bilbao. Marc Márquez, 18 tiernos años ceñidos en un mono de carreras, combina la agresividad propia de su juventud, la del joven que es de goma y ningún golpe le frena, y un saber estar de anciano, de quien parece haberlo vivido todo, de quien aglutina semejante experiencia que le otorga respeto. El chaval es tan diablo como para querer ser protagonista desde el primer metro, tiránico, pero tiene un saber estar que le permite recuperar la cordura del estratega, la gestión de un pintor de victorias, porque ahora empieza a jugar con sus rivales, con Stefan Bradl en concreto, su meta, el líder del Mundial de Moto2. Ayer, en el Gran Premio de Alemania, en su feudo, fue tuteado. Solo mandó cuando Márquez lo permitió.
¿Generoso? ¿Pensaría en el público local? Desde que se retomaron las carreras en Sachsenring en 1998, ningún alemán ha ganado allí, por lo que la grada vibraba. Lo cierto es que el de Cervera quería estudiarle una vez visto que no podía fugarse en solitario. Entonces, aguardó para batirse con el único capaz de seguir su estela, precisamente Bradl, quien tiene argumentos para tener miedo en el cuerpo. Márquez, a 47 puntos de distancia en la general, suma cuatro victorias y un segundo puesto en las carreras en que se ha mantenido en pie. El debutante no solo quiere ser rookie del año, quiere más, quiere el sitio de Bradl.
Por otro lado, a Aleix Espargaró, que sufrió una fuerte caída, se le descartó una lesión en la zona afectada, la cadera, pero se vio obligado a permanecer 24 horas en observación. Mientras, Julián Simón, en su retorno, se cayó sin consecuencias en la primera curva.