A Luz Ardiden?... Bueno, como tú digas. ¿Hora? Las 9.00… Bueno. En Sopelana, al lado de la gasolinera. ¿Sabes dónde te digo? Pues eso, te espero allí".

A Roberto Laiseka es fácil convencerle. No sabe decir que no. Pero luego hay que oírle. Por la noche, después de aceptar la propuesta de DNA para regresar a Luz Ardiden diez años después de aquella maravillosa tarde de julio en la que ardía Francia de calor y los Pirineos se volvieron repentinamente naranjas e histéricos, farfulla en la intimidad de su casa de Plentzia. La pereza. "¿Para qué habré dicho que sí?". Así se va a la cama, cansado, también, porque acaba de llegar de viaje. Así se levanta. Con el sueño de unas pocas horas de almohada; agrio como el día.

Tres horas en coche con Laiseka avinagrado se hacen cortas. Entretiene. Empieza pronto y con vigor, al circunvalar Bilbao, que tiene puesta la txapela de los días sombríos. "¿Con este día sabes que es lo mejor que podríamos hacer? Subir al Vivero, sacar las fotos allí y luego arreglarlas con el Photoshop. Total, para lo que se va a ver en Luz Ardiden". La canción suena y suena hasta los Pirineos. A veces, cambia la letra. Aunque el tono es el mismo. De protesta. "Diez años. ¿Y qué importa eso? ¿A quién le interesa? La gente como yo, los que ya no estamos, somos difuntos para este deporte". Y así por Donostia, Baiona… En Lourdes esta vez no hay milagro. "Os lo he dicho al principio. Lo mejor era hacer lo del Vivero". Con Laiseka no hace falta enchufar la radio.

Sigue nublado cuando el coche se para en el parking de un supermercado de Luz St. Sauver. Allí se viste Laiseka. De naranja, claro. "Este es el culotte que usábamos en el Tour". El de 'Pays Basque'. El maillot, la gorra… Es aquel Laiseka de 2001. "Pero con diez kilos más". Uno por cada año que ha pasado. Hace más de un mes que el vizcaino no anda en bici. Lo primero es lo primero: la familia; las crías, la mujer... No le queda apenas espacio para la bicicleta. Por eso ha borrado la subida al Tourmalet del itinerario. "Con Luz Ardiden, suficiente. Y a ver si subimos". Se pone a ello.

Piernas como mantequilla Una curva en el centro de Luz St. Sauver anuncia el final del descenso del Tourmalet y marca el camino hacia Luz Ardiden. Allí empieza a recordar Laiseka. Ya no masculla. Cuando suba hasta Luz Ardiden, hasta reconocerá que se alegra de haber venido. "Veníamos de allí zumbando". Señala la bajada del coloso pirenaico. "Subiendo había habido leña de la buena". Atacó Garzelli, desatado en la montaña del Tour de aquel año, y con él se había querido ir Roberto. No les dejaron. "Se movieron los favoritos y no fuimos muy lejos, pero yo sentía que tenía las piernas de mi vida, blandas como la mantequilla".

Se lo dijo a David Etxebarria en el amanecer de la etapa. "David, vaya piernas que llevo hoy". Y David se giró, le miró enojado y le respondió: "¿Sí? Pues van 30 tíos ya por delante". Tuvo que tirar Euskaltel-Euskadi para acercarlos. En el Aspin, en el Tourmalet… Confianza ciega en el pionero. "Yo solo pensaba: ¿a dónde vamos?". A hacer historia.

Ciego había llegado el día anterior Laiseka a Saint-Lary-Soulan. Ciego y muerto. "Me salvó el bueno de Unai -Etxebarria-". Así que él siempre dice que parte de la victoria de Luz Ardiden es suya. Y tiene razón. Le habían fundido en la primera gran travesía por los Pirineos de aquel Tour la dureza de la montaña y la fiereza de Garzelli, que iba con él en la escapada, pero, sobre todo, el calor. "Garzelli me sacó de punto, pero luego no bebí lo suficiente y me deshidraté". Se arrastró hasta Saint-Lary. Iba grogui. Le impulsaba la palma de Unai. La mano de Dios. Por la tarde en el masaje, tumbado y agonizante aún, roto, desencajado y desquiciado, otras manos, las de Jon Carbayeda, le resucitaron. "Él me convenció cuando me decía que tenía las piernas perfectas". Los masajistas tienen un máster en psicología.

