El Palacio de Festivales de Cantabria la vio actuar ayer por la tarde junto al resto de la Compañía Nacional de Danza. Hoy, la bailarina vitoriana Celia Dávila deja a quienes son sus compañeros y compañeras desde 2019 para volver a casa. Bueno, solo por unas horas y no precisamente para desconectar. El alumnado de los grados Elemental y Profesional del Conservatorio Municipal de Danza José Uruñuela, en el que ella también se formó, le espera para compartir una mañana de sábado en la que ofrecerá dos clases magistrales gracias a la iniciativa y la invitación realizada por el AMPA del centro.
Con la de trabajo que tiene, consigue un fin de semana de descanso en el que puede volver a Vitoria y, sin embargo, no para.
-(Risas) Bueno, es que los bailarines, en general, somos un poco así. Nos gusta estar ocupados. Volver a casa siempre está bien y enseñar un poco a quienes se están formando lo que has visto fuera es interesante.
¿Qué sensaciones, ideas o aprendizajes quiere que se lleven quienes hoy toman parte de sus clases magistrales?
-Ante todo, me gustaría que las niñas se vayan contentas a casa con lo que veamos en torno al ballet y eso les haga volver con más ganas el lunes al conservatorio. Cuando yo estaba allí y venía gente de fuera, eso me motivaba para seguir trabajando. Es como cuando iba a un teatro y veía un ballet, eso me servía de motivación. Bueno, de hecho, me sigue pasando. Así que esa es la idea, pasarlo bien, enseñar todo lo que pueda y que aprendan algo positivo que les ayude a seguir.
Cualquier profesión cultural supone un camino muy difícil y la danza no es una excepción, todo lo contrario. ¿Cuando realiza este tipo de encuentros, le preguntan mucho por esas dificultades?
-Cuando estás en los últimos cursos del conservatorio siempre es complicado porque entran las dudas y piensas: ¿y ahora qué?. Pero hay que seguir y hay que luchar. No te van a regalar nada. Es muy costoso conseguir algo y poder dedicarse a esto, pero todo llega.
¿Recuerda cuando empezó en Traspasos?
-Tenía cuatro años (risas). Cuando tenía siete, mi madre me habló del Conservatorio José Uruñuela y me preguntó si me apetecía entrar. Le dije que sí. Empecé en pre-danza con Sergio Viana y luego hice todo el camino, hasta los 18 años.
Si tuviese la oportunidad de encontrarse con aquella pequeña Celia, ¿qué le diría ahora, con la experiencia acumulada?
-(Risas) No lo sé. Todo es un aprendizaje. Creo que no le diría nada, simplemente que siga su camino y que confíe en sí misma. Cuando te quieres dedicar a estos mundos culturales, siempre hay muchas dudas. Ya no es que seas bueno o malo, que valgas o no, sino que, como todo es tan subjetivo, es si gustas o no. No es como en el deporte, que tienes que conseguir una marca, un resultado, un récord. En el ballet no. Puedes ser la mejor bailarina del mundo pero hay veces que en las compañías no gustas porque no les encajas en ese momento. Así que mi consejo también es que aunque en una audición, o en cinco, te digan que no, eso no significa que no valgas, es que no estás en el momento adecuado. Todo llega si tiene que hacerlo. Además, en este mundo siempre se ve la figura del bailarín, pero detrás de una compañía hay muchísima gente. Está toda la administración, sastrería, fisioterapia, fotografía, prensa, limpieza y más. Todo lo que se mueve detrás de esa imagen del bailarín casi supone más personas. Hay mucha gente involucrada en un espectáculo y de eso nos olvidamos. Muchas veces nos centramos en que hay que ser la primera bailarina del mejor ballet del universo y no nos damos cuenta de todo lo demás, de que nos podemos dedicar a este mundo de la danza de otras mil maneras. Es muy importante ser consciente de esto porque en tu camino te pueden pasar muchas cosas.
Te puede pasar incluso llegar a la Compañía Nacional de Danza en 2019 y que luego aparezca una pandemia.
-Sí, soy un claro ejemplo (risas).
Pero más allá de esta circunstancia, ¿cómo es llegar a un proyecto de tanta relevancia como éste? ¿Después de tantos años de trabajo, acceder a la compañía tuvo que ser especial?
-Muchísimo. Nunca he sido una niña tímida o con miedo. Cuando entré tenía 21 años y me encontré con personas a las que yo veía bailar cuando era pequeña, fue impresionante. Estaba allí y aquellas personas eran mis compañeros y compañeras de trabajo. Fue increíble. Me costó creerme que estaba en la Compañía Nacional de Danza. Incluso cuando estábamos en el confinamiento me sorprendía a mí misma por estar ahí.
