asaguas del Mediterráneo (Sony Music) de Joan Manuel Serrat siguen tan acogedoras como hace 50 años, cuando se publicó el que es ya, por derecho, canciones y apego emocional, uno de los mejores discos de la música popular estatal, incluso para generaciones más jóvenes. Coincidiendo con su aniversario y su reedición en vinilo, nos volvemos a sumergir en esas magníficas 10 canciones que el cantautor catalán gestó principalmente en el pueblo gerundense de Calella de Palafrugell, además de en Hondarribia, y que grabó en Milán, en 1971.
Entre discos propios, en catalán y castellano, y dos álbumes en homenaje a dos de los mejores poetas españoles, Machado y Miguel Hernández, Serrat, ya convertido en icono pop a pesar de sus bandazos con la censura y el régimen franquista, se sumergió en las aguas de Mediterráneo, en 1971, al darse cuenta, estando en México, que el mar, especialmente junto al que nació, formaba parte de su identidad personal, de su “alma de marinero”.
Y, así, viviendo y con la vista puesta entre “la playa y el cielo” del citado mar gestó un disco inolvidable entre agosto y noviembre de 1971, principalmente en el pueblo costero gerundense de Calella de Palafrugell, en un hotel que daba a la playa, aunque parte de ese trabajo creativo se gestó también en Mallorca y en Hondarribia. En Calella, pueblo del Baix Empordá que medio siglo después mantiene el encanto en su playa poblada de barcas pesqueras y sus comidas y cenas de pescado en el soportal de su puerto, Serrat alternó trabajo y farras con sus amigos y compañeros bon vivant de principios de los 70, en el escenario sentimental del escritor Josep Pla.
Ese milagro creativo gestado en el pueblo del Baix Empordá que nos ha dado recientemente otra voz que busca también la corona de la universalidad, la de Silvia Pérez Cruz, acabó marcando a toda una generación, atravesando el tiempo con la solvencia de las obras maestras, esas que crecen década a década. Sus canciones se grabaron en Milán, con arreglos de un equipo formado por el ilustre Juan Carlos Calderón, el genovés Gian Piero Reverberi y Antoni Ros Marbà, ejecutados por un plantel de músicos que no aparecen en sus créditos. El disco, que se grabó en apenas una semana, dejó fuera a su alter ego musical, el pianista Ricard Miralles, por vez primera en una colaboración que suma más de medio siglo.
Un Serrat veinteañero, guapo y amante del vino, la fiesta y las mujeres, logró fundir una música atrayente (a ratos cercana, otras épica y elegíaca) con la poesía costumbrista que se posa en las pequeñas (grandes cosas) que interesan al ser humano. Y ensamblar la calidad del joven compositor con la sapiencia emocional de una veteranía de la que carecía por edad y la proyección comercial suficiente para convertir el repertorio en coartada emocional de varias generaciones. “El disco ha ayudado a la gente a vivir”, según el escritor y poeta gaditano García Gil, autor de los libros Serrat y los poetas, y Mediterráneo, Serrat en la encrucijada, ambos disponibles en Libros Efe Eme.
Obra “cumbre y de culto” del Noi del Poble Sec, según Gil, Mediterráneo sigue vigente y tan vivo como sus mareas, porque en sus playas guardamos “amor, juegos y penas”. Allí seguimos, retozando entre la arena, gozando de su luz y olor inolvidables gracias a la cadencia rítmica brasileña de su canción titular, en la que el catalán sueña con un entierro “sin duelo” y “entre la playa y el cielo”, para dar paso a esa oda sinfónico-acústica a esas pequeñas (grandes) cosas que nos hacen llorar con el paso del tiempo.
Mediterráneo es también el disco de La mujer que yo quiero, arrebatadora en esos coros femeninos tan ye-yé y declaración de amor a esas féminas pioneras que renegaban del “agua bendita” y del rosario, y se entregaban al placer como “fruta jugosa”. Y el de la solemnidad de la desesperanzada Pueblo blanco, que suena muy actual en tiempos de España vaciada y que alude a aquellas poblaciones del franquismo olvidadas por todos, de viejos al sol y mujeres tras los visillos, que la juventud, ocupada su triste vida entre la era y la taberna, añoraba abandonar, ya que “nacer o morir es indiferente”.
Y el disco incluye el exotismo de los vientos de Tío Alberto, homenaje a uno de sus amigos de correrías de entonces, Alberto Puig Palau, catador de vinos en múltiples puertos y, en su vejez, premiado con la sensual piel de una veinteañera; la preciosa y orquestal Qué va a ser de ti, que habla de los temores de los progenitores ante la marcha “lejos de casa” de la pequeña, porque “quiero ser feliz”; el piano y la orquestación de esa “carta de amor” a Lucía; el ritmo juguetón de Vagabundear, declaración de principios y de libertad (“dejadme en paz, no me siento extranjero en ningún lugar”); el fin de los sueños infantiles de la sensible balada Barquito de papel y, como colofón, su adaptación de Vencidos, el poema en el que León Felipe utilizó la odisea del Quijote (“cargado de amargura y sin poder batallar”), para referirse a la España del franquismo, metáfora certera de la derrota de un país.
El impacto de Mediterráneo, que no conoció fronteras, especialmente en Latinoamérica, asentó la leyenda de aquel joven Serrat, inalterable a pesar del paso del tiempo, como demostró en su gira Mediterráneo da capo, en 2019, en la que interpretó el disco al completo. Ese año se publicó también Hijos del Mediterráneo, en el que grupos, cantantes y músicos actuales recrearon el álbum, gracias al impulso de Amaro Ferreiro. Hincaron la rodilla y ofrecieron su visión personal de esos 10 himnos, Jorge Drexler, Pérez Cruz, Josele Enemigos Santiago, Eva Amaral, Andrés Calamaro, Xoel López o la vasca Tulsa, entre otros.
‘Meditarráneo’ es ya, por derecho, canciones y apego emocional, uno de los mejores discos de la música popular estatal
El impacto de ‘Mediterráneo’ asentó la leyenda de un joven Serrat, inalterable a pesar del paso del tiempo.