Fue a principios del pasado diciembre sobre las tablas del centro cívico Aldabe. Ante el público, la obra de teatro El buclecobró vida poniendo el punto final al proyecto Gazte-Hiria/Ciudad Joven, una propuesta de la asociación Artehazia que busca que las personas jóvenes sean motor y agentes de cambio social. Fue, eso sí, un cierre parcial. Primero, porque la intención de sus responsables es seguir desarrollando la idea en el futuro más cercano. Segundo, porque dentro de unos días tendrá lugar el acto oficial de entrega del segundo Premio de Innovación Social de la Diputación Foral de Álava con el que la institución quiere reconocer el valor de la iniciativa, un galardón que se suma al Premio Elkarlan 2021 otorgado por el Gobierno Vasco.
Son puestas en valor del trabajo que han realizado durante buena parte de los últimos doce meses unos 80 jóvenes de muy diferentes entornos sociales, personas de entre 13 y 25 años que, divididas en ocho grupos, han compartido ideas y reflexiones en torno al respeto, la diversidad sexual, la salud mental, la soledad, los malos tratos en las familias, la violencia callejera, el bullying y los estereotipos generados por las redes sociales. Junto a IRSE Araba y con la ayuda de Fundación la Caixa, ellos y ellas han sido protagonistas y responsables de todo lo hecho. "Repetiríamos sin duda", dicen Yamina Chebicheb y Asier Agramonte.
Dos son las fases en las que ha discurrido la iniciativa. Tras ver durante los meses de confinamiento la implicación con la sociedad de muchos jóvenes, Artehazia ideó esta propuesta. El primer paso fue constituir los grupos, abarcando toda la ciudad. Sirviéndose de la metodología de la asociación y también de Conexiones Improbables, se procedió a que cada grupo definiera un ámbito de trabajo y lo abordara. "Desde que vinieron a contarnos qué querían hacer, a mí me pareció bastante interesante, también porque íbamos a poder relacionar nuestras ideas con otra gente", describe Chebicheb, que a sus 15 años ya ha tomado parte en algún proyecto juvenil anterior "pero nada tan grande como esto".
Tras el verano, y con la compañía del artista Alex Carrascosa, se entró en la segunda fase, en la que todos los grupos se juntaron y relacionaron para dar forma y fondo a El bucle. "Decidieron e hicieron todo ellos y ellas", desde el guión hasta el diseño de luces pasando por las coreografías y demás elementos necesarios para hacer realidad el montaje, como explica Miren Martín, coordinadora del proyecto. En la obra, a través del lenguaje escénico, se volcó todo el bagaje acumulado durante los meses previos, una labor que generó cuatro personajes repetidos en la pieza a la hora de hablar de cada una de las temáticas antes mencionadas: el agresor, la víctima, la sociedad y los testigos.
"No es una obra convencional. Tiene mucha personalidad. Es una obra que impacta y es bueno que eso pase", apunta Agramonte, que defiende la necesidad que tiene la sociedad de hacer autocrítica, algo a lo que alude El bucle. "Esto te mueve por dentro", añade Chebicheb, que recuerda que su madre fue a ver el montaje y "me dijo que este tipo de proyectos son los que hacen que te des cuenta de todo lo que puedes llegar a hacer, aunque pienses que es imposible".
El montaje fue grabado y está previsto que se difunda en breve. Será otra huella más de una experiencia vital y cultural que, cómo no, tampoco ha podido escapar del covid, de los confinamientos parciales, de la dificultad de encontrar sitios donde los grupos de jóvenes pudieran reunirse cumpliendo las normativas y estas circunstancias que vienen marcadas por la situación sanitaria. Pero ni eso ha podido con el ímpetu de quienes han hecho realidad un camino que, por cierto, en la representación de su resultado artístico final contó con un auditorio lleno. "Se vio muy bien lo que queríamos transmitir", dice Chebicheb. "Todo el mundo tuvo su importancia", añade Agramonte.