Vitoria. El miércoles en la Flecha Valona Alberto Contador acabó tercero cuando buscaba hacerle una muesca más a su trayectoria de hombre récord, una distinta, alejada de su entorno, las vueltas -cualquiera de ellas, cinco días, una semana, tres...-, enmarcada en el paisaje añejo de las Ardenas que le es tran extraño. Se llevó un cabreo monumental. O una rabieta, al menos. Lo reflejaba su mirada, de hielo, en el podio. "Es que", justificaba su ambición, un apetito voraz que le emparenta con Merckx, "me sobraron 70 metros y cuando estás tan cerca te gusta aprovecharlo". Cuatro días después, ayer, en Ans, el barrio obrero de Lieja, fachadas de ladrillo tiznado, tejados de ceniza, el espíritu de domingo del proletariado volcado sobre los cuerpos retorcidos de los ciclistas, los héroes del pueblo, el chico de Pinto, tocado, con los malditos calambres amenazando con paralizarle los músculos, con la dichosa alergia estrangulándole los pulmones, acaba décimo la Lieja-Bastogne-Lieja y, lejos de frustrarse, esboza una sonrisa de satisfacción insondable, aparca su bicicleta donde puede y corre al encuentro de Alexandre Vinokourov, que lagrimea emocionado. Ambos se funden en un abrazo. Y el abrazo tiene una carga simbólica enorme: es un lazo que une a dos ciclistas que se necesitan mutuamente, que apelan al sentido gremial para encaramarse al éxito.

Ambos salen victoriosos de la última de las batallas de las Ardenas, la más monumental, la más legendaria. Vino, el héroe kazajo que corre como se corría antes, con rabia, coraje y orgullo, gana cinco años después su segunda Decana, tras superar mil penurias, sobreponerse a dos años de sanción por dopaje -dio positivo por transfusión sanguínea en el Tour de Francia de 2007- que expiraron en julio pasado y reingresa en la leyenda ciclista con una pirueta sublima cargada de épica y reivindicación que deja pétreo el rostro de Christian Prudhomme, director del Tour, que de pie en Ans musita sin pasión, con cierta desgana, que Vinokurov "cometió un error y fue sancionado por ello, ahora ha cumplido la suspensión y ha vuelto". Contador, por su parte, gana un amigo, un alma entregada para el Tour de Francia, donde la soledad es nefasta compañera, donde toda ayuda es poca. Y gana, el Astana, pues se rebaja el tono de las críticas sobre la endeblez -justificadas en muchos casos- del equipo que debe arropar al bicampeón del Tour en julio. Por la mañana, en el autobús, reunidos por segunda vez en la temporada -la primera fue en el Criterium Internacional- Contador y Vinokourov se repartieron los galones. El madrileño, más escalador, mandaría cuesta arriba; el kazajo tenía vía libre para buscarse la vida. La estrategia permanecía inalterable cuando el pelotón, un bloque numeroso y compacto que no se alteró en la legendario Redoute, afrontó la Roche aux Faucons, 1,5 kilómetros de muro a menos de 20 de meta, donde se disparó Andy Schleck, como ya hiciera un año antes, nada más comenzar. Se soldó a su rueda Philippe Gilbert, más cerca que nunca de alcanzar su sueño, ganar la Decana -se crió en una casa al pie de la Redoute-. Nadie más. Evans, porque no son asunto suyo esas arrancadas brutales; Valverde, porque estaba aún aturdido por una caída en la que se había lastimado el hombro y la cadera; Contador y Antón, los dos escaladores más en forma, porque andaban despistados, desorientados, y entraron retrasados, entre el amasijo de codos inquietos, al embudo inicial de la cota.

Tardó el del Astana en remontar hasta la cabeza del grupo donde se balanceaba Evans en la duda, sin saber si lanzarse a por Andy y Gilbert o esperar a que alguien arreglase el entuerto. Lo hizo Contador, que se fue como un proyectil, cuesta arriba como sólo él puede. Alcanzó al dúo cuando se extinguía la Roche aux Faucons. Luego llegaron los demás, también un impresionante Antón. Y cuando todos trataban de domar las pulsaciones, de recuperar el resuello, entre cavilaciones y miradas de desconfianza, apareció Vinokourov, que lanzó un obús al que sólo siguieron las miradas.

"Entonces", explicaba Contador, "tuve claro que tenía que hacer lo mismo que hizo el Saxo Bank con Andy Schleck el año pasado". Hizo de freno. Pese a que descuidó a Kolobnev, clon ruso de Vinokourov, musculoso, terco, entregado, corajudo, bruto y genial, que se fusionó con el kazajo; y, más tarde, a Gilbert, que reventó al madrileño, se alió con Evans y Valverde para perseguir lo inalcanzable.

En Saint-Nicolas, donde Vinokourov trató de soltar a Kolobnev, que se agarró con los dientes al dorsal de su rival, Gilbert explotó de rabia, de pura impotencia. Fue una exhibición desesperada. Baldía. En la recta de Ans, una cuesta que sublima la resistencia al dolor, se emparejaron kazajo y ruso en una batalla psicológica extraordinaria. Lo siguió Contador por el pinganillo y "la piel de gallina", los pelos como escarpias. A 200 metros de la cima, se catapultó Vinokourov definitivamente, pese a la increíble resistencia de Kolobnev, que luchó hasta más allá de la extenuación. Tras ellos entró Valverde, que tumbó al sprint al abatido Gilbert y Evans. Luego, Andy Schleck, Antón... y, décimo, amenazado por los calambres, Contador, sonriente "contento por la victoria de Vino", un amigo para el Tour.