Estados Unidos confirmó los pronósticos y recuperó el título de campeón del mundo después de una larga travesía por el desierto. La selección del país que inventó el baloncesto hace más de un siglo se encargó de imponer en un torneo en el que ha dominado con displicencia la nueva versión de este deporte. Un grupo de jugadores de otro planeta, físicamente superiores, arrasaron a su paso a cuantos rivales se fueron encontrando en su camino hacia el oro. El último superviviente, el anfitrión, salió magullado y tocado en su orgullo tras la tremenda paliza que le endosó el colectivo que Mike Krzyzewski diseñó con el único objetivo de evitar ridículos como los de anteriores citas.

El Dream Team salió ayer a ganar y se pasó de frenada. Toda una final de un Mundial quedó resuelta en poco más de diez minutos. A diferencia de compromisos previos, en los que los norteamericanos se habían limitado a imponer por inercia su superioridad física y técnica, ayer sobre la pista del Sinam Erdem Dome se vio desde el salto inicial a un equipo dispuesto a abreviar la relativa incertidumbre que planeaba en torno a la identidad definitiva del equipo que sucedería a España como nuevo monarca del baloncesto mundial. Por si alguien tenía dudas, la estrella del equipo de Krzyzewski, Kevin Durant, apenas tardó unos minutos en disiparlas por completo.

El alero de los Oklahoma City Thunder, que recibió el merecido MVP del campeonato, se vistió de killer para sofocar el ímpetu de un equipo turco que había alcanzado la primera final de su historia, en gran parte, gracias al asfixiante apoyo de su público. Bogdan Tanjevic tenía un plan para reducir la incesante producción ofensiva del Dream Team. Pero sólo funcionó unos minutos. El seleccionador del equipo turco planteó una zona insultante, casi burlona, que cerraba todas las vías de acceso al aro y permitía tiros cómodos de larga distancia a algunos jugadores rivales.

En otros partidos del Mundobasket Estados Unidos había sufrido para atacar este tipo de sistemas defensivos, poco habituales en la NBA. Pero ayer Durant se encargó de reventar la estratagema. Tres triples suyos y otro del rookie Stephen Curry acabaron con las viscerales esperanzas de los anfitriones. Apoyados en la grada y en la inspiración del genial Turkoglu, los pupilos de Tanjevic lograron sobrevivir con dignidad durante buena parte del primer cuarto. Fue engordar para morir.

Dos triples consecutivos del nuevo jugador de los Suns obraron el milagro con casi siete minutos disputados. Turquía tomaba las riendas en el marcador (17-14) y el ambiente en el pabellón amenazaba con comerse a los americanos tras un par de acciones en las que Turkoglu le buscó la boca a Tyson Chandler y Derrick Rose para calentar el parqué y las gradas. Cualquiera, incluidas las estrellas de la NBA, disponían de licencia para que les asaltaran las dudas.

cabeza fría Sin embargo, no contaba la eterna figura turca con la poco habitual corrección del plantel con el que Coach K se había plantado en el Mundobasket. El legendario técnico americano retiró a Chandler y, ante la ausencia de Odom, atendido en la grada tras producirse un corte en la nariz, se sacó un as de la manga con el que nadie contaba: dio entrada a Rudy Gay y dispuso un quinteto sin jugadores interiores. Turquía, incapaz de superar la eléctrica defensa de este equipo de bajitos, comenzó a sufrir contragolpes que destrozaron definitivamente la final. Apenas habían transcurrido tres minutos del segundo cuarto y en el marcador ya se leía The End.

Todo lo demás fueron fuegos de artificio. Turquía tiró de orgullo para subsistir. Pero poco a poco el rumor de las abarrotadas gradas del pabellón de Estambul se fue ahogando. Con Ilyasova desaparecido, Tanjevic trató de sacar partido a otro recurso que muchas de las anteriores víctimas de Estados Unidos intentaron explotar sin demasiada fortuna. Recurrió a sus gigantes y trató de cargar el juego al poste bajo. Por momentos dio la impresión de que había hallado un canal por el que equilibrar el choque. Pero era sólo otro espejismo.

Durant volvió a tomar las riendas del partido e impuso la lógica. Con 20 puntos en su casillero antes de alcanzar el descanso, el jugador de los Thunder había finiquitado una final que vivió una segunda parte tan anodina como la que cuatro años atrás disputaron en Saitama España y Grecia. Con diferencias que nunca bajaron de la decena de puntos, sólo un par de aciertos del ex baskonista Arslan desde el perímetro devolvieron el barullo al pabellón. Para entonces, Estados Unidos hacía demasiado que se sabía ganador. Lamar Odom y Rudy Gay se sacudieron los corsés que les había regalado Krzyzewski y tomaron el testigo de Durant.

Cuando la renta de Estados Unidos superó la barrera de los veinte puntos el Sinam Erdem se transformó un velatorio. Entonces, ya derrotados, Tunceri y Turkoglu se besaron los escudos, aplaudieron a la grada y la afición turca cayó en la cuenta de que su equipo no había perdido el oro, porque siempre fue un objetivo imposible, sino que había ganado la plata. La grada volvió a rugir y a festejar mientras Durant y sus secuaces se abrazaban orgullosos. Habían cumplido su cometido. El oro ha vuelto a casa.