En el universo ficticio ideado por Roald Dahl, ya no debería de haber cabida para que Augustus Gloop, uno de los personajes de Charlie y la fábrica de chocolate (1964), fuera “enormemente gordo”, sino que debería ser, simplemente, “enorme”. Es lo que pensó la editorial británica Puffin Books, responsable de la publicación de los libros del autor fallecido en 1990, cuando anunció que había llevado a cabo una revisión de sus textos para asegurar que los libros “fueran aptos para el disfrute de todos los menores”. Esta decidida apuesta por la corrección política, que no ha sido secundada por editoriales que editan al autor en otros idiomas –en el Estado, por ejemplo, son Alfaguara y Santillana–, ha levantado una polvareda inusitada. Ello ha obligado a la filial infantil de Random House a retractarse. El pasado viernes comunicaron que a finales de año lanzarán la colección original de clásicos de Roald Dahl “para mantener los textos clásicos del autor impresos”.

Así, la actitud intervencionista de la editorial no ha recabado el apoyo social necesario y, finalmente, los niños británicos podrán tener acceso a los relatos originales sin alterar adjetivos o descripciones físicas de algunos de sus personajes. Ya no hará falta que en Las brujas (1983), una de las personajes sea una “científica de nivel”, ni las palabras “loco” y “desquiciado” serán motivo de desaprobación como resultado de la sensibilización hacia la salud mental. No obstante, quienes prefieran las versiones más comedidas, también podrán tener acceso a las mismas.

Aunque en las editoriales extranjeras no ha habido dudas sobre el respeto que merecen los textos inéditos –“Siempre hemos defendido la literatura infantil y juvenil, y publicado libros sin atender a ningún tipo de censura, con independencia de las modas y circunstancias del momento”, argumentaron desde Santillana–, lo sucedido ha abierto un debate público sin parangón. Autores vascos con una dilatada trayectoria en literatura infantil y juvenil como Toti Martínez de Lezea o Jon Arretxe apelan a la soberanía de los lectores al ser preguntados por este asunto.

La escritora alavesa afirma que no es apropiado que se modifique el lenguaje de una obra escrita décadas o siglos atrás. “Un autor escribe a partir de su propio contexto social y del tiempo que le ha tocado vivir, y puede cambiar sus textos en vida. Editoriales y herederos no tienen por que hacerlo solo para seguir vendiendo. Si a un lector no le gusta un libro, una frase, una palabra, que no lo lea ni deje que hijos o alumnos lo hagan”, sostiene Martínez de Lezea con respecto a la controversia en relación a la obra de Roald Dahl, muy querido por el público infantil de todo el mundo tras haber sido traducido a 63 idiomas y haber vendido más de 300 millones de copias.

Con una visión similar, Jon Arretxe tilda de “ridículo” cambiar textos de autores que ya no viven. “Si hubiera posibilidad de hablar con él para proponerle que modernizara un poco su lenguaje para hacerlo más inclusivo... todavía”, asevera el escritor vizcaíno, que es partidario de que los libros antiguos se mantengan como están. “Y, ahora, que cada escritor decida qué escribir, luego ya verá el lector, o el que decide qué texto de literatura infantil se lee ya sea el profesor, el educador o la editorial a ver si le parece bien ese tipo de texto. Hay que dar total libertad para que cada uno escriba lo que le parezca”, opina Arretxe.

Muestra de que ese es el sentir de las editorial más allá del Reino Unido es que no se ha secundado el dictamen de Puffin Books. “Hay que tener en cuenta la época en la que vivimos. No es lo mismo escribir ahora textos, sobre todo de literatura infantil y juvenil en los que hay que tener más cuidado, que hace 20 o 40 años”, indica Jon Arretxe, quien suma más de tres décadas dedicándose a la literatura. “Estoy más sensibilizado con nuevos temas que van saliendo, pero nunca he sido de revisar textos antiguos. Probablemente encontraría algunas cosas y estaría dispuesto a cambiarlas, pero por decisión propia. Me sentaría fatal que una editorial me cambiara el lenguaje. Tiene que ser una decisión consensuada entre el editor y el autor”, subraya.

Tanto Toti Martínez de Lezea como Jon Arretxe acentúan el peligro que supondría seguir por la senda del revisionismo a raíz de la lupa con la que se ha analizado al autor de títulos tan célebres como El superzorro (1970), El gran gigante bonachón (1982) o Matilda (1988). “La literatura es un espejo de las épocas en las que vivieron, viven, sus autores. Puestos a ello, habría que revisar los cuentos de Andersen y de los Hermanos Grimm. Y si me apuras, también las obras de Shakespeare, Flaubert, Tolstoï, Bernanos, Dumas, Baroja, etc., de casi todos los grandes escritores de tiempos pasados, pues siempre encontraremos vocablos y conceptos políticamente incorrectos a fecha actual”, indica al respecto la escritora alavesa, en cuya obra siempre ha prestado mucho interés al medievo europeo. “Si empezáramos, con los criterios de 2023, a corregir textos de la Edad Media o de toda la historia... Hay que saber situar cada cosa en su contexto”, puntualiza Jon Arretxe, autor muy leído en los institutos vascos.

Respecto al excesivo proteccionismo con el que se trata a los menores de edad en la actualidad, Martínez de Lezea manifiesta que hay que ser conscientes de que la sociedad actual es más sensible a determinados temas que las anteriores. “La última palabra la tienen los lectores o quienes encauzan la lectura para niños y jóvenes, tanto padres, madres como enseñantes. Además, quién sabe si lo que ahora escribimos será correcto dentro de unos años...”, reflexiona. Por su parte, Jon Arretxe se muestra partidario de proteger y educar a los menores, pero siempre sin retocar los textos. “Continuamente se están escribiendo y haciendo obras nuevas. Hay que dejar que la lengua y los autores evolucionen. Muchas historias de Roald Dahl quizás ni sean para niños. A lo mejor hay que cambiar el punto de vista y decir: hoy en día no conviene que estos cuentos se lean a estas edades”, concluye.