Juan Diego Botto (Buenos Aires, 1975) disfruta de una etapa de reseteo tras dos trabajos con una fuerte impronta personal que quedarán perennes en la memoria de los espectadores: La película En los márgenes, gestada hace más de 8 años, y la laureada obra teatral Una noche sin luna, que ha concluido tras 2 años de gira. El actor, director y dramaturgo hace balance, y responde a preguntas sobre el momento político y social.
Antonio de la Torre definió en los Goya el “compromiso con el arte” de Juan Diego Botto por medio de dos conceptos: cultura y política.
Me pareció muy bonito por su parte, de enorme generosidad, y me sentí muy halagado. Siento que me define ese compromiso con el arte y la política, entendida como la voluntad de contribuir a la mejora social, de la vida de nuestros conciudadanos. Siempre he tenido esa inquietud de participar para intentar mejorar las cosas con la confianza en que la cultura puede contribuir.
¿Reivindicar ese binomio tiene aún algo de transgresor?
No sé si transgresor, pero creo que es un buen momento para seguir haciéndolo, porque para mucha gente, y particularmente quizás la más joven, vivimos un tiempo en el que impera empujarte al individualismo, a la no participación en lo colectivo, a no mojarte si eso significa la posibilidad de perder algo en lo personal o laboral, y a no asumir ciertos riesgos.
Un cambio generacional, en un mundo en crisis.
Creo que todos sentimos que nuestras generaciones están en crisis. Uno lee a Platón y parece que no habla más que de la crisis de nuestros jóvenes. Y eso se va repitiendo. Con Cervantes, Oscar Wilde, las primeras películas de Ken Loach... Es una sensación perpetua. Dicho esto, sí pienso que vivimos un momento histórico singular, que tiene el disparador la crisis de 2008. A partir de entonces se han venido produciendo unos cambios sin vuelta atrás. Por lo menos, en Europa. La ambición de conquistar el Estado del Bienestar con una inversión pública potente y que todos los empresarios debían asumir unas pérdidas para garantizar la paz social, cambia a partir de 2008, y vamos camino de un capitalismo neoliberal donde la ambición es no poner topes. Parece que con la pandemia hubo un cambio de orientación, y en Europa estamos en un momento de lucha, para ver si se escoge un camino u otro. Hay una crisis y un cambio global, en el que el capitalismo está yendo hacia lugares nuevos, porque los grandes empresarios no sienten que tengan que esforzarse para calmar nada. Ese keynesianismo para la estabilidad o paz social se ha diluido.
Decantación tremenda cuando se da con un Gobierno progresista.
Nos meteríamos en un debate muy complejo sobre si tener el Gobierno garantiza la hegemonía cultural y política. Te garantiza mucho, por de pronto el BOE y poder aprobar leyes, pero hay otros mecanismos que asientan corrientes de pensamiento. Un ejemplo muy claro, que tiene que ver con la película que he hecho, es cómo hemos pasado en una década de estar convencidos de que hay que apoyar a la gente desahuciada, de que el sujeto fueran esas familias, a que lo sea un inmueble que hay que proteger. Sean reales o no los datos de la okupación, lo cierto es que el discurso ha basculado. Eso tiene que ver con un corrimiento hacia la derecha de nuestra sociedad y de toda una corriente de pensamiento, que ha conseguido convertir un problema social en uno de orden público. Ya no de desigualdad, pobreza y de una banca excesivamente tacaña, sino de destinar más policías. Creo que tener un Gobierno progresista ha hecho mucho, con leyes muy buenas y necesarias, pero se puede hacer mucho más. Ahora se está discutiendo la Ley de Vivienda, y por lo que leo, me parece que lo que va a salir es una cosa timorata y casi me atrevería a decir que cobarde.
‘En los márgenes’ retrata la precariedad y sus afecciones, y también las contradicciones de las personas, por ejemplo de su personaje.
