ESLOVAQUIA: Mucha, Pekarik, Skrtel, Durica, Zabavnik, Strba (Min. 87, Kopunek), Kukca, Stoch, Jendresik (Min. 92, Petras, ), Hamsik y Vittek (Min. 94, Sestak).
ITALIA: Marchetti, Zambrotta, Chiellini, Cannavaro, Criscito (Min. 46, Maggio), Pepe, De Rossi, Montolivo (Min. 55, Pirlo), Gatusso (Min. 46, Quagliarella), Ianquinta y Di Natale.
Goles: 1-0. Min. 25; Vittek; 2-0. Min. 73; Vittek; 2-1. Min. 81; Di Natale; 3-1. Min. 89; Kopunek; 3-2. Min.92; Di Natale.
Árbitro: Howard Webb, inglés. Amonestó a Strba, Mucha, Pekarik y Vittek por Eslovaquia y los italianos Cannavaro, Pepe, Quagliarella y Chiellini .
Incidencias: Ellis Park de Johannesburgo ante 53.412 espectadores.
Vitoria. En los estertores, en la boca del infartante desagüe, a un milímetro del abismo, el último fogonazo de la decrépita, ruinosa y herrumbrosa Italia, ése que les iluminaba cuando más agonizaban, que les ha convertido en una leyenda inmortal, orgullosa, quijotesca, gotresca en sus maneras, obesa, sin embargo, en la vitrina, le correspondió a Pepe, un futbolista de escaso vuelo, un centrocampista menor. Su intento de volea, en las tripas del área eslovaca, a un palmo del enésimo milagro, -de marcar, Italia se habría clasificado con tres empates- se la chamuscó el destino en forma de defensa, que por una vez se hizo amante del fútbol, algo que los azzurri desprecian porque lo suyo siempre ha sido la supervivencia, la providencia y los asuntos del Altísimo, por algo el Vaticano está incrustado en Roma. Además, Italia siempre ha contado con algún santón de su parte aunque fuera un inopinado protagonista, un secundario. A los campeones del mundo, puro escombro de la tropa compacta y efectiva de hace cuatro años, les derrotó Eslovaquía, una selección vivaracha que amanecía en su primer Mundial, pero sobre todo la falta de un hilo conductor que regenerara un equipo viejo, desvencijado, mediocre, sin luz, brújula ni ancla. A falta de un fantasista, -no hay quien dé relevo en la desconchada Italia a la extraordinaria herencia de Baggio, Del Piero o Totti- el único jugador al que no le quema la pelota y que tiene licencia para la inventiva, el mimo y el diálogo con el balón, a la nazionale, vacía de punta a punta, no le queda nada: ni su abrumador historial, ni el tonelaje de su camiseta, ni la picaresca, ni una moneda al aire, ni la azarosa ruleta, ni la mística.
Sin jugadores, los jóvenes no alcanzan el nivel de los baqueteados veteranos, lo esencial; y sin los intangibles, los detalles que han elevado a rango de epopeya cualquier actuación de los azzurri en los grandes torneos, a los pretorianos, futbolistas agonísticos, en pleno ocaso, de Lippi -"es lo mejor que hay", dice lacónico el sabio Marcelo-, les tumbaron los achaques y la falta absoluta de todo lo que se parezca a fútbol.
Eslovaquia, bisoña, que cuenta con algo de velocidad, mucho entusiasmo, contagiosa alegría y cierto credo futbolístico, volteó a Italia, lo más similar a un paisaje lunar, sin un punta cualificado al que agarrarse porque Di Natale, Quagiarella y Iaquinta son una pésima versión, rebajadísima, de cualquier delantero que ha agigantado el mito italiano que necesitan que todo cuadre para celebrar un gol. A falta de filo en el área rival, Italia no se sostiene ni en la propia, lo que viene a ser un puntapié en el alma del calcio, en el modo de entender el fútbol en el país que absuelve cualquier desliz ético, pero que penaliza la falta de estética, pero sobre todo, recibir goles porque para el tifoso el fútbol es embarazoso, sufriente.
Cannavaro, otrora líder absoluto, general en plaza, musculado centurión de un línea defensiva dorada, -obtuvo el Balón de Oro tras su esplendor del Mundial de 2006-, no deja de ser un tipo simpático y bien parecido que acabará su brillante biografía futbolística en el vergel árabe después de retratarse torpe, lento y depresivo en la trinchera, su pretérito paraíso, un averno en Sudáfrica donde pifió tanto ante Paraguay como frente a Nueva Zelanda. La caída del desgastado Fabio, un tranvía renqueante, simboliza el derribo de Italia porque la nazionale se puede permitir ser corta, cicatera, usura, fea y escueta en el frente de ataque pero jamás puede serlo cuidando su parcela, su El Dorado.
al asalto Hasta ese lugar sagrado, hasta el corazón de Italia, llegó el saqueo de Eslovaquia, que desnudó las miserias de los campeones del mundo, en su peor perfil, un esqueleto, últimos de grupo con dos lamentables empates ante selecciones sin jerarquía. A falta de una catarsis colectiva en Italia, que cedía 2-1 tras recortar Di Natale el doblete de Vittek, Kopunek ejecutó a los de Lippi con un gol Made in Italy. Sacaron de banda por el callejón del siete los eslovacos y a los defensas de la nazionale, inventores de la artimaña y de la parasitología, no se les ocurrió otra cosa que quedarse pasmados ante el atrevido asalto de Kopunek, que se presentó ante Marchetti, sorprendido como sus compañeros de cierre, y aceleró el proceso de desguace de los italianos. Para entonces Lippi, que agitó el banquillo en busca de Pirlo, el único que tiene vigencia, pulso, tacto y foco para oxigenar la quejosa propuesta italiana, chasqueaba con la melancolía su nuca, recordando lo que fueron y lo que no son. A Buffon, alejado del marco italiano por una hernia discal, los dedos le tamborileaban entre la zozobra, y a Gattusso, el tanque de aire de la invencible Italia, recostado en el banquillo del desasosiego, se le caía, resignado, el espíritu.
La galería de gestos, parcos, suponían un ataque de histeria, pura ansiedad, en la columna vertebral de los transalpinos, encorvados después de que Skartel sacará en la línea de gol un estupendo empalme de Di Natale. El oráculo había abandonado a Italia, que reclamó la presencia de sus ancestros para combatir hasta el último aliento. Llamó entonces a la heroíca, a la supremacía del agonismo, para alcanzar el empate cuando cedían por 3-1 y Quagliarella acudió a la petición de socorro con el tiempo estrujando el gaznate con un bellísimo gol en medio del detritus. En busca de un héroe que glorificar, la nazionale encontró a Pepe. Un simple mortal. Como Italia.