el Unicaja, un equipo sumido en la duda eterna, se ha convertido en las últimas semanas en el bálsamo de un Caja Laboral que ayer recibió una importante inyección de autoestima en uno de esos capítulos capaces de variar por completo el rumbo de la película. El equipo de Dusko Ivanovic continúa siendo una sombra de lo que será, de lo que debería ser, o al menos de lo que pensábamos que sería. Y está claro que los árboles no deben nublarnos la visión, no deberían impedirnos contemplar el bosque. Muchos son los síntomas de este enfermizo conjunto azulgrana, en su mayoría estructurales, de concepto, pero triunfos como el de ayer, con más o menos merecimiento, encierran un valor simbólico, anímico, mucho mayor del que supone una mera victoria en la fase regular de la ACB. Está claro que a Ivanovic le queda mucho camino por recorrer, y que un equipo tan endeble, que defensivamente es un chiste, puede considerarse cualquier cosa menos el resultado lógico de lo que el técnico montenegrino ha buscado. Pero también resulta razonable pensar que sus pupilos -los más implicados con la causa y los otros- pueden extraer una lección al comprobar el premio que ayer les proporcionó el hambre con el que buscaron el triunfo. Visto lo visto, llegarán más tardes nubosas, porque hasta que Dusko halle la fórmula para aplicar un torniquete a la sangría defensiva a este equipo le aguardan más sinsabores. La cuestión estriba en saber de qué manera van a ganar o perder, su grado de implicación. De eso ha dependido durante cinco décadas este club.
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