En plena recta final, el Bernaola Zikloa acoge este sábado 22 a las 19.30 horas en el Conservatorio Jesús Guridi a Niño de Elche, polifacético, inquieto e imprevisible creador que parece no conocer ni fronteras ni límites.

¿Qué se va a encontrar el público en una actuación a la que usted acude con las 'únicas' herramientas de la voz y la electrónica? ¿Son dos instrumentos entre los que encuentra fácil equilibrio o es necesario potenciar más uno para que no sea 'comido' por el otro?

-Para mí tanto la electrónica como las voces (no suelo hablar de voz en sí) son sobre todo ideas más que disciplinas o instrumentos. Para mí las voces son ideas que van más allá de lo que emerge de una boca y la electrónica sobre todo son diferentes formas de pensar, variadas lógicas dependiendo de la tendencia que se siga para, desde ahí, abordar el sonido en total y no solo sonidos que son electrificados o electrónicos. Desde ahí, el abanico de posibilidades estéticas y conceptuales se abre a una dimensión donde la etiqueta planteada tienen poca importancia y sí las formas de hacer. Por eso mi planteamiento en Bernaola, a priori, será uno bastante escueto en lo que a maquinaria se refiere aunque ya sabemos que la mayor máquina de la que podemos suministrarnos es el cuerpo y el espacio, su arquitectura.

En la experimentación y en la búsqueda para que haya algunos pocos aciertos suelen darse muchos errores. No deja de ser un riesgo constante. ¿Tiene un método o depende más del impulso de cada momento y proyecto? ¿Hay que saber ponerse límites a uno mismo para poder dar por finalizado algo y poder soltarlo? ¿Cuántas ideas terminan en la papelera?

-Hace tiempo que trabajo desde formas que no permiten el error o sea que la palabra riesgo es un término muy manido que nada tiene que ver con la música hecha desde lo lúdico o lo trascendental. Los límites nos acompañan siempre pero no sabemos cuáles son, ya que no nos solemos acercar a ellos. Acercarse o cruzar un límite no estético supondría algo mucho más traumático para el ser y por ahora muy pocas veces se logra si no es con la ayuda de drogas o rituales que empujan a estar fuera de sí o muy dentro de sí.

Hay públicos muy diversos y distintos, pero en general, a mucha gente le cuesta dejarse sorprender. Parece que hay que saber que algo nos va a gustar sí o sí antes de ir a un directo o asomarnos a un libro o ver una película. ¿Lo ve así? ¿Es igual prejuzgar demasiado? ¿Encuentra en el público esas ganas de jugar permanentes que parece que son inherentes a su forma de crear?

-El prejuicio es la representación del miedo a lo desconocido, a lo que perturba, a lo que realmente puede desestabilizar un posicionamiento estanco, a estar equivocado, a saberse vulnerable. Todo eso y más supone una persona con prejuicios, pero desde mi experiencia debo decir que la gente que viene a verme está dispuesta no sé si a sorprenderse pero, por lo menos, sí a disfrutar de las maneras más variadas posibles.

¿Hay un público Niño de Elche, como, no sé, una Kiss Army?

-Espero que no haya un público que siga una marca y sí una invitación a seguir superando prejuicios. El día que eso se produzca, creo que mi labor habrá tenido sentido.

¿Dónde están los siguientes retos para un creador que en realidad todavía es joven, que tiene mucha trayectoria por delante?

-Los retos son a diario ya que hay miles de ideas aún por hacer y cientos de caminos por experimentar. Incluso los que otros ya han surcado, yo también quiero vivirlos desde mi propia perspectiva. Tal vez todo esté hecho pero no todo está descubierto.

¿Cómo es posible tener en la cabeza tantos proyectos tan diferentes entre sí que muchas veces ocurren de manera paralela y no volverse, por así decirlo, esquizofrénico?

-Tal vez ese sea mi sino, la esquizofrenia, porque no soy creyente ni en la multidisciplinariedad ni mucho menos en el equilibrio entre las disciplinas.

Es consciente de que su figura ha traspasado muchas fronteras entre alguna que otra polémica con los puristas del flamenco, las colaboraciones con C. Tangana y demás. ¿Es parte del negocio? ¿Cansado de periodistas y críticos que nos creemos más de lo que somos? ¿Los únicos focos que importan son los del escenario?

-Las polémicas son bienvenidas siempre que se les sepa dar el espacio que tienen, que en este caso las que nombras son la barra de un bar ya que no van acompañadas ni de reflexiones ni de pensamiento crítico sino de pensamiento criticón. Los periodistas ya tienen una labor difícil como para que yo deba de ser más crítico de lo que ellos mismos son y saben serlo con su realidad laboral y egocéntrica. El que la lleva la entiende y son pocos los periodistas que me haya encontrado verdaderamente mezquinos y eso es de agradecer. El porcentaje de idiotas en la profesión de periodista cultural es muy bajo aunque al pequeño porcentaje le dan mucho espacio. Suele pasar, pero no solo en el periodismo.

Toca hablar un poco de la pandemia. ¿Cree que, con el paso del tiempo, lo que se está viviendo dejará algún tipo de poso en las formas o en los fondos de lo que crea? Más allá de eso, entre aforos recortados, mascarillas y demás, ¿estos son tiempos de encuentros con el público que empiezan más fríos, que exigen más de quien está sobre el escenario?

-A lo primero, dejará un poso, sobre todo de miedo. En cuanto a la situación actual, la vivo como un acto liberador y noto al público más entregado, más ilusionado, más agradecido. No he vivido públicos fríos en los dos últimos años y eso es de valorar. Habla de las ganas de vivir que seguimos teniendo a pesar de los pesares.