cUANDO aún resonaban los ecos del partido ante el Mirandés, cuando aún no habíamos digerido el calamitoso encuentro que nos deleitaron nuestros jugadores, cuando aún se seguían escuchando réplicas a la actuación del árbitro-pistolero que provocó un auténtico estropicio en el equipo albiazul, arreglado en parte por los diferentes comités, un nuevo acontecimiento, aunque muy viejo ya por lo repetitivo, vino al rescate de unos jugadores y cuerpo técnico que han ofrecido durante la semana diferentes declaraciones al respecto. El encuentro intergaláctico del siglo ha acaparado todas las portadas de todos los medios de comunicación durante la semana y ha dejado en segundo plano todo lo demás. Parecía como si la vida social, política y económica del país se hubiera detenido en su honor.

Ayer, el rival del Deportivo, el Palencia, entre otros muchos, cambió la hora habitual de sus encuentros en La Balastera por su culpa. La medida se tomó, para facilitar a sus seguidores la visión del súper clásico retransmitido por televisión de pago. Yo, que soy contrario a todos estos encuentros, sobre todo a ese aire sobrenatural con que lo rodean (¿por qué no juegan una Liga entre ellos a quince vueltas?), no entiendo que los propios directivos del conjunto palentino se avengan a este cambio cuando en su propia web hacían una petición a sus aficionados para que asistieran al encuentro más interesante de la jornada que no era otro que el que disputaban el Palencia y el Deportivo Alavés. Y encima se preguntaban si pensaban que era otro.

Al Alavés, el partido ante el Palencia se le ofrecía como una revancha o un desquite como desagravio del anterior. Esto revela que en el fútbol tanto las tristezas como las alegrías duran muy poco tiempo. Pero ni por esas. Al final, con un frío de marca y sin una buena manta palentina que llevarse a los pies, vuelvo a tener las mismas sensaciones, esta vez heladas, que una semana antes: un cabreo monumental al ver en directo al conjunto albiazul que no sabe a qué juega, sin verse mejora alguna. Aunque, a fin de cuentas, he recibido la dosis suficiente de sufrimiento que necesito para empezar una nueva semana. El fútbol en directo me encanta en la misma proporción que no me gusta verlo tumbado en el sofá. Me gusta en pequeñas dosis, pues incluso puede ser hasta terapéutico; en cambio, en exceso puede ser dañino. Y más aún si viene viciado de origen.

El asunto es que el Alavés ha perdido. Algo que se está convirtiendo en algo habitual. Esperaba que el equipo marcara goles porque hay un buen número de delanteros, en teoría, buenos. Y, también, que mantuviera la portería cerrada a cal y canto. La sensación que me queda es que ni lo primero ni lo segundo se está dando con la periodicidad deseada. Si jugamos al ataque no creamos ocasiones de gol, pero nos los marcan. Si defendemos, nos siguen marcando y tampoco creamos ocasiones de gol. Siempre tenemos a descubierto la cabeza o los pies o ambos. La famosa teoría de la manta corta tan manida.

En fin. La realidad es que los albiazules andan muy justitos de fútbol y que, si la cosa no da un cambio radical, están condenados a sufrir. Aunque no hay que darle muchas vueltas. Con esta manta albiazul no se llega a ningún sitio. Ni los materiales elegidos ni la confección han sido acertados, y por lo visto ayer, ya se sabe a dónde apuntar. Malos tiempos corren para el mundo de las mantas.