VITORIA. Los mimbres de Aimar Olaizola e Yves Xala se entrelazan, en una única ocasión, como una red espesa en el Atano III. En 2004, semifinales del Manomanista, Donostia como telón de fondo y la añeja cancha guipuzcoana como escenario. Las tablas de la tarima crujen con un lapurtarra efervescente, que no había ganado ningún partido del mano a mano de Primera hasta ese campeonato -se impuso a Peñagarikano, Koka, el vigente campeón Patxi Ruiz y al tres veces vencedor manomanista Eugi en semifinales, de formato liguilla-, y con el de Goizueta, anclado en la élite, aunque caído en desgracia el curso anterior por una lesión complicada y la famosa final del aplazamiento de mes y medio, que se llevó Patxi Ruiz. Con ese panorama, y Martínez de Irujo rozando con los dedos la final, Yves y Aimar, se disputaban el otro hueco en la batalla por la zamarra colorada. Olaizola II acabaría por ceder (18-22) tras 80 minutos de batalla y Xala se colaba en su primera final individual. La acabaría perdiendo en el año de la eclosión de Juan en la competición reina. Después, la caída de Xala en el torneo, en el que estuvo sin ganar durante cuatro cursos, bajando escalones, y el de Goizueta encajado en el podio de las txapelas. Siete años después, vuelven a verse las caras, sin haber coincidido frente a frente, desde aquel momento. Diez pasos. Una bala. Un duelo.

Uno de los pilares fundamentales para la gestación del lekuindarra como un "auténtico manomanista, muy complicado de tumbar", como analiza el primer campeón vizcaíno Jesús García Ariño, viene desde el interior -"me gusta la introspección y mirar hacia dentro", analizaba el delantero- y desde la silla de plástico de la contracancha. En ella, tras Panpi Ladutxe: patrón y rey de la pared izquierda en Iparralde, Aitor Zubieta, el coloso de Etxarri-Aranatz, el zaguero potente, brutal en el despliegue y en el golpeo, aposenta su sapiencia y su efervescencia, Sobre todo, tras un mes de subidas y bajadas de ánimo, la resolución del Xalagate y la montaña rusa psicológica que supone. "No sólo actúas como un botillero, sino que tomas parte ya como un amigo", señala el manista de Aspe, su enlace con la realidad mientras el sudor recorre su cuerpo, cuando la tensión es máxima. Incluso fuera de la cancha. "Nos llamamos y hablamos, ya sea bueno o malo lo que haya pasado". La esencia: "Le ayudas, como botillero sí, pero también como amigo. El apoyo lo tiene de todas formas como él me lo da a mí".

En esta coyuntura, en la que se adereza la tensión de la final con los acontecimientos relacionados con la apendicitis, el etxarriarra es consciente de que toda la preparación ha variado. Sobre todo, la mental. "Justo Lillo ha tenido mucho que ver con que Yves esté mostrando un gran nivel en la cancha, le ha preparado unas sesiones diarias bastante importantes, viendo los progresos día a día, y podemos decir que Xala llegará al cien por cien físicamente. Eso seguro", concreta el zaguero. Aunque, el mayor factor de riesgo era el psicológico. "En ese sentido lo importante es que lo tiene olvidado. Los primeros días fueron un poco la vorágine que tiene el tema, pero ahora ya está metido en la final y es lo que hace falta", analiza el botillero del lekuindarra. Y es que el zurdo, tal y como explica Aitor, "los primeros días, hasta que se solucionó el tema, estuvo pasando fases muy malas, por momentos muy muy malos". Después, el resto. "Moralmente estaba muy tocado tras la resolución de la Liga de Empresas, pero luego los próximos días pasó a sentir todo lo contrario. Pasó de estar mal a un momento eufórico, a estar muy contento", describe Zubieta. Lo que primero eran dudas -lágrimas de tristeza en su comparecencia de Irun- se convirtieron en un punto demasiado alto.

