ETAPA

Mark Cavendish (HTC-Columbia) 3h27:11

Juan José Haedo (Saxo Bank) m.t.

Manuel Cardoso (Footon) m.t.

GENERAL

Vincenzo Nibali (Liquigas) 74h47:06

E. Mosquera (Xacobeo Galicia) a 39"

Peter Velits (HTC-Columbia) a 2:00

La etapa de hoy: Los corredores deberán cubrir 231,2 kilómetros en la etapa más larga de la Vuelta, que les llevará de Piedrahita a Toledo, con un final muy exigente con repechos propicios para los clasicómanos.

Salamanca. Igor Antón, Ezequiel Mosquera… es la Vuelta de los hombres buenos.

En Pal, altitud 1.900 metros, el techo de la Vuelta, Antón toca el cielo, pues gana su segunda etapa y recupera el maillot rojo, y lo primero que le viene a la cabeza entre tanta euforia es el pobre Mosquera, al que ha atacado en el último kilómetro y le ha vuelto a dejar con las ganas. Otra vez al palo. "Me ha dado pena pasarle, pero la bonificación me venía muy bien", dice el de Galdakao, puro como un niño. Tres días después la pena cambia de barrio. Antón, líder, el mejor, se cae y abandona al pie de Peña Cabarga. Llora Mosquera. "Es una pena, era el más fuerte. Y me duele especialmente porque Igor es de las mejores personas que conozco", dice el gallego, ocho años mayor que Antón. Según el DNI. El carné de ciclista lo sacaron a la par. En 1993. Antón corrió entonces su primera carrera, en escuelas. Mosquera, la vio. Por la tele. La Vuelta Xacobea que acabó en Santiago. "Vi a Rominger, a Zulle… Me gustó tanto que me aficioné y quise matar el bicho". Cogió la bicicleta por primera vez con 18 años. Ciclista tardío. No fue profesional hasta los 24, en Portugal. Y su primera grande, la Vuelta, la disputó con 31.

Por eso, con 35, cuando la mayoría de los ciclistas piensan en la jubilación, un retiro dulce, la familia, los críos, los ojos de Mosquera tienen el brillo luminoso de los recién llegados, resistentes aún al desencanto. "Quizás sea porque siempre he ido tomándome las cosas según me llegaban, sin hacerme ilusiones", dice. Pasó seis años en Portugal sin esperar nada más. "Estaba seguro que jamás correría en un equipo español". En 2005 le llamó Óscar Guerrero para incorporarse al Kaiku. Dioni Galparsoro, ataundarra con el que coincidió en el conjunto lechero, le decía que como había estado tanto tiempo en Portugal era como si fuese neoprofesional. Con 30 años. "Tampoco imaginé que fuese a correr nunca una grande". En 2007, 31 años para 32, corrió la Vuelta. Fue quinto. Y cuarto en 2008. Y quinto en 2009. "Soñé alguna vez con el podio". Ahora, la Bola del Mundo, 38 segundos y un italiano, de Sicilia, joven pero artero, le separan de ganarla.

"Es la hostia, me siento como Cubino, como Escartín, como aquellos españoles que en los 90 luchaban contra los extranjeros por ganar la Vuelta", dice Mosquera, en plena eclosión, el punto de inflexión, incrédulo, "esta mañana me he levantado y aún no me creía lo que estaba pasando", una constante, un lastre que le atornilla al suelo. "A Ezequiel le falta confiar en sí mismo para despegar. Se lo digo, le machaco con ello, pero no hay manera", concede Álvaro Pino. Es gallego. Terco. Y proverbial. "¿Falta de confianza? Mal del animal", dice el segundo de la Vuelta. "La gente que me rodea cree más en mí que yo mismo", repite. Ven en él un potencial enorme: deportivo y humano. "Es igual que Antón. El otro día aún me recordaba la pena que le daba lo que le había ocurrido a Igor. Todos los rivales de los que habla son unos tíos de puta madre para él. Nunca le oí hablar mal de ninguno. Ezequiel es demasiado buena persona para este deporte", traza Pino. La bondad no da pedales. Si lo hiciera, quizás Mosquera tendría ahora el palmarés de, por ejemplo, Cavendish, el chico malo del HTC-Columbia, que ganó su tercer sprint de la Vuelta en Salamanca, primera de las dos estaciones antes de trepar mañana a la Bola del Mundo, y suma 23 triunfos en las grandes en sólo tres temporadas.

koldo descarrila Mientras llega el día de la Bola, los ciclistas respiran. O resoplan. "Ya no hay días de transición", dice el líder Nibali. Ni siquiera en las etapas llanas. Ayer corrieron de Valladolid a Salamanca en menos de tres horas y media. A 43 por hora. Con el viento en contra. Un alivio para Mosquera. "Te sopla de costado, te cortas, y pierdes todo lo ganado en la crono. Son días de tensión, de estar con las orejas tiesas". Nervioso. El final fue de vértigo. Ratonero, ratonero. Por las calles de Salamanca el Quick Step puso un ritmo feroz que enfiló el grupo. Procesión. "Se iba a muerte". Cavendish tuvo que cambiar hasta cinco veces de piñón. Por allí iba Koldo Fernández Larrea, solo. Tiene pólvora en las piernas el alavés, pero no dispara. A 400 metros tuvo que apretar el gatillo. El del freno. "Si no lo hago me caigo". Descarriló, se echó a la izquierda y se levantó sobre la bicicleta maldiciendo. Los demás siguieron corriendo. Todos a rueda de Goss, el lanzador del Columbia. Un diablo. Es de Tasmania. Dejó a su líder a un palmo de la meta. Cavendish remató. Una faena limpísima. La tercera.

Por detrás el pelotón entró hecho trizas, desperdigado. "La gente va pasadita", dice Sastre, que aún aspira a ganar una etapa. Tan destrozado llegó el pelotón que los jueces picaron tiempo. Cinco segundos a Nibali. Los mismos que a Mosquera. Corren pegados. La Vuelta más montañosa y espectacular de los últimos años se decide en los detalles. Segundos. "Espero no tener que echar de menos los 30 que perdí del pinchazo en la crono", dice el rival italiano de Mosquera, que asoma por la mañana la nariz entre las sábanas, huele el frío, la humedad, "que llueva, que llueva", y le asoma una sonrisa deliciosa a su cara de hombre bueno.