- Quien trabaja la huerta sabe que la labor no conoce ni de calendarios ni de horarios. Tiene claro que son más los años en los que las cosas pueden venir mal dadas o algo torcidas que aquellos en los que todo parece cuadrar. Aún así, regresa cada día. Cree en lo que siembra porque tiene confianza en los frutos que van a llegar más tarde o más temprano. En plena crisis económica, la sala Baratza hizo su apuesta desde la plazuela Aldabe. No se trataba solo de crear un escenario donde programar, sino de compartir un proyecto a largo plazo que, desde las artes escénicas, generase un enriquecimiento cultural para la ciudad y el territorio. "Buscamos ser un centro de referencia para todas las personas que tengan inquietudes". Así lo decían en diciembre de 2013 Garazi y Unai López de Armentia en estas páginas. Ocho años después, esa idea está más que conseguida y superada. Otra cosa es que el hecho de haber conseguido esta y otras metas sea suficiente para mirar al futuro.

Hoy, con todo lo que está pasando desde marzo de 2020 por la pandemia y no solo por ella, sería un error intentar forzar un relato alejado de la realidad, buscando enfatizar mucho lo positivo -que lo hay, por supuesto- mientras se mete bajo la alfombra lo negativo para que parezca que ni siquiera está. Por eso ni Unai López de Armentia ni el resto de quienes dan vida a este proyecto se va por las ramas. Aquí no hay lugar para los eufemismos que, por ejemplo, tanto gustan a quienes se dedican a la política, también la cultural. Bajar la persiana ha estado sobre la mesa. "Pero cerrar, con todas las consecuencias que trae, no es fácil". No lo es porque supone dejar de lado objetivos culturales y sociales a los que no se está dispuesto a renunciar. No es una cuestión de aferrarse a nada, pero sí de tener claro para qué y cómo se quiere trabajar. Pero tampoco es sencillo concluir el camino porque "logística y económicamente conlleva una serie de cosas que tienes que afrontar".

El covid y lo que conlleva en todos los aspectos está siendo una losa muy pesada. "2020 fue un año muy duro. Era un sinvivir la incertidumbre que había sobre todo, por ejemplo, con respecto a las medidas que teníamos que aplicar" para llevar a cabo su actividad, que va más allá de la programación o de la realización de residencias artísticas. También se dan clases y talleres, sin perder de vista que para algunas de estas propuestas de carácter regular, la sala se alquila. "Teníamos a gente que organizaba o acudía a cursos que, por supuesto, tenía sus dudas y miedos. Desde aquí apostamos por el hecho de que las actividades siguieran, así que bajamos mucho los alquileres e hicimos acuerdos especiales con todo el mundo. Pero eso requirió, y requiere, tres veces más trabajo por tres veces menos dinero".

Como otros proyectos y apuestas del sector, la clave fue aguantar, otra cosa es a qué precio y sin perder de vista lo que cada persona estaba y está viviendo a nivel emocional tanto individual como socialmente. "Es verdad, y lo hemos dicho alguna vez antes, que para nosotras, las crisis son también oportunidad", así que en estos meses se han hecho planteamientos novedosos y diferentes con los que hacer cambios significativos que puedan ayudar a abrir nuevos caminos. Es el caso de Topa, una propuesta que cuenta con ayuda del Ayuntamiento de Vitoria, para generar redes en la capital alavesa entorno al espacio de Aldabe. "Tenemos claro que, más allá de cuando estuvimos confinados, no cerraron los espacios como éste porque no podían permitirse, como sí se ha hecho en otros países, ayudarnos desde un punto de vista económico. No nos podían cubrir. Y seguimos el año pasado y lo hacemos ahora porque los agentes no paramos de luchar. Otra cosa es que después de dos años así, cualquier agente cultural ve los números, y la carga de trabajo y de preocupación, y sabe que esto es absurdo".