El suelo, lejos; la caída, más dolorosa. "Le hacían falta unos días para posarse, para que todo se templara, cogiera su tono y ya empezar a estar normal, con la cabeza fría", concreta Zubieta, quien apostilla que "ahora la verdad es que lleva dos semanas más tranquilo y reposando la decisión". Lo dice Aitor, uno de los pelotaris junto con Irujo, Gonzalez, Titín III... y toda la prole de Aspe, que se disfrazaron de Robin Hood para apoyar al zurdo de Iparralde mediante un comunicado.

"¿Cómo hubiera sido la final con ese subidón? Quizá es mejor así, porque, aunque estaba bien físicamente, ha tenido más tiempo para ponerse a tope. Lo que cuenta de la final es ponerse muy bien físicamente. Además, la euforia todavía le dura un poco", desbroza el zaguero, que prosigue explicando que "personalmente estar en esa situación es complicado, por todo lo que se montó. Tienes el apoyo de la gente, de los compañeros, pero el peso está sobre ti. Y al final estar en el ojo del huracán da bastante presión añadida".

Asier, hermano y botillero Lo mismo ocurre en el otro bando, donde el asiento de honor, colorado, corresponde a uniones de sangre. Mimbres sagrados: Aimar Olaizola se deja aconsejar por su hermano mayor Asier. "Yo le asesoro cuando puedo y él lo hace conmigo. Somos así", concreta el menor de los Olaizola. Y en esa premisa se mece el mayor. "Tienes que estar ahí, por supuesto, pero son ellos los que tienen que hacer todo el trabajo duro", sentencia entre risas Asier.

"El trabajo técnico está todo hecho", analiza el delantero. No obstante, tal y como ha desplazado a Xala, las resoluciones de la LEP. M y sus contradicciones han hecho cierta mella en el de Goizueta. "Aimar prepara entrenamientos en base al contrario y, en este caso, ha sido un lío. Primero tuvimos que preparar el partido contra Xala, después contra Oinatz y olvidar lo anterior, y más tarde otra vez con Xala como objetivo", remata el botillero de Olaizola II, que añade que "no creo que afecte demasiado el tiempo de espera para disputar la final del mano a mano, pero sí el hecho de no saber qué día vas a jugar. Hace dos semanas se solucionó todo el tema y, a partir de ahí, lo normal". Aun así, los lazos que unen fraternalmente a los dos delanteros de Asegarce desvelan a Asier que "Aimar no lo ha pasado nada bien con todo lo que de los aplazamientos. Ha sufrido, al igual que Oinatz Bengoetxea. Ninguno de los dos estaba en una situación cómoda. Es algo muy complicado de gestionar, para unos y para otros".

La prueba de fuego para el botillero y pelotari durante la pasada semana residía en el Hotel Aisia de Lekeitio, donde toda la plantilla de Asegarce se dio cita en una concentración. "Allí hemos pasado cuatro días en los que nadie ha hablado de la final. Ya estaba zanjado todo en favor de Xala y, además, cuando viene un acontecimiento como este no nos gusta hablar de él. Allí hablamos de todo menos de pelota, porque al final se convierte en algo perjudicial", sostiene Olaizola I, quien agrega que "la pelota profesional no deja de ser un trabajo, un trabajo que nos encanta hacer, pero se trata de un trabajo y lo que mejor viene es hablar de otras cosas". "Normalmente, cuando estoy en los partidos, si estoy en la silla no suelo hablar mucho. Me dedico a animar y a ver cómo está él. Somos hermanos y nos conocemos tan bien que con una mirada ya sé cómo está. Así que trato de intuir los pequeños detalles que pueden decantar la final y corregir. Y animar, lo más importante", concluye Asier, desde su silla de plástico, desde su púlpito de tensión, desde el lugar en el que tanto él como Zubieta tienen que imponer su "tranquilidad".