ETAPA
1º Carlos Barredo (Quick Step) 4h33"09"
2º Nico Sijmens (Cofidis)a 1:07"
3º Martin Velits (HTC-Columbia)a 1:43"
GENERAL
1º Vincenzo Nibali (Liquigas)65h31"14""
2º Joaquín Rodríguez (Katusha)a 4"
3º Ezequiel Mosquera (Galicia)a 39"
La etapa de hoy, 16ª: Gijón-Cotobello (Especial, 170 kilómetros).
Cangas de Onís. Carlos Barredo ya había subido mil veces antes a los Lagos de Covadonga, pero ninguna vez con tanto afán como la primera y la última, ayer, ambas empujado por su padre. La primera fue de chaval, cuando ni siquiera era ciclista. Subió para serlo. Para tener una bicicleta de carreras. Se la prometió su padre. Pero para eso antes tenía que subir los Lagos, a 30 kilómetros del pueblo. Era un domingo, día de fútbol, de partido, de aburrimiento para Carlos, de nostalgia, de pena porque él no podía andar como los demás críos dando patadas a una pelota porque se había destrozado el pie en un accidente. Estaba dormido en el sofá de casa, llamaron a la puerta, se levantó grogui y no reparó en una mesa enorme de cristal con la que tropezó. Se le cayó a plomo en el pie. Cojo. No le quedó otro juguete que la bicicleta. Una mountain bike. Un trasto pesado. Con eso no podía correr. Así que le pidió a su padre una de verdad, de ciclista. "Vale, si subes a los Lagos". Ese domingo subió. El lunes le compraron la bicicleta.
Ayer, domingo también, el día lloroso como si las nubes añorasen a Igor Antón tanto o más que sus propios compañeros de equipo, chicos desorientados y abatidos -Beñat Intxausti echó pie a tierra-, tanto o más que la propia Vuelta, desposeída de su bien más preciado, un líder fresco, poderoso, ilusionante y querido, Barredo volvió a subir los Lagos con la misma y terrible tenacidad de entonces. Impulsado por esa necesidad física de estar continuamente en fuga, en soliloquio. Camina o revienta. Así se hizo un nombre en el norte, en las clásicas, su pasión ciclista. Más que ninguna, el Tour de Flandes. Con 24 años Patrick Lefevere, patrón del Quick Step, entonces de Boonen y Bettini, quiso ficharlo. Barredo corría en el Liberty Seguros de Manolo Saiz, que se enteró de la propuesta y acusó a Lefevere de querer destruir su escuadra. Meses después estalló la "Operación Puerto". Barredo y una generación de ciclistas asombrosos, Contador, Luis León, Dani Navarro o José Joaquín Rojas, se desperdigaron. El asturiano se fue con Lefevere. Al Quick Step. A Bélgica. Al país de las clásicas donde los ciclistas se hacen duros. De piedra. Barredo era un diamante. Asturiano. Tierra minera.
De piedra, tieso, se quedó hace dos años cuando le llamaron por teléfono y le dijeron que a su padre le tenían que meter en el quirófano para solucionar un problema en la aorta. Estaba en una concentración previa al Tour.
La abandonó y se fue a casa. Desde entonces le debe una dedicatoria Barredo, que contó ayer la historia y tuvo que matizar después que su padre seguía vivo, que no era un homenaje póstumo pero que igualmente había subido los Lagos impulsado por el deseo irrefrenable de regalarle un triunfo "espectacular" en el mismo lugar en el que se había ganado su primera bicicleta y donde antes había visto ganar, en los 90, hasta donde llega su memoria, a Herrera, Perico, Rincón o Jalabert, más escaladores que él, que trepó, de todas formas, de una manera asombrosa.
De hecho, apenas pasó la angustia de ver arrancar a Martin Velits, el gemelo de Peter, que va como un tiro y es cuarto en la general, cuando el grupo de fugados en el que viajaban enfiló la subida y el checo salió disparado, catapultado. "Me sorprendió su fortaleza", dijo Barredo, quien apurado salió en su busca. Unos metros después se quedó solo. Para siempre. Únicamente le inquietó la presencia de Nico Sijmens, a 40 segundos en La Huesera. Del grupo de favoritos ni siquiera se preocupó.
Porque venía lejísimos y al trote, un pedaleo lánguido y triste como si extrañara a Antón, el más fuerte de la carrera, el mejor, el único ciclista que parecía capaz de hacer hincar la rodilla a Vincenzo Nibali, buen escalador, mejor contrarrelojista y líder en Peña Cabarga por el desplome dramático del vizcaino, que mientras veía la subida desde la habitación del hotel de Cruces donde se recupera de la operación de su maltrecho codo derecho pensó que le gustaría que ganase algo, una etapa, la Vuelta, lo que sea, Ezequiel Mosquera, un valiente.
nibali, con los dientes Como Sastre, el primero en atacar. En La Huesera. Lo más duro. No más que el abulense, pura obstinación. "Me pueden más el corazón y las ganas que las fuerzas". Las extrañó y se echó a un lado. Al frente quedó Mosquera, el gallego que aflora con la lluvia y el frío, que miró a su espalda, vio una pequeña grieta que le separaba de Nibali y decidió que era el momento de probar las hechuras de líder del italiano, maglia rosa tres días y tercero en el pasado Giro y séptimo en el Tour de 2009. "Nibali asusta", dijo lacónico Purito, que se metió en el bolsillo del italiano mientras Mosquera, testarudo con el desarrollo, casi bruto, se perdía entre la niebla más por la densidad del velo blanco y húmedo que por la ventaja que acumuló, que nunca fue grandiosa.
Porque el gallego no marchaba como en Pal -"Las piernas duelen", argumentó- y porque Nibali no se cebó con él como entonces, sino que templó el paso, sobrevivió en La Huesera y el Mirador de la Reina y se la jugó, temerario, una confianza en su dominio de la bicicleta que casi le cuesta un disgusto -rozó la roca- en uno de los descensos que alivian el sufrimiento antes de la entrada en tromba en meta.
Allí había llegado Carlos Barredo con más de dos minutos de ventaja que hubiera querido Mosquera, que sólo rascó 11 segundos, "demasiado poco para tanto esfuerzo", a Nibali, Velits y Purito. Los cuatro gobiernan la general con el corredor italiano líder. A cuatro segundos está Purito, a 39 Mosquera y a 2:29 el sorprendente Velits, que le saca un segundo a Tondo, atascado ayer en los Lagos, donde se dejó un pequeño mundo: 1minutos y 51 segundos tal como está la carrera.
Un mundo, pero recuperable en la dantesca etapa de hoy, más terrorífica aún bajo la lluvia, con San Lorenzo, La Cobertoria y el recuerdo del cegato Zülle desparramado en su descenso, y la llegada inédita a Cotobello, la montaña de Samuel.