En el caso de Baratza, además, se ha unido el hecho de que el pasado septiembre perdió el apoyo del Gobierno Vasco a través de la ayuda Sorgune-Fábricas de Creación a Estructuras. Bueno, en realidad ningún proyecto en Álava consiguió este apoyo. No sucedió así en el caso de Bizkaia, por ejemplo. "Habíamos presentado la mejor propuesta de estos ocho años. ¿Y ahora, qué?". Por de pronto, la sala ha celebrado este diciembre su cumpleaños de la mejor manera posible, junto al público y a los artistas.

Más allá de la situación general con respecto a la pandemia, la intención de cara a este 2022 pasa por mantener programaciones, talleres, alquileres y residencias. "Desde que nació Baratza, la suya es una carrera de fondo. Aquí hace falta mucho construir. No se trata de hacer un festival que ocurre una vez al año y ya está, requiriendo un apoyo puntual y punto. Lo nuestro es apoyar a un sector como el cultural que está muy debilitado, hacer fuerza, generar redes y apoyos a los creadores emergentes, y crear públicos. Y eso es algo a hacer a largo plazo, por lo que necesita también un apoyo a largo plazo".

Pero en estos tiempos, y sin perder de vista cómo organizan las instituciones públicas sus apoyos, esa apuesta hacia el futuro parece misión imposible. En la sala, por ejemplo, la idea, sobre todo tras las experiencias europeas vividas justo antes de la pandemia y una propuesta llevada a cabo con respecto al Casco Viejo, era poder estructurar y poner en marcha un proyecto de mediación con la mirada puesta en el entorno geográfico más cercano a Baratza, es decir, el barrio de Coronación. En 2022 se iba a dar un paso importante puesto que desde Londres iban a acudir a Vitoria diferentes personas especializadas en este campo, experiencias que sumar a lo que se estaba generando ya con los trabajadores de calle de Aldabe y con los responsables de CEAR-Euskadi, cuya sede es vecina del espacio. Pero la falta de financiación ha hecho que todo esté paralizado sine die.

Frente a eso, se han buscado otras sendas para obtener recursos, como la colaboración establecida con Fundación Vital. Aún así, se trata de apoyos a acciones muy concretas y puntuales. "En un momento dado, podemos tener dinero para programar pero no para comprar repuestos para las lámparas que se nos están fundiendo. Sí, claro, puedes trampear pero ¿en serio hay que estar así?", se pregunta Unai López de Armentia, al tiempo que reconoce que tampoco esta situación permite asegurar los puestos de trabajo que genera la sala. "Nacimos en crisis y siempre hemos demostrado cintura, pero cuando parecía que estábamos superando unos mínimos, apareció toda esta incertidumbre y estamos como volviendo al punto de partida".

Una inestabilidad que también se refiere a la respuesta del público. En verano del año pasado, Baratza fue de los primeros espacios cerrados que empezó a programar más allá de los aforos reducidos y las distancias, abriéndose incluso a tener conciertos. La taquilla funcionó muy bien, como lo ha hecho hace poco con la nueva edición de las Noches Scratxe. Pero aún así, como están notando otros escenarios culturales públicos y privados en estos últimos tiempos, la afluencia de público está bajando de manera importante. Los miedos están y son libres. Pero también "hay mucha gente que no necesita ni mirar a la cartera para saber que no hay mucho".

Por lo menos, la respuesta sí fue aplastante al estreno de Plató, producción estrenada en el pasado Festival Internacional de Teatro de Vitoria con el antiguo Depósito de Aguas como escenario, aunque detrás de la pieza se encuentran quienes habitan o han habitado Baratza. "Costó llevar a cabo todo pero fue una experiencia increíble. Los grupos que nos juntamos, la forma en la que trabajamos de manera colaborativa, nos dejo a todas flipando" al construir "algo interdisciplinar, porque el teatro es cada vez menos algo que se hace en un escenario y donde solo se habla. Es un lugar donde todo puede coexistir".

"Cualquier agente cultural, después de dos años, ve los números y las cargas de trabajo y de preocupación, y sabe que esto es absurdo"

"Lo nuestro es apoyar a un sector que está muy debilitado, hacer fuerza y crear públicos; la de Baratza es una carrera de fondo"