Junto a Carmelo Gómez, Miguel Hermoso. En la dirección, Claudio Tolcachir, y en la adaptación, Eduardo Galán. Todos, al servicio de un montaje que reflexiona sobre los legados envenenados que demasiadas veces unas generaciones transmiten a otras.

Hace unas semanas, a su paso por Pamplona, decía José Sacristán que el de Pacífico Pérez es uno de los personajes “más hermosos” que ha hecho a lo largo de su carrera. ¿Qué opina?

–Pues que es normal que diga eso. Está dotado de unos niveles de sensibilidad extraordinarios. Delibes creó un personaje muy rousseauniano, en el sentido de que es bueno de una pieza, totalmente bueno. Y todos los días descubro cosas nuevas sobre él. De todos modos, durante el proceso de creación del montaje hablamos mucho y, aunque veíamos que era un personaje con el que era muy fácil empatizar y que nos ponía a todos a favor, se nos ocurrió que quizá podría ser interesante que tuviera comportamientos extraños antes de llegar al clímax.

¿A qué se refiere?

–Pues a que ahí, en ese diálogo durante el proceso, es donde pasan cosas chulas. Hemos tratado más de encontrar las contradicciones que de construir personajes arquetípicos. En principio, esta es una tragedia contemporánea, pero en realidad es una farsa. No creo que el español sea muy dado a las tragedias. Tendemos a llevar las cosas al humor y somos capaces de reírnos hasta en los momentos más terribles. Delibes es muy farsesco, se ríe de él mismo y eso está muy bien. También en Las guerras hay un montón de personajes de los que se ríe y nos hace reír a todos. Aunque luego nos congela la risa, claro.

Es que cuenta algo tremendo.

–Muy tremendo. Y no solo por las referencias a las guerras, sino que también hay un par de asesinatos y un pueblo que dirime todas sus diferencias a pedradas. De todos los relatos que va contando Pacífico hemos hecho una selección de una serie de momentos en los que fue el chivo expiatorio de una comunidad.

Claudio Tolcachir y Eduardo Galán le han agradecido en más de una ocasión que les ayudara a dar con el castellano exacto, con las palabras precisas. No en vano, Carmelo Gómez es de la misma tierra.

–Sí, pero tengo que decirte que alguna he sacado de Navarra, concretamente de Tierra Estella (ríe). Es que yo quiero que todos los dichos y voces sean universales. Es curioso, en este país tenemos refranes, sentencias, frases cortas que, de pronto, recorres 60 kilómetros y se dicen de otra manera. Sin embargo, en el fondo todos nos entendemos y me da pena que esa riqueza del lenguaje se vaya perdiendo. Por eso les dije al autor y a Claudio que estaría bien hacer un esfuerzo por meter expresiones que ya utiliza Delibes, pero que pertenecen al rico ancestro español. No creo que vayan a venir muchos jóvenes a ver la obra, lo dudo, en todo caso, ahí está como muestra para que quien se quiera sumar lo vea. Es bonito saber que antes hablábamos de otra manera y nos entendíamos muy bien.

“Todos somos herederos de los mandatos no solo del grupo familiar, sino también del grupo social al que pertenecemos”

“Con 60 años ya no puedo perder más tiempo en tonterías y tengo que hacer lo que merece la pena hacer. Es mi vocación y no me voy a rendir”

¿Se ha basado en sus propias infancia y juventud en el campo para componer el personaje?

–Claro. Me interesó la historia porque algunas cosas se parecían a mis propias vivencias en el pueblo. Por ejemplo, mi abuelo y mi bisabuelo habían vivido guerras, pero no las contaban como acontecimientos heroicos ni estaban deseando que llegara la siguiente para su nieto. Eso es una gran diferencia, pero sí que es verdad que yo he vivido un mundo de mandatos. Mi padre quería que yo, como primogénito, me quedase en el campo, me dedicase a las tierras y continuase con esa herencia que ha pasado de generación en generación hasta que se cortó con mi hermano y conmigo.

Pero optó por otro camino.

