pase lo que pase el martes en el Buesa Arena -y si es necesario en los siguientes duelos-, la demostración de capacidad competitiva que ha exhibido el Caja Laboral en las dos primeras entregas de la final merece un monumento en la Virgen Blanca. Dusko Ivanovic ha realizado un trabajo soberbio en la preparación tanto táctica como anímica de la serie. La imagen que ofrecen sus pupilos resulta escalofriante, aterradora. Pocas veces he visto a un equipo tan concentrado, tan enchufado, con las ideas tan claras. El baloncesto, como decía Valdano refiriéndose al fútbol, también es un estado anímico. Y en el alma de los jugadores baskonistas anida un evidente ansia de reivindicación. Hemos sido muchos, yo el primero, los que hemos quedado retratados al analizar de antemano la final. El carácter invencible que le conferíamos al Barça, como ha quedado a la vista en estos dos primeros partidos, puede ponerse en entredicho si se pulsan las teclas adecuadas. Ivanovic, que también alberga un sentimiento propio de demanda tras su frustrada etapa en el Palau, ha logrado consumar su venganza con brillantez. Lo que ha conseguido el equipo gasteiztarra en estos dos primeros capítulos de una eliminatoria que ya no me atrevo a decir si está decidida, más allá de que acabe por adjudicarse su tercer título liguero, ha bastado para cerrar muchas bocas. Como digo, la mía la primera. El Barça dispone de varias estrellas en sus filas, pero la receta que ha permitido a Xavi Pascual convertirlo en un equipo capaz de ganar todos los títulos en juego se basa precisamente su condición colectiva, su espíritu de equipo. Cada pieza ejerce una función. En el Baskonia, justo en el momento preciso de la temporada, está sucediendo algo similar. Ivanovic, que no pudo hacerlo antes por las lesiones, ya tiene un bloque. Ahora sí se está dando un duelo entre iguales, entre dos equipos. El hambre de reivindicación y gloria es lo que está marcando la diferencia.
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