¿Han podido recuperar ya una normalidad, una rutina de trabajo, casi plena, normal?
-Sí, sí. De hecho, cuando, como digo yo, abrieron las puertas empezamos a trabajar de manera presencial con varios grupos, en turnos de mañana y de tarde, para no coincidir y respetar los protocolos establecidos. Pero la verdad es que la actividad desde entonces, que era junio de 2020, no se ha parado en ningún momento. Hemos sido de las pocas compañías en el mundo que hemos seguido. Por ejemplo, en Inglaterra empezaron en septiembre de 2021. La dirección de la Compañía Nacional de Danza ha luchado mucho para que la cultura, a pesar de todo, siga adelante. Ha habido algún contratiempo, por supuesto. Una vez se tuvieron que cancelar algunas actuaciones en el Teatro de la Zarzuela por varios positivos. Pero bueno, hay cosas que no están en tu mano. Sí lo está intentarlo, ponerlo todo y trabajar. Y en ese camino seguimos, en mantener la actividad y pisar todos los escenarios posibles.
Estar ahí, en una entidad como esa, tiene que implicar mucha autoexigencia pero también tiene que traducirse en mucho disfrute, ¿no?
-Sí. El ballet es algo que no puedes dejar. Te llena tanto. Hay muchos momentos de disciplina, de esfuerzo, de trabajo diario, de cansancio, también de frustración, pero luego tiene esos instantes tan pequeños y tan bonitos que te borran todo lo anterior. No existen palabras para explicar lo que significa salir a un escenario y bailar para el público. Todo te llena. Ensayar todos los días, que vengan coreógrafos diferentes, trabajar cada jornada, hace que aprendas y progreses en tu profesión. Todos los días hay que escurrir la esponja y recoger todo lo que puedas porque siempre hay cosas nuevas y puedes seguir mejorando.
Es de suponer que la idea de la compañía para este 2022 es volver a dinámicas, también en cuanto a giras, de antes de la pandemia.
-Sí. Hace poco tuvimos una reunión en la que nos explicaron los planes tanto para este año como para el próximo y la verdad es que hay un montón de giras. Otra cosa es que se puedan llegar a hacer, pero bueno, la intención está. Por ejemplo, yo no voy, pero parte de la compañía realiza ahora una gira por Estados Unidos. Iban a ir también a Canadá, pero al final no ha sido posible porque el país está confinado. En Madrid vamos a estar también todo el mes de julio, en Zarzuela. Vamos a Donostia en mayo. Y la temporada que viene también hay muchas giras previstas. A todo eso, sumamos que la idea de Joaquín de Luz, del director, es bailar en diferentes sitios de Madrid. La compañía, como tal, no tiene un teatro, que es algo muy importante. Fuera de España, toda compañía tiene un teatro propio. En Alemania, en cada pueblo hay una compañía con un teatro. Aquí, como somos así, tenemos una compañía en la que los bailarines pueden tener una estabilidad y no tenemos teatro. Así que la idea de Joaquín es ir por diferentes teatros de Madrid para aumentar la visibilidad de la compañía y de la danza. Al final, cuando no hay actuaciones, cuando la gente no ve ballet, no sabe lo que es, lo que aporta, lo que significa. En España hay carencia de eso. Cuando te preguntan a qué te dedicas y respondes que bailarina, todo el mundo pone los brazos en jarra y da una vuelta. No, perdona, eso no es lo que hago. Pero te vas a otro país, dices lo mismo y la gente te mira con respeto. No es una tontería ser bailarina, no es dar una vuelta y mira qué bien me lo paso y qué guapa soy. No es eso. Todo lo contrario, de hecho.
Por cierto, antes que me mencionaba los meses de confinamiento, ¿fue duro lo de no poder venir a Vitoria a visitar a la familia?
-En un principio, como todo era incertidumbre, pensé en irme a Vitoria. Pero al final me quedé en Madrid porque no sabíamos muy bien cuánto tiempo iba a durar o qué iba a suceder. Y menos mal que lo hice así porque allí hubiera tenido poco espacio para hacer barra, seguir las clases y demás. Yo me lo tomé como un tiempo para estar conmigo misma. Cuando pudimos volver a la compañía, era todo del trabajo a casa y viceversa, pero bien. Sí se me hizo más duro el tiempo hasta que pudimos movernos fuera de Madrid e ir a Vitoria. Pero bueno, al final es algo que todos hemos vivido de una manera u otra.