Lo cuenta Laiseka diez años después, una mañana de junio gris, asomado a las primeras rampas de Luz Ardiden que apenas reconoce. "Le oí decir una vez a Miguel -Indurain- que lo que más le sorprendía de volver a los lugares por los que había pasado en el Tour, sobre todo los puertos, era lo diferentes que eran. No se parecían a lo que él había vivido en carrera, como si el Tour, la gente, fuese un decorado. Creo que tiene razón". No era así el Luz Ardiden que recordaba.

El viento le silba a Laiseka en los oídos. Su voz se le hace familiar. "Aquel día también pegaba, de cara". Así va recomponiendo la película de la subida. Fotograma a fotograma. De los primeros es el ataque. "Tuve que hacerlo pronto", rescata, "no había otra manera porque el US Postal quería ganar con Heras". Iban rápidos y estirados. "Aquí fue, aquí me marché". Señala un punto anónimo en la carretera. "Nadie me miró; nadie me siguió". Volaba. Las piernas de mantequilla. Empezó a tragarse a los restos desperdigados de la escapada.

El último fue Belli. "En esta recta". Un tramo sombrío escoltado por altos pinos que bailan agitados por el viento. "Zigzagueé para pasarle. Me fui a la izquierda y luego a la derecha. Así le dejé. Luego, con el tiempo, he sentido pena por Belli. Me caía bien. Fue un tipo que nunca se metió en problemas. Muy correcto y simpático. Buen ciclista, además. Me dio por pensar que por mi culpa no había conseguido ganar una etapa del Tour".

El gesto de Rubiera El coche de Euskaltel-Euskadi llegó a la rueda de Laiseka rapidísimo, cuando apenas le sacaba treinta metros al italiano. Dentro iban Julián Gorospe, el lehendakari José Antonio Ardanza y Joxe Cruz Mujika, mecánico desde el nacimiento del equipo en 1994 y único superviviente, junto a Miguel Madariaga, 18 años después. "Recuerdo que nada más llegar le dije a Julián que la etapa era nuestra. ¿Por qué? Lo presentía. Lo vi en el gesto que hizo Txetxu -Rubiera, gregario entonces de Armstrong en el US Postal- cuando pasamos al pelotón. Iba tirando él e hizo algo, una señal, no sé, quizás fue mi imaginación, que me hizo estar seguro de que ganábamos", dice Joxe Cruz, que está estos días en el Tour y la simple mención de aquella etapa le humedece los ojos. "Es lo más excitante que he vivido en todo el tiempo que llevo en esto".

¿Qué queda del ciclismo en un ciclista cuando ya no lo es? "La gente, la gente; alguna gente", dice Laiseka cuando pedalea cuesta arriba en Luz Ardiden y se mete en la niebla espesa que ha borrado las cosas, lo que le hace sentirse como hace diez años, entonces un día de un cielo azul altísimo, pero ciego también porque avanzaba zambullido en un mar naranja igual de espeso que esta niebla. "La gente es lo que queda", evoca Laiseka, "gente como Txetxu, del que guardo un buen recuerdo. Siempre que nos vemos me cuenta una anécdota de un Tour y una subida en los Alpes, no me acuerdo cuál, en la que bajó él a por agua y yo grité: '¡Son humanos, beben agua!". Lo decía por los corredores del US Postal, que eran como máquinas. Txetxu no paraba de reírse". Con Armstrong apenas tuvo relación. "No hablaba mucho con la gente, pero me llevaba bien. Me llamaba vasco loco. ¿Por qué? No lo sé, pero supongo que alguien le habría contado algo de mí". Dos días antes de Luz Ardiden y uno antes de la tremenda pájara en Saint-Lary, Laiseka fue segundo en Ax-3-Domaines. Solo le ganó Cárdenas, que iba escapado. Antes de salir del grupo de los favoritos, Armstrong le hizo un gesto con la mano. "Fue como si me estuviera dando permiso para salir". Salió, se enganchó a David Etxebarria, que estaba en la fuga y prosiguió una remontada que no llegó a materializarse. "Ya le suelo decir a David que la culpa fue suya por aquel relevo malo y corto que me dio -ríe-".

