- Hay que tener un rostro de alabastro. Y una ética de gelatina Royal. Pablo Casado pone cara de estadista y con su solemnidad chichinabesca ofrece al presidente del Gobierno español los votos del PP en el Senado para promulgar el 155 en Catalunya. El titular provoca una sonrisa que se convierte en carcajada al leer en la letra menuda que el partidúsculo en descomposición llamado Ciudadanos se suma entusiásticamente a la exigencia del palentino de intervenir la Generalitat y poner un gobierno provisional que meta en cintura a los malvados disolventes. Entre la formación del de los másteres de pega y la de Arrimadas suman 9 tristes escaños de los 135 que componen el Parlament. Pero la razón de su exiguo ser sigue siendo el ruido, el embarramiento del campo y las sobreactuaciones patéticas como esta exigencia de volver a requisar para el jacobinismo español el poder que una y otra vez le niegan las urnas.
- Se preguntarán con razón los lectores menos avisados, o simplemente los que han dejado de prestar atención al culebrón del nordeste peninsular, a santo de qué viene esta vez la subida constitucionalista a la parra. Paso a explicarlo. La excusa es la decisión del Tribunal Supremo español (sí, el de Lesmes y Mairena) que tumba la llamada inmersión lingüística en el sistema educativo catalán. En realidad, es un poco más complicado, pues lo que ha hecho el Supremo es no admitir el recurso del Govern a la sentencia del Superior de Justicia de Catalunya (otros que tal bailan) que establecía la obligación de impartir en castellano el 25 por ciento de los contenidos escolares. Una vez más, la Justicia se erige no en contrapeso sino en contrapoder y ha resuelto de acuerdo a su ideología política que hay que derribar un sistema educativo que cuenta con el refrendo de sucesivos gobiernos elegidos democráticamente.
- Lo peor es que el asunto tiene muy mala solución. El acatamiento de la disposición trapacera implica cargarse los fundamentos de un sistema educativo que será mejor o peor, pero que es el que responde a la voluntad mayoritaria de la ciudadanía. Y esta vez no es una fórmula: ahí están los resultados electorales. En el otro lado, la intención anunciada por el Govern de desobedecer la sentencia da alas al hiperminoritario extremo-unionismo español que representan los mentados PP y Ciudadanos, con Vox fuera de concurso. Todo, con el PSC, o sea, el PSOE, poniéndose de perfil. Con una negociación presupuestaria a punto de caramelo, algo tendrá (o tendría) que decir. Veremos hasta dónde llega la riada.