–Sí, y para mi padre fue doloroso y lo sigue siendo porque él todavía vive. Ese era uno de los mandatos, pero había muchos otros que también rompí. Y es que a mi padre tampoco le encajaba para nada que fuese actor. Imagínate, ya no es que no fuera al campo, es que iba a ser actor. No lo podía ni lo puede comprender. Todos somos herederos de mandatos no solo del grupo familiar, sino también del grupo social al que pertenecemos. En España se habla mucho de patria y de valores que tienen que ver con determinados atavismos que yo creo que hoy pueden cuestionarse porque los tiempos han cambiado y no se adaptan a las necesidades que tienen los chavales. En eso me siento muy identificado con Pacífico.

¿Y en qué más?

–En mi pueblo también dirimíamos las diferencias a pedradas. Poca broma, iba muy en serio. Y, ay de aquel que no se acoplara en ningún bando, porque era tratado como un traidor. Te ponían contra una pared y te golpeaban en el estómago hasta que declararas que ibas a ir con unos o con otros. Yo he visto y he vivido todas esas cosas. Igual que cuando en verano llegaban las chicas, sobre todo vascas y asturianas, y se medía a ver quién era el más valiente y el más gallito. Se llevaba ese tipo de masculinidad. En general, yo me pasé toda la infancia y toda la adolescencia solo porque no tenía mucha relación con el resto. Y como he vivido esas experiencias, me apetecía contarlas.

No tenía ese instinto gregario que parece que se nos impone desde pequeños.

–Realmente era por miedo. A mí me parecía que todo era tan salvaje y tan carente de delicadeza que no me sentía integrado. Y ellos tampoco sentían que yo fuera imprescindible, así que me pasaba las horas solo, jugando con los animales, hasta que empecé a ir a trabajar al campo.

Plantean que ‘Las guerras de nuestros antepasados’ sucede en un ‘no lugar’ y en un ‘no tiempo’, de modo que en esta historia estamos representados todos. Esa cantinela de violencia se repite una generación tras otra. ¿No aprendemos?

–El mal es inherente al ser humano, igual que el bien, la inteligencia, los valores y saber colocarnos en un sitio de respeto. El mal ocurre y nosotros, cada uno de nosotros tenemos que saber qué hacer con él una vez que aparece. Hoy en día la violencia es más visible que antes, que cuando Pacífico la vivió. Entonces estaba más encubierta por el grupo y la comunidad, pero ahora se ve. Uno tiene la oportunidad de entrar en un medio o en otro y ver cómo la misma noticia se cuenta de una manera o de otra. Y ahí también hay un relación de violencia. Pero, insisto, la responsabilidad no es de los políticos o de los periódicos que, según su línea editorial, deciden dar más importancia a una noticia o a otra. La ciudadanía puede elegir y decidir, pero para eso tiene que estar capacitada y no acomodada. La responsabilidad es nuestra. Es muy fácil decir que yo ya tengo mi grupo de amigos en Twitter y con eso me apaño para construir mi visión del mundo.

El famoso sesgo de confirmación. Si me dan la razón, soy feliz y no me hace falta nada más.

–Ahí es donde ahora mismo no podemos echarle la culpa a nadie. Nosotros somos los responsables de buscar esos sesgos. Se lleva lo de ‘todo el que no está de acuerdo conmigo es mi enemigo’, y eso es terrible. Hay una necedad muy grande a la hora de poder debatir, incluso sobre cuestiones tan evidentes como el calentamiento del Planeta. Quien quiera encontrar noticias que le reafirmen en su negación sobre este tema las encontrará, pero también podría encontrar un montón de información de científicos que afirman que este es un hecho innegable.

DE UN VISTAZO

  • La obra. ‘Las guerras de nuestros antepasados’.
  • El autor. Miguel Delibes.
  • Productor. Jesús Cimarro.
  • Adaptación. Eduardo Galán.
  • El director. Claudio Tolcachir.
  • Intérpretes. Carmelo Gómez y Miguel Hermoso.
  • La historia. Carmelo Gómez, reciente ganador del Premio Talía al actor protagonista de teatro por este papel, y Miguel Hermoso son los encargados de llevar a escena esta obra publicada por Miguel Delibes en 1975 y que es un grito contra la violencia de las guerras. A lo largo de siete noches, y con una copita de anís por medio, el recluso Pacífico Pérez irá recordando su vida, guiado por las preguntas del doctor Burgueño, médico del sanatorio penitenciario donde está internado. Este joven pueblerino, ingenuo y de una casi enfermiza sensibilidad, relatará la realidad de un país que no puede, generación tras generación, vivir sin una guerra que librar.



