Amorebieta. Hay más voces roncas que de costumbre en Amorebieta, más gargantas ásperas, más rostros ojerosos, más pupilas dilatadas, más necesidad de un café que engañe al cuerpo y le convenza de que es de día, que tres o cuatro horas de sueño son suficientes, que una noche es una noche y que la última, larga, mereció la pena, que había que celebrarlo, que no siempre llega un ciclista del pueblo hasta el podio de la Vuelta al País Vasco, un tal Beñat Intxausti, 24 años, clase descomunal y un cielo sin límite por porvenir que le augura su talento, pero, sobre todo, una mentalidad acorazada contra la grandilocuencia, el precipicio por el que se despeñan los genios precoces del deporte. Por si acaso, nada más acabar la crono de Orio, Egoi Martínez, sabio, le alecciona, le dice que saboree la grandeza de lo que acaba de hacer, que es mucho, pero que recuerde que los hombres caminan con los dos pies sobre la tierra y volar, sólo vuelan los pájaros. Así posa el chico, sobre la tierra, sus alargadas, esbeltas, tiznadas piernas en Amorebieta, a un palmo de casa. "Que gane el mejor, pero que el mejor sea Intxausti", grita el speeker cuando parte el pelotón en la gélida mañana. Así es difícil no levitar. Ocurre que la carretera no entiende de clases sino de piernas. Las mejores, ayer, después de cuatro horas de clásica, de primavera, las de Samuel Sánchez, un ciclista como un templo que empezó la semana en Zierbena con un batacazo tremendo al descolgarse en Las Calizas de la lucha por la Vuelta al País Vasco, que rehizo su psique para lograr una victoria antológica en Arrate y que ayer, en pleno estruendo por el podio de Intxausti en Orio, remató la gran semana del Euskaltel-Euskadi con un enorme triunfo en la calle Nafarroa, la recta en la que muere la primavera ciclista. Allí llegó solo, con tiempo de sobra para relamerse. Pero no fue su triunfo propiedad privada, sino desenlace del sentido gremial que dotó a Euskaltel-Euskadi de un poder total en el tramo decisivo de la prueba. Obró el equipo vasco con osadía y amaneció contundente alertado, sin duda, por la presencia de Andy Schleck entrenando para afrontar las clásicas que empiezan esta misma semana con la Amstel Gold Race y que continúa luego con la Flecha Valona y la Lieja-Bastogne-Lieja donde defiende título el luxemburgués, un ciclista generoso en el esfuerzo- en un grupo de nueve ciclistas que corrió por el plano, 100 kilómetros, hasta alcanzar una diferencia que rondaba los siete minutos. No hay problema. Siempre ocurre en la clásica zornotzarra, "y siempre es cuestión de tiempo, de esperar, de paciencia", dijo luego Samuel. Esperar a la montaña, a la carrera por la cinta de Muniketa y Autzagane, a tres giros tortuosos en los que se exhibió Ivan Velasco. Al compás del escalador guipuzcoano, generoso en la entrega durante toda la semana, sublime en la destilación del músculo, menguó la renta de los que huían. "¿Cuánto llevan?", preguntaba inquieto Intxausti al sobrevolar por primera vez Montecalvo. 3:20. Una diferencia escasa. Famélica una vuelta después, cuando el grupo era un trío formado por Andy, Azanza y Delio Rodríguez que claudicó al pie de la escalada definitiva a Muniketa, una subida sin retorno. Antes, Samuel había ofrecido sus piernas a Intxausti y Antón. "Estoy para vosotros, tirad que yo hago de freno". Antón no quiso nada. Sólo volar. Se despegó mediado Muniketa. De lejos y en su terreno. Colina arriba, virtuoso, ágil como solía, se elevó el galdakoztarra celestial. Samuel le cubrió las espaldas, se colgó del dorsal de Frank Schleck y, coronado el puerto, la situación era inmejorable para Euskaltel. Ocurrió, sin embargo, que el motor de Antón comenzó a gemir en la explosividad de Autzagane. "Iba ya..." atascado, trémulo, con un boquete en el zurrón de su ventaja por el que caían en cascada los segundos. Euskaltel comprendió que la victoria se desbanecería si caía Antón y Samuel, inmóvil e inquieto a rueda de Frank, era absorbido por un grupo numeroso del que tiraba rabioso el Caisse d'Epargne. Así que a 400 metros de coronar Autzagane, decidió liberar al oro olímpico, que se catapultó poderosísimo, descendió en el filo y se presentó solo en la meta de Amorebieta para definir el enorme trabajo de Euskaltel.