Nadie, ni siquiera su estrella y jugador franquicia, contaba con ellos. Chris Paul, la estrella del equipo, llegó a manifestar durante las semanas previas al arranque de la temporada que vería con buenos ojos un cambio de aires, que no se veía preparado para continuar su carrera en un equipo con tan escasas expectativas como las que aparentemente generaban los Hornets. Pero estaba equivocado. Lejos de convertirse en una franquicia perdedora, el combinado de Nueva Orleáns, con el propio Paul a los mandos, se ha erigido en la gran revelación de la recién estrenada campaña en la NBA.

El combinado de Nueva Orleáns, con un plantel parcheado y bastante corto de efectivos, ha arrancado como un ciclón el curso. La madrugada de ayer, en Milwaukee, los Hornets sumaron su sexta victoria en otros tantos partidos. Paul ha tenido que tragarse sus palabras y ha empezado a disfrutar. Sus compañeros responden. David West, la otra gran figura de esta plantilla, ha comenzado a asumir el protagonismo que algunos le reclamaban desde que llegó a la liga. El italiano Belinelli parece haber hallado el lugar donde exhibir su mejor baloncesto, mientras que Trevor Ariza y el rocoso Emeka Okafor aportan lo que es esperaba de ellos: músculo y espíritu para pegarse por cualquier balón.

A partir de ahí, poco más. El banquillo acoge a un elenco de jornaleros, entre los que se mantiene con contrato Pops Mensah-Bonsu, descartado por el Baskonia a raíz de un presunto problema físico. Sin embargo, le está bastando al conjunto de Nueva Orleáns para mantenerse, junto a Lakers y Hawks, como el mejor equipo de la competición, a pesar de que en el banquillo ya no se sienta el legendario Byron Scott, ahora en los Cavaliers, sino un técnico novato como Monty Williams, prácticamente desconocido para el gran público.

Todo lo que parecía un desastre en verano, donde los campus de entrenamiento retrataron a un equipo con demasiadas carencias, se ha tornado en ilusión en las gradas del New Orleans Arena. Los avispones han aprendido a picar.