Dicen que el Tour no concede nunca dos oportunidades. Aquella tarde de Ax-3-Domaines, Roberto lo pensaba. "Me lamentaba porque estaba seguro de que mi oportunidad de ganar una etapa en esta carrera se me había escapado. Lo he visto luego en otros ciclistas. Landaluze, Egoi Martínez… Tuvieron una gran oportunidad y se les escapó. No han vuelto a tenerla. Yo tuve más suerte".

¿Y los recuerdos, Roberto, los grandes días como el de Luz Ardiden? "No, lo recuerdos no. Yo no vivo de los recuerdos. Están ahí, pero no me agarro a ellos para subsistir".

Un día histórico. Una etapa en el Tour te cambia la vida. O, como dice Indurain, te cambia si quieres. "Yo no tuve opción. No pude elegir si me la cambiaba o no. Me la cambió y punto", traza el vizcaino, que jadea algo, pero poco. Todo el mundo recuerda a Laiseka por aquel día. "Aún me piden autógrafos por ahí". Todo el mundo sabe quién es el tío de naranja que entra en Luz Ardiden con los dos brazos estirados. "Esa imagen", cuenta Joxe Cruz, "tiene una fuerza tremenda. La mirada, el gesto… Esa foto lo dice todo sobre aquel día. Cuenta que nada ni nadie hubiese sido capaz de evitar lo que ocurrió". "La dimensión del triunfo la aumentó el marco y las circunstancias", prosigue Joxe Cruz. "Era el primer Tour de Euskaltel, el primer año de la 'marea naranja' en los Pirineos y, sobre todo, era Roberto Laiseka".

Jean-Marie Leblanc era entonces el director de aquel Tour y uno de los principales responsables de que Euskaltel estuviera ahí, pues él cursó la esperada invitación al equipo vasco. "Era el primer año, los Pirineos se volvieron naranjas de repente, y allí apareció Roberto, que, además, era la persona idónea para ese logro porque era el personaje típicamente vasco, ejemplar en su equipo. Recuerdo pocas victorias de etapa en las que el suspense y la simbología fueran tan intensos", explicaba el francés en una reciente entrevista a este periódico. El día de Luz Ardiden de hace diez años era domingo. Aquella tarde Joxe Cruz viajó a casa en coche y, no lo olvidará nunca, en el peaje cerca de Baiona una treintena de aficionados vascos salieron de sus coches y empezaron a aplaudirles. Lo cuenta ahora, diez años después, y se le eriza la piel.

En diez años a Roberto Laiseka le ha dado tiempo a casarse con Karmele, a tener dos hijas preciosas -"sí, ya sé, en casa estoy en minoría absoluta", dice- y a darle vueltas y vueltas al asunto de la repercusión que tuvo ese día para llegar a la conclusión rotunda de que es injusto. "Lo es, te voy a decir por qué y lo vas a entender a la primera. Me convenzo de que es injusto que se recuerde tanto aquel día cuando veo a Joane Somarriba, que es como Indurain, y parece que está olvidada; o que no se valora tanto lo de Joseba -Beloki-, que hizo tres podios en el Tour; o, sin ir más lejos, a David Etxebarria, que en 1999 ganó no una, sino dos etapas del Tour, una de ellas también en los Pirineos, en Pau. ¿Por qué a ellos, con todo lo que hicieron, no se les recuerda tanto y a mí, por aquel día, sí? ¿Ves como es injusto?".

El saludo del americano. Luz Ardiden se acaba. Empapado por la humedad de la niebla, ya cerca de la estación de esquí, la parte más fácil, una zona de curvas, Laiseka acierta a reconocerse hace 21 años, en 1990, sin canas, el día que Indurain le ganó a Lemond. "Yo estaba aquí, en esta curva". Con su amigo Melón y la cámara de fotos cubierta de yogur. Pocos giros más arriba y… "Aquí es, en esta recta". Laiseka posa entonces como aquel día. Suelta las manos del manillar, las estira y… Click. Ya está otra vez en la cima de Luz Ardiden.

Allí la niebla lo oculta todo. Menos el recuerdo. "¿Sabes qué es de lo que más me acuerdo? Del saludo de Lance en el podio. Me dijo: 'Congratulations vasco loco'".