocasiones, pero hasta que no empiezas a subir no sabes realmente a lo que te enfrentas", subrayó. Obcecados en su empeño, atacaron la pared en dos ocasiones. "No se podía hacer". No podían ver más allá de los veinte metros. A la tercera, derivaron su ruta a la cima hacia un camino más accesible. Nada tampoco. Las condiciones eran nefastas, incompatibles con la sola posibilidad de cumplir el objetivo que les había llevado hasta allí. "El cuerpo nos pedía echar palante, pero bajar después hubiera sido muy arriesgado".

Alberto Zerain alberga en su categoría de alpinista enamorado de su actividad un sentido de la aventura, un placer por lo desconocido y una obsesión por lo novedoso inherentes a todos los alpinistas que, como Hillary y Norgay hace más de cincuenta años, han abierto nuevos caminos en montañas reservadas a muy pocos. "No me gusta hacer las cosas como ya se han hecho. Darle un toque diferente es mi motivación", explicó.

De nuevo en casa, es inevitable mirar con un punto de nostalgia por una expedición que se va, pero también proyecta un deseo irrefrenable de volver a intentarlo. "Este intento fallido nos ha servido de aprendizaje de cara a buscarlo otra vez. Me gustaría volver", reconoció Zerain. Un segundo intento, tras fracasar en el primero. Igual que Edmund Hillary que en la mañana del 29 de mayo de 1953 puso el pie en la cima del Everest. Luego vinieron más, pero él fue el primero. Pionero. Lo mismo que impulsa a Zerain y Txingu.