Dirección y guión: Paul Schrader. Intérpretes: Oscar Isaac, Tye Sheridan, Tiffany Haddish y Willem Dafoe. País: EE UU 2021. Duración: 112 minutos.
n 1975, Sydney Pollack, notabilísimo cineasta hoy poco recordado, estrenaba un extraño filme noir que divulgaba a los cuatro vientos la existencia de las prácticas delictivas de la delincuencia japonesa: Yakuza. Hoy, la lista de filmes que hacen de la Yakuza el centro de su interés es incontable. Entonces era una extravagancia. En el guión estaban los hermanos Schrader y de ellos, Paul, sería el que, tocado por una especial sensibilidad y una atormentada emoción siempre castigada por la culpa y el remordimiento, tejería una de las filmografías más relevantes de nuestro tiempo, como guionista principalmente y como director de vez en cuando.
Han contado con sus guiones gentes como Brian de Palma, Peter Weir y sobre todo, Martin Scorsese. Ahora con 75 años, sin necesidad de tener que demostrar nada a nadie, lleva una década en la que ha firmado cinco largometrajes cuando menos insólitos. En El contador de cartas, Paul Schrader labra donde ya había sembrado antes; en la mala conciencia, en el tiempo del duelo y la penitencia de alguien que arrastra un pasado del que se arrepiente. Así dicho, el relato podría dar lugar a cualquier cosa. Pero con Schrader eso da paso a un filme de precisión de orfebre obsesionado con la perfección, respetuoso con las reglas y capaz de fundir su deseo de hacer lo que quiere con la habilidad de no perder de vista al posible espectador de sus relatos.
Todo en El contador de cartas se sabe canónico. Hay clasicismo formal, nada que ver con los excesos de Tarantino. Aquí el maniqueísmo no se utiliza como coartada para justificar el derrame de sangre. Aquí quien la hace la paga tenga o no tenga razón. Schrader sabe que la sociedad humana y el mundo jamás han sido justos ni siquiera lo han intentado de verdad.
Con protocolos de un ritual enfermizo, con planes ocultos e intenciones evidentes, El contador de cartas transcurre con la fuerza de un río a punto de desbordarse. Se teme que en cualquier momento acabará arrasando la tierra fuera del cauce, pero resulta imprevisible el cuándo y el dónde. De manera que, a la vieja usanza pero mirando los fantasmas del malhacer de la política exterior de EEUU, Schrader se toma la justicia por su mano.