Los seres humanos somos así, poliédricos, complejos, con más de un arista, y nos apetecía mucho mostrarlo. El perfil de ese personaje nos lo encontramos muchísimas veces en familias en procesos de desahucio. Hombres que tenían toda su identidad puesta en mantener a la familia, y cuando eso se resquebraja, les da mucha vergüenza ir a gritar a un director de un banco, o a protestar, o admitir esa pobreza o incapacidad. Lo viven como si fuera un problema suyo, una falta. Y sus mujeres, cuando ven que se van a quedar en la calle con sus hijos, empiezan a ir a asambleas, a conocerse la ley al dedillo, a hablar con abogados, a discutir con el director del banco... Normalmente su pequeño sueldo se convierte en el único salario, con lo cual se produce un empoderamiento. Y ellos se van quedando cada vez en menos. Eso suele terminar en grandes discusiones, a veces en violencia de género. Este proceso le ha pasado un montón de gente.
Esa radiografía viene de una aproximación profunda al problema.
Por el trabajo de Olga Rodríguez. Esto nació porque Penélope Cruz me sugirió escribir algo para hacer juntos, y me propuso una historia de celos. Me salió inicialmente una escena donde una pareja discute por celos la noche antes de su desahucio. Yo acababa de leer una entrevista que Olga Rodríguez había hecho a unas educadoras sociales. Recuerdo el titular: “Todos los días nos llega gente que nos dice: si no me suicido es por mis hijos”. Olga me fue llevando a asambleas de vivienda, fuimos pasando tiempo con familias, hablando con abogados, abogadas, educadores y trabajadores sociales. Fue una de las partes más bonitas del proceso. Hay algo en la realidad que es insuperable. Llegábamos a una casa, empezaban a hablar, y yo pensaba: jamás se me hubiera ocurrido esta historia, esta frase. Más allá de que ha habido una conexión humana. Todas esas personas son ya amigos, los queremos, y sus casos nos importan e interpelan.
Con ‘Una noche sin luna’ ha mostrado la fuerza y la magia del buen teatro, representando a García Lorca y generando emociones muy comentadas en redes sociales.
Sinceramente, ha sido una de las experiencias más bonitas de mi carrera y de mi vida. Yo nunca había vivido una cosa así encima de un escenario ni fuera: la devolución de los espectadores, las cartas que me han escrito, los mensajes que nos han mandado, y las anécdotas que nos han contado. Hablábamos de memoria histórica, Lorca no deja de ser una de las miles de personas que todavía están en las cunetas de España. Nos impactó mucho que allá donde íbamos, en cada plaza, y han sido muchas, siempre había alguien que nos decía que le habíamos recordado a su abuelo, a su padre, a su tío abuelo... Luego todos tenemos un escritor que nos marca en la adolescencia y nos acompaña para el resto de nuestra vida, al que siempre volvemos y te impresiona como la primera vez. Para mí, ese es Lorca. Poder hacer esto, que saliera bien y se entendiera como un homenaje, ha sido una cosa muy bonita.
¿Conoce la política de exhumaciones y de la política existente en Euskadi y Navarra en torno a la memoria?
No al detalle, pero sí sé que las legislaciones de País Vasco y Navarra son posiblemente las más avanzadas del Estado con mucha diferencia.
Reflejo de voluntad política.
Sin pedagogía hay cosas que no se van a entender. Estamos en un país que vivió 40 años de lobotomía, 40 años de propaganda. Los que se sublevaron se llaman nacionales. Se ha subvertido hasta nuestros días el sentido de las palabras, por ejemplo, esto tan manido de una guerra entre hermanos. Se desconoce la dimensión genocida que tuvo la dictadura. Hace poco se terminó de exhumar en Andalucía la fosa de Pico Reja (con 1.786 cuerpos). También recientemente se homenajeó a La Desbandá, una cosa atroz, donde se bombardearon a civiles que estaban huyendo. La inmensa mayoría de españoles desconoce lo que pasó en Badajoz y ‘La Desbandá’, o como se bombardeó a gente caminando en Alicante, o la historia del propio Machado huyendo a pie hacia Francia.
En los ochenta y noventa se perdieron unos años preciosos.
