Antes de ser Purito -ya saben, el apodo se lo pusieron los patricios de la Once en la pretemporada de 2001 porque al final de un entrenamiento largo y duro les pasó en un repecho simulando que fumaba en señal de suficiencia y, también, porque es breve y moreno como un puro-, Purito era Joaquim, el hijo de Manuel Rodríguez Ayora, que acaba de aparcar el camión, se ha jubilado, y anda estos días por la Vuelta al País Vasco en una autocaravana, gozando como nunca antes en cuatro décadas de visitas de médico a Euskadi. "Venía al hotel, corría y me iba". Rodríguez Ayora fue ciclista en los 60. Un buen amateur. "Más bien rodador, aunque no me defendía mal subiendo". Llegó a firmar un precontrato para correr en el equipo del gran Luis Ocaña que finalmente se llevó el viento porque el fenomenal conquense, el látigo de Merckx, se marchó a correr al Bic francés y allí no había un dorsal para él. Dejó la bici en el garaje y dirigió tres años, del 79 al 81, al Colchón CR. Luego, lo dejó. Se tenía que encargar de su propio pelotón: tres hijos y una hija. El mayor hizo lo que pudo. El pequeño, Alberto, era un fenómeno que subía, bajaba, llaneaba. "Era el que más clase tenía de los tres". En juveniles solo perdió tres carreras y ganó 27. Manolo Saiz lo vio y le dijo al padre: "Manuel, este pa'quí". Se fue al Wurth y allí coincidió con Contador. Pero no duró. El ciclismo le pareció demasiado duro. "Le pasó como a otros muchos, que tuvo que empezar a entrenar, vio lo que era aquello y un día vino y me confesó: 'Papa esto no me va'". Colgó la bici y estudió. Es técnico electricista. El segundo de los hermanos, el mediano, era Joaquim. "A Joaquim le gustaba la bicicleta, pero era, y es, un enamorado del fútbol, del Barcelona. Creo que incluso habrá puesto alguna vez una vela pidiendo llegar a ser futbolista", dice Manuel, que llevaba al chico a correr las carreras sin hacer de esa tradición un oficio. "Nunca les exigí nada. Es más, si íbamos a correr cerca de la playa y alguno de ellos me decía que quería irse a bañar en lugar de andar en bicicleta, les dejaba. Joaquim, por ejemplo, compaginó el fútbol y el ciclismo hasta juveniles". Manuel no quiso caer en la torpeza y la inconsciencia de los padres obsesivos y forofos. Un día, en Mataró, Joaquim llegó a meta llorando. Era aún infantil y sollozaba porque entendía que había perdido la carrera porque otro niño le había cerrado. Su padre le escuchó un rato y después, cogió la bicicleta, la tiró a un contenedor y le castigó sin volver a correr durante toda la temporada. La lección era que entonces la diversión era el único fundamento del deporte. Lo serio, sabía Manuel, llegaría, si llegaba, mucho más tarde.
Ser padre es más difícil que ser director. A Manuel le llamaba 'el menonita' porque decían que siempre estaba en torno a sus hijos, controlándoles, guiándoles. Era, dice, dictador y juvenil. "Siempre me llevo y me he llevado bien con mis hijos, he compartido mucho y le he entendido, pero también he sabido ser estricto".