recién extinguido el Parejas de 2004, en el que Martínez de Irujo se presentó en sociedad ante el senado de la pelota alcanzando la final junto a Oskar Lasa tras su bautismo profesional en junio de 2003, Juan Ángel, su padre, y Jokin Etxaniz, director técnico de Aspe, trataban de persuadir al joven y fogoso delantero para que se tomará un respiro, para que se diera una tregua, para que pulsara el botón de pausa, para que olvidará el crepitar de los 100 metros lisos y pensara en el maratón, en el aliento largo. Intentaban Juan Ángel y Jokin de mimar a Juan para protegerle de los embates de una profesión exigente, mirando al futuro, pero Martínez de Irujo era presente y decidió, valiente, osado, situarse en los tacos de salida del mano a mano contra la opinión de su padre y de su técnico. "Ni mi padre ni Jokin querían que jugara aquel Manomanista, decían que era demasiado trote, que mejor descansara". "Hiciste bien en no hacernos casos", interviene Jokin Etxaniz, al tanto de la conversación. "Se han equivocado pocas veces, pero en aquella ocasión no acertaron y quedé campeón", rememora jocoso el de Ibero, que dejó pasmado al planeta manista por tamaña erupción, en las tripas del Ogueta desde donde traza aquel día de junio en el Atano III de Donostia ante Xala, en el que estrenó un símbolo anudado al cuello, un recuerdo de la gesta, un souvenir de campeón, una imagen de San Fermín bordada en un pañuelo rojo.
Con aquella prenda, parte de su vestimenta de nuevo emperador del Manomanista, enlazada por el abrazo de su amigo Lagarto ascendió a la cornisa del podio el delantero navarro. "Una de las primeras imágenes que me viene a la memoria es la foto en el podio con el pañuelo rojo", expone Martínez de Irujo, que enmarcó la zamarra, la esforzada piel, de su homérico triunfo en el altar de la dicha y la felicidad. "Tengo la camiseta con la que jugué enmarcada y a la vista. Es un gran recuerdo", apunta el delantero de Ibero, que estima que no existe mayor alegría que la que otorga en la autoestima la primera txapela por inesperada, por sorprendente. "He tenido suerte de ganar varias txapelas, pero la que más ilusión hace es la primera. Fue muy especial, la alegría es inmensa y cuesta creer que la has logrado", evoca Martínez de Irujo que sin embargo no se regodeó en su éxito. De hecho, apenas lo ha revisitado ni revisado. "La final la vi en vídeo en su día, pero luego no es un partido que haya visto muchas veces, la verdad". La elástica, la txapela y la memoria son los más poderosos fotogramas, el espinazo del archivo paisajístico de hace seis años. "Tanto Xala como yo éramos muy jóvenes cuando llegamos a la final y desde entonces creo que hemos cambiado mucho. Llegamos a la final con poca experiencia", dice el de Ibero, que el domingo encarará ante el lekuindarra su quinta final del Manomanista ante el mismo pelotari con el que inició su extraordinario ciclo.
pocas palabras Rememora Martínez de Irujo que en el vestuario, mientras se ponían los tacos apenas hablaron. "No por nada en concreto, pero entre que yo era un recién llegado y que Xala es callado, tímido, hablamos poco en el vestuario. Cuando lo hicimos, no fue de la final, eso seguro. Hablas de cualquier cosa menos de pelota", perfila Juan, que subraya el desconocimiento que tenía de su propio interior: "Entonces no me conocía ni a mí mismo, así que como para saber cómo era Xala. Eres joven y no sabes muy bien ni cómo eres y Xala y yo habíamos coincidido poco porque yo llevaba poco tiempo en profesionales". Ciertamente Irujo era difícilmente etiquetable, más allá del aspecto revolucionario de su juego que le sirvió para completar un torneo inmaculado de punta a punta. Encadenó el desconocido Irujo siete triunfos, desde Imanol Agirre a Xala pasando por Sèbastien Gonzalez, Asier Olaizola, Patxi Eugi y Aimar Olaizola, al que colocó un punzante 22-1 en una lección magistral de pelota en la liguilla de semifinales. Nadie manejaba referencias con suelo sobre su la efigie del navarro que asombraba a cada obstáculo que se le personaba en el trayecto. "Gané todos los partidos. Estaba muy bien de juego. Ganar a Aimar fue especial. Me salió todo perfecto aquel día", asume Juan, al que colgaron el cartel de favorito ante el lekuindarra, al que había superado en la liguilla de semifinales por 22-15. "A la final fui de claro favorito, pero la presión se la pone uno mismo", descubre el delantero de Ibero, que condujo su coche hasta asomarse a las puertas del Atano III. "Me gusta conducir el coche cuando voy a los partidos. Me siento más cómodo si soy yo quien conduce".
Trató de conducirse con similar determinación cuando saltó a la cancha, pero los nervios, juguetones, burbujeando en su estómago, hicieron tenaza sobre su efervescente, salvaje y grueso tomo del manual de estilo. "Los dos empezamos nerviosos la final. Se notaba que era un gran día", indica el navarro arañándole capítulos al recuerdo. El inquieto estado de ánimo -"porque la espera, la víspera se hace muy larga", describe Irujo- con el que danzaban Yves y Juan equilibró los postulados de ambos en el luminoso que sudaba en la sauna del Atano III, una caldera el 13 de junio. "No me acuerdo de muchos detalles de la final, pero sí que hasta la mitad del partido estuvimos igualados en el marcador".
juan despega Entonces, Martínez de Irujo, más asentado, atemperado el sistema nervioso, viró su discurso y afiló el juego a bote, con el que se elevó varios palmos sobre el lekuindarra, que no hallaba respuesta ante el látigo inclemente del navarro que abría mucho hueco empleándose con devoción con la derecha a modo de tuneladora y manejando la dejada para rentabilizar el dominio. "Estuvimos igualados, (14-12) luego él se fue", concreta escueto Yves sobre aquella final. El estirón de Juan dislocó definitivamente al delantero de Lapurdi, incapaz de sostenerse ante el acaso al que le sometía Martínez de Irujo que se disparó hasta el 22-12. Le alcanzó entonces a Juan una "explosión de alegría: ¡Ganar el mano a mano! No me lo creía". El torbellino de gloria, el huracán del éxtasis, le acercó al cielo. "En esos momentos y hasta tiempo después no asimilas el triunfo", apunta el delantero de Ibero, que cuando posa su mirada en el retrovisor ve que "jugaba más alocado que ahora. En estos momentos me siento más maduro y sé lo que me hago en la cancha, soy más consciente".
Concluidos los fastos, la noche, los cánticos y la resaca triunfal, Juan Martínez de Irujo se hamacó durante una semana en las playas de Punta Cana. "Los campeonatos te dejan cansadísimo, sobre todo psicológicamente. Necesitas desconectar". No pudo hacerlo del todo Juan porque su empresa, Aspe, sabiendo de su capacidad tractora, del peso de la txapela del Manomanista, le reclamó para el festival que conmemoraba el centenario del Astelena de Eibar. "Fue un honor jugarlo". El mismo con el que se enfundó la casaca colorada, la que distingue durante todo el año al campeón del Manomanisra, al rey de reyes. La otra zamarra, la azul, la de la mejor de sus conquistas, la primeriza, descansa enmarcada en el museo de su biografía, esa que anudó con fuerza un pañuelo rojo.