Años fundamentales, donde había que haber hecho pedagogía de que en muchos sitios de España no hubo guerra, sino gente que se levantó militarmente y fue casa por casa sacando a los que ya estaban señalados con la voluntad de exterminar a un grupo ideológico. En el pueblo del abuelo de mi mujer a un hombre siendo niño le dijeron al pasar: teníamos que haber arrancado hasta los esquejes, refiriéndose a que tenían que haber matado a los niños también. Si no se explica esa voluntad de exterminio, esa realidad que vivió este país, que las exhumaciones no son a soldados de guerra, sino fundamentalmente a civiles asesinados, maestros y maestras, sindicalistas... es muy difícil que la gente pueda entender y apoyar estas iniciativas. Desde luego, con voluntad política las cosas se hacen.
Hace 20 años, se nos vendió una guerra preventiva a Irak. Ahora se ha cumplido uno de la invasión rusa a Ucrania. El último discurso de Putin hace muy difícil la apelación al diálogo; la situación es terrible.
Pues sí. Así como hace 20 años la invasión a Irak era absolutamente injustificable en la ley internacional, y solo respondía a los intereses geopolíticos de Estados Unidos en ese momento, de la misma manera es absolutamente injustificable y criminal esta invasión, que no se apoya más que en la voluntad de Rusia de expandir sus fronteras no respetando la territorialidad de Ucrania, el derecho de los ucranianos a decidir sobre su futuro. Con todo y con eso, siendo absolutamente deplorable la actitud rusa, un país sumido además en una escalada profundamente reaccionaria, y condenando eso con contundencia, creo que pese a todo, la voluntad de abrir una ventana a una solución dialogada tiene que estar siempre. Hace poco vi la película que acaba de ganar el premio Bafta al mejor filme, adaptación alemana de Sin novedad en el frente. Una historia sobre la Primera Guerra Mundial, su absurdo, y la cantidad de gente que murió una vez que ya se sabía que Alemania no la iba a ganar y que Francia no iba a avanzar más. Aquello era perpetuar el seguir matando a jóvenes europeos. Cada minuto que pasa en una guerra sin abrir una ventana al diálogo es gente que muere. Creo que es obligación de todos dejar siempre una puerta abierta a la posibilidad de la resolución no violenta de los conflictos, a pesar de lo que públicamente puedan decir sus dirigentes, porque a veces se ven obligados, por su propia política interna, sus propias miserias de promoción y publicidad, a decir ciertas cosas. Pero quién sabe si no necesitan que se les abra una puerta para poder retirarse con una cierta dignidad frente a los suyos. Aquí debe primar que no mueran más ucranianos y ucranianas, y por supuesto que los rusos se retiren de zonas que han conquistado y no les pertenecen. Últimamente escucho cosas como si esto fuera una guerra entre el bien y el mal. A ver, todas las guerras son nefastas, y en todas se dirimen intereses que van más allá de lo evidente, pero siempre, siempre hay que intentar dejar una ventana abierta al diálogo. Un alto el fuego, hoy, aunque solo sea provisional, salva vidas. Y al final se trata de eso, de salvar vidas.
¿A una parte de la sociedad le cuesta asumir que hay intereses en cambiar el modelo de sanidad pública?
Es normal, hay ciertas cosas que no nos terminamos de creer. El lugar común de que los derechos conquistados se pueden perder es cierto. Pero uno tiene la sensación de que en la sanidad pública no, y puede pasar. Lo estamos viendo, no solamente en Madrid, en otros sitios también. Poco a poco pueden ir entrando pequeños cambios que a lo mejor terminen en pagos por la atención primaria, privatizaciones de los hospitales, y en una sanidad como la americana. He vivido en Estados Unidos. Cuando uno pierde la sanidad gana el miedo para siempre: a que si pierdes un trabajo, pierdes el seguro, no tienes red ni cobertura. Con lo cual, la sumisión y dependencia laboral que eso provoca es enorme, e incluso influye en las relaciones sociales, porque la gente vive con un miedo constante. Rodando una serie allí, tenía una conductora, para llevarme al set. Su padre había muerto de cáncer hacía 6 años, ella todavía seguía pagando las facturas, y le quedaban muchos años de pagar. Había hipotecado su casa para poder pagar el tratamiento. Eso había condicionado su vida, porque tenía un nivel de deuda que terminaría de pagar a los 70 años.