Hace poco más de un mes, Ana López Segovia estaba en Tenerife asistiendo a la última entrega de los Premios Max. La también actriz estaba nominada al premio a la mejor adaptación o versión de obra teatral por Las bingueras de Eurípides, creación con la que Las Niñas de Cádiz inauguran esta noche el Festival de Teatro de Humor de Araia. Será a las 22.30 horas en el Arrazpi Berri.
En esta vuelta al certamen, el público se va a encontrar con...
–Es una versión muy suigéneris de Las bacantes de Eurípides. Lo que pasa es que nos las traemos al siglo XXI. Digamos que versionamos el mito. Lo resignificas porque esa actualización a este tiempo hace que haya cosas que se cambian y se ven desde otra perspectiva. En este caso, las protagonistas son las propias bacantes. Son unas mujeres que tienen un bingo clandestino en Cádiz. Es un lugar donde ellas tienen su pequeño mundo, donde se cuentan sus penas y alegrías al abrigo del exterior, que es muy hostil para con ellas.
¿Cómo son ellas?
–Son mujeres de barrio, humildes, con vidas muy difíciles. Hay un policía que está obsesionado con cerrarles el bingo. Claro, es ilegal, clandestino, aunque juegan cantidades irrisorias. Este grupo de bingueras está capitaneado por una misteriosa Dionisia, que realmente es el dios Baco que ha bajado a la tierra para defender su terreno de fiesta, relajación, diversión y de transgresión de las normas. Pero como está ese policía que quiere cerrar el bingo, pues ya tenemos la tragedia. Y acaba todo como el Rosario de la Aurora (risas). Lo que pasa es que el público, como suele suceder en los espectáculos de Las Niñas de Cádiz, se ríe mucho. Estamos contando una tragedia terrible pero el público sale encantado y muerto de la risa.
Bueno, saldrá también con unas cuantas cosas para pensar.
–Sí, sí. Inevitablemente, en lo que hacemos siempre hay algo de fondo. Hay temas que incluso en ocasiones son muy dolorosos. Las historias de estas mujeres son duras. Lo que pasa es que la forma que tienen de contarlas provoca la risa. Te ríes con ellas y empatizas con ellas, pero llegas a casa y dices: ¡madre mía, de lo que me he estado riendo, qué historias tan tristes hay detrás!. Pero las salvamos y las vengamos de esa sociedad que las ha llevado al límite.
La huella de los clásicos
De todas formas, qué poco hemos cambiado como especie de Eurípides a aquí...
–Sí (risas). Lo bonito de estos clásicos es que no envejecen porque el ser humano sigue siendo casi el mismo de hace dos mil quinientos años, para bien y para mal. Hay cosas con las que dices: ¿pero por qué no hemos aprendido nada?. Pero bueno, nosotras intentamos que, al final, todo sea una fiesta y salgamos del teatro con muchas ganas de vivir.
"De unos años para acá, ha sido una progresión exponencial en torno a nuestro trabajo, la respuesta del público y de la crítica. Estamos en un momento muy dulce"
¿Pero a la creadora Ana López Segovia qué le mueve a mirar a estos clásicos?
–Me gustan estos personajes que se mueven en los límites de la moralidad. Intento no juzgar a los personajes. Lo que busco es mostrar unas personalidades que están ahí, que se encuentran al límite de lo correcto. Luego ya hay que dejar al público que tome sus decisiones. No es cuestión de mostrar a buenos y malos, ni cosas maniqueas. Son personajes salvajes y muy bestias. Ese mundo de los límites, de esos personajes que son mitad ángeles y mitad demonios, me apasiona.
El sello de la compañía
Lo cierto es que el sello de Las Niñas de Cádiz engancha al público, la crítica y también a los premios. Parece que la compañía ha acertado con su trabajo de estos últimos años.
–La verdad es que sí. Nos sentimos muy afortunadas. De unos años para acá, ha sido una progresión exponencial en torno a nuestro trabajo, la respuesta del público y de la crítica. Estamos en un momento muy dulce. Y seguimos trabajando en un lenguaje en el que llevamos muchos años investigando, una forma de hacer que comenzó cuando sacábamos la chirigota por las calles de Cádiz, cuando montamos la compañía de teatro universitario, cuando estuvimos trabajando con Chirigóticas... Con Las Niñas de Cádiz, ese lenguaje ya está consolidado, tiene un cuerpo y un sello. Ahora estamos recogiendo muchos frutos después de tantos años de trabajo.
Pero también conlleva una exigencia cada vez mayor.
–Sí, sí. Y alguna vez nos vamos a equivocar. Eso es así. Pero lo que no vamos a dejar de hacer es esto que nos apasiona. El próximo espectáculo tiene que ser algo en el que no estemos condicionadas por lo que el público espera de nosotras. No te puedes quedar en un espacio de comodidad que ya sabes que funciona. No. Sería también traicionar nuestro espíritu. El público está dispuesto a meterse con nosotras en el riesgo. No sé si es por esa inspiración nuestra del carnaval donde todo vale, donde se admite lo políticamente incorrecto. Pero lo cierto es que la gente nos acompaña en estas aventuras.
Por cierto, ¿juega al bingo?
–(Risas) No.
¿Y entonces?
–Es que en el barrio de mi madre, una zona humilde, había uno. La puerta era una cortinilla. Y yo pasaba y escuchaba: ¡el 22! ¡el 54! ¡Naranja!. Y yo no sabía qué querían decir con lo de naranja. Mi hermana me explicó que era la forma de decir línea para que nadie pudiera descubrir que allí dentro se jugaba al bingo. Ya ves tú que absurdo, pero eso pasaba. Mi hermana me contó que nuestra madre iba mucho allí. Cuando me puse con esta obra, todo aquello me vino a la cabeza. Pensé en esas mujeres de 50 y 60 años que eran y son casi las más invisibles en la sociedad. Nadie habla de ellas nunca. Yo he querido hablar de estas mujeres como mi madre, con todos esos dolores. Nosotras lo contamos todo en clave de humor pero detrás de las historias de estas mujeres había muchas veces historias de malos tratos, de mucho dolor, de frustraciones, pérdidas... Estas mujeres están en este bingo, en esta fiesta báquica.