Vivimos en un momento de mucha crispación, de cuanto peor mejor.

–Siempre fue así. La forma de llegar al poder es crear miedo. Con el franquismo era así a diario. Recuerdo que mi padre nos dijo muchas veces ‘estáis perfectamente hechos para la siguiente guerra’... Estaba convencido de que con la muerte del dictador venía el fin del mundo (ríe). Ahora nos reímos, pero el mecanismo del miedo funciona así. También hoy. Nos dijeron que si se acababa el petróleo iba a ser una hecatombe... Lo único que le agradezco a Putin es que nos haya puesto a prueba y que hayamos comprobado que podemos vivir con la mitad del gas que estábamos consumiendo, y que vamos a poder hacer coches sin gasóleo. Todo esto es posible, pero el miedo, que es una forma de violencia, subyuga a la gente y la empuja a pensar que estábamos mejor antes. Así nunca miramos al progreso y al futuro de nuestros hijos, que para superar nuestro pasado van a tener que franquear un paisaje lleno de ruina.

¿El teatro, en concreto el teatro como el que nos traen puede ser antídoto contra el sectarismo?

–Yo solo quiero hacer ese teatro. Si el teatro no se pone al servicio de la gente no tiene ningún sentido. No es un entretenedor. Cuando nos ponemos a entretener, analizamos el perfil del público y le damos un producto. Y si el teatro juega a eso, hace dejación de su responsabilidad. La responsabilidad de todos los que nos dedicamos a esto no tiene que ver solo con el arte, que también, porque la belleza que descubrimos es importante, sino también con el compromiso. Tenemos que ser honestos.

¿El escenario ha sido un bálsamo para Carmelo Gómez desde que decidió dejar el cine?

–Sí. El teatro es mi recodo de paz. Es más duro que el cine, por supuesto tienes menos reconocimientos y no sales tanto en los periódicos y en las teles ni te dan tantos premios, pero es que esperar eso para mí era ya muy infantil. Yo he hecho buenas películas cuando era un actor emergente y muy malas cuando ya era un actor conocido. La cosa no va por ahí. Lo importante es tener la suerte de poder elegir lo que te gusta hacer, y, sobre todo, que se lleve a cabo la vocación que realmente tienes. Con 60 años pienso que ya no puedo perder más tiempo en tonterías y que tengo que hacer lo que merece la pena hacer. Para eso he venido aquí y no me voy a rendir.

Pues hace unos meses dijo que este podía ser su último trabajo en la interpretación. ¿Sigue pensándolo?

–Cuando dije eso estaba agotado. Veía que la memoria me traicionaba a veces... Pero era el estrés típico de antes de un estreno. Se me vino el mundo encima y me pregunté quién sabe si esta no será la última, porque uno también quiere descansar. Pero realmente yo sé que no voy a descansar y que si no hago esto no voy a estar tranquilo. Tengo claro que esta es mi vocación; por esto he dejado muchísimas cosas que estaban preparadas para mí.

¿La pasión por el oficio sigue viva?

–Es más justo hablar de vocación que de pasión. Vocación es la necesidad que tienes de ser útil para algo. Y como tienes el talento, la voz, el cuerpo, la presencia y eres conocido, es decir, puedes llevar a mucho público, vamos a por ello. Además, hay mucha gente que está deseando ver cosas por las que merece la pena dejar el coche mal aparcado y meterse en un teatro.

Y de tener referentes, sobre todo en estos tiempos raros en los que es fácil sentirse perdido... ¿dónde echa el ancla Carmelo Gómez en momentos así?

–Siempre en el amor. Parece tangencial hablar de amor, pero no lo es. El amor es un imán muy poderoso como lo es la gravitación de la Tierra. Si estamos pegados al suelo es porque la tierra gira. Y si existimos todos es gracias, por y para el amor. Hay una persona con la que vivo que me ayuda mucho y hay buenos amigos que me ayudan muchísimo y para los que procuro estar. Eso es todo. Hay muchas más cosas que se pueden desear, como la salud, por supuesto, pero lo fundamental es tener buenos amigos. Cuando las cosas van mal, llaman, están cerca, quedas con ellos y los males son menos. Ahora mismo, para mí eso es lo más importante.