Desde hace un año, la editorial Fulgencio Pimentel ha iniciado una nueva etapa de colaboración con los Premios Ignacio Aldecoa, de los que ahora va a publicar cada año un libro con el autor ganador del reconocimiento alavés dentro de su categoría en castellano. De ello tal vez también se hable esta tarde en una mesa redonda que, a partir de las 19.30 horas, reunirá a César Sánchez junto a Manuel Rivas, Alejandro Morellón y María Santorum.

Cualquier profesión dentro de la cultura requiere cierto espíritu kamikaze, pero la de editor suele incluso requerir ir más allá. ¿Por qué perseverar?

No creo que nadie comience en la edición sabiendo lo que le espera. Cuando alguien me ha preguntado, yo le he advertido de que este no es un camino de rosas. En mi caso, algunos años después de comenzar casi de manera casual, tuve que asumir que estaba condenado porque por carácter y temperamento me iba la marcha. Para mí, entregar un objeto lleno de sentido y hecho con mimo, en el que ofreces la mejor versión de lo que eres y del autor, es esencial. Ahora mismo, creo que la definición que más me gusta del oficio de editor es la que habla de colaborar a que los demás vean al artista con tus ojos. Hay muchos tipos de editor que yo respeto mucho. Los hay cuyo oficio casi tiene que ver más con la diplomacia. En nuestro caso, el trabajo tiene mucho que ver con lo artesanal y con la cercanía. Tenemos mucha intimidad con el libro. 

El problema es que en los últimos años, la proliferación de casos de fraude ligados a empresas de autoedición han terminado por afectar a la imagen de todo el sector, ¿no cree? 

Es que eso no es sector editorial. La Feria del Libro de Madrid, por ejemplo, ha admitido a estas empresas por la triste compensación de su cuota de asociados. Una de estas empresas de autoedición incumple el axioma básico y es que la labor principal de un editor es no editar, no permitir que lo que no merece estar en un libro por el bien de los lectores y por el de los autores pueda llegar a publicarse. Los editores nos pasamos la vida diciendo que no, con dolor, no creas. No conozco a nadie tan sádico como para gozar de esa parte de nuestro trabajo. Te tiras la vida diciendo que no. Pero es que es esencial ese no. Una empresa de autoedición coge a un señor que piensa que tiene una historia que merece ser contada, y le saca los cuartos sin ningún escrúpulo. Lo he visto tantas veces, tantísimas veces. Como le explicas a alguien que tener esa autoedición, que estar en Amazon, no significa absolutamente nada. Este asunto es un poco triste.

Frente a eso, Fulgencio Pimentel lleva ya 17 años construyendo el camino de una editorial pequeña pero potente. ¿Qué cree que define a esta firma?

Para empezar, como te decía antes, esa relación de intimidad con el libro y con todos los aspectos de la edición. Si quieres, podríamos hablar de un enfoque artístico más acusado de lo normal. También define a la editorial una mirada lúdica y juguetona. Y un enfoque muy autoral, quiero decir, que hay colecciones enteras que existen porque hay dos o tres autores a quienes consideramos que es nuestro deber editar.

En esa senda, aparece ahora la Diputación Foral de Álava y propone a la editorial publicar todos los años un libro de relatos con el ganador en castellano del Premio Ignacio Aldecoa. ¿Cómo se gestó la iniciativa? 

Hace más de un año, la Diputación se puso en contacto conmigo. Normalmente, nosotros no aceptamos jugar a esto, porque una editorial de nuestras dimensiones lo más importante que tiene es su catálogo y no puede dejarlo a merced de lo que decida alguien externo o un jurado, por muy respetable que sea. Pero el nombre de Ignacio Aldecoa pesó mucho en la decisión. Es un escritor muy importante para nosotros. Es verdad que siempre hemos vivido bastante de espaldas a las instituciones, pero cuando por fin nos llamaron y lo hicieron para algo así, nos sentimos bastante agradecidos. Eso y el nombre de Ignacio Aldecoa nos llevó a decir que sí casi desde la primera llamada. El único otro premio que mantenemos es el Puchi, que hacemos con La Casa Encendida de Madrid. Es algo distinto, es un reconocimiento en el que tomamos parte de manera más activa, es más atrevido y arriesgado. Pero en este caso desde el principio nos dimos cuenta que iba a ser muy fácil trabajar con la gente de la Diputación de Álava. Su equipo y nosotros estábamos por la labor de hacer algo especial, también para darle la vuelta a un premio que era una vieja gloria que merecía una nueva vida, un soplo de aire fresco.

Por cierto, ahora que hablamos de premios, también para las editoriales, ¿cómo hay que tomárselos? 

Está muy bien el reconocimiento. Es como cuando te dejas querer en una feria y te encuentras con un lector asombroso que conoce lo que haces y lo aprecia. Ahí es cuando uno dice: vaya, va a resultar que no trabajo para la nada (risas). Pero me gusta más cuando nuestros autores ganan, como Julie Doucet con el Gran Premio del Festival de Cómic de Angulema. 

En estos dos últimos años, toda la sociedad ha visto cómo su vida ha cambiado por la aparición de la pandemia. ¿Cómo cree que afectará a los fondos o a las formas de las creaciones literarias del futuro? 

Está dejando poso desde el primer momento. Nosotros hemos editado ya dos libros en los que la pandemia es el escenario principal y definitorio. Y creo que van a llegar muchos más. Al principio, pensaba que la gente se iba a dar cuenta de lo rápido que cambian las circunstancias y lo fácilmente que puede desaparecer todo eso que consideramos dado. Ojalá la gente frivolizara menos con cosas que ha costado mucho conseguir. Con eso me bastaría, con que todos tuviéramos un poco más de sentido común.