NICOLAS Anelka (Versalles, 14-III-1979) no sonríe. Es uno de esos jugadores de fútbol que parece estar peleado con todo el mundo. Posiblemente su infancia en Trappes, un arrabal de París a donde sus padres, originarios de La Martinica, llegaron en 1974, marcó a fuego a un niño que tuvo que buscarse la vida desde muy joven.

El pequeño Anelka, que no destacaba en los estudios, buscó su futuro en los deportes. Probó el tenis, explotó su velocidad en el atletismo y se decantó por el fútbol cuando descubrió que podía compaginar rapidez con olfato goleador. Sus virtudes no pasaron desapercibidas para los técnicos de la escuela francesa que, con 13 años, lo incluyeron en el INF Clairfontaine, el centro creado para aglutinar a las promesas galas. Allí coincidió con con Trézéguet o Christanval.

No tardó en destacar. Su larga figura no le impedía tener una técnida depurada. Así que Luis Fernández, entonces al frente del Paris Saint Germain, no dudó en ofrecerle el primer contrato profesional cuando Anelka había cumplido los 16 años. La salida del tarifeño del equipo parisino propició el comienzo del peregrinaje de Anelka por el fútbol europeo.

Su destino fue Londres, donde Arsene Wenger ya comenzaba a construir un poderoso Arsenal. Anelka acusó el cambio de cultura y le costó adaptarse al fútbol inglés, fue clave en el doblete que logró el conjunto londinense en la temporada 1997-98. Un curso más tarde anotó veinte goles y ganó el Trofeo Jugador Joven. Sin embargo, tampoco sonrió. Al contrario, pidió a la directiva que mejorara sustancialmente su contrato. Los seguidores del Arsenal descubrieron su carácter y la apodaron como Le Sulk (El Malhumorado). Anelka buscó un nuevo destino.

Madrid fue su siguiente etapa. Contaba veinte años de edad y el club blanco pagó por él 33 millones de euros. Demasiados por un jugador que nunca se adaptó, que estuvo 45 días suspendido de sueldo por negarse a entrenar, que no se llevó bien ni con sus compañeros de plantilla ni con Vicente del Bosque, pero fue vital para llevar al equipo a la final de la Liga de Campeones, en la que fue titular, que el Real Madrid ganó al Valencia.

Anelka volvió al PSG, que pagó al Real Madrid los 33 millones que había desembolsado por su traspaso el año anterior, pero la Liga francesa era poco para él. Se marchó cedido al Liverpool antes de fichar por el Manchester City, que pagó por el veinte millones de euros. Quizás fue el único club donde fue feliz, pero sus 36 goles en dos temporadas no fueron suficientes para buscar acomodo y en el verano de 2004 se marchó al Fenerbahce turco.

Regresó a la Premier en 2006 en las filas del Bolton Wanderers, donde permaneció hasta enero de 2008 cuando el Chelsea de Abramovich y Mourinho, donde continúa.

Todas estas idas y venidas no suavizaron un carácter agrio y difícil. Sus diferencias con Domenech vienen de antiguo. Ya discutió con el seleccionador francés en el anterior Mundial cuando Cissé se lesionó antes de viajar a Alemania y Domenech se decantó por convocar a Govou. "Es una verdadera vergüenza... Estaba totalmente disponible y listo para disputar el Mundial. Creo que podría haber ayudado a Francia", dijo un Anelka que no volvió a ser convocado hasta el año siguiente. Su reestreno con los bleus vino acompañado por el gol de la victoria ante Lituania, lo que hizo declarar a Domenech que "éste es el Nicolas que quiero ver". Seguro que ya no tiene la misma opinión. Y seguro que Anelka no sonríe.