eo con estupor que el Gobierno español y los dos grandes sindicatos del Estado celebran por todo lo alto el acuerdo para subir la cotización a la Seguridad Social. Debo de estar perdiéndome algo porque no se me ocurre ningún motivo para el festejo. Sé que me aparto de la doctrina oficial, pero este presunto éxito no deja de ser justo lo contrario: el reconocimiento de un fracaso. Si hay que venir ahora con esta derrama de urgencia es porque el sistema hace aguas. Se ha pulido lo ahorrado en los lejanos años felices y nos disponemos a rellenar una hucha insaciable como aquellas calderas de los primeros ferrocarriles. Lo peor es que hasta quienes ahora muestran tanta satisfacción saben que se ha sentado un peligroso precedente. Este pan de hoy será hambre de mañana y miseria de pasado mañana. Cada vez que la alcancía vuelva a vaciarse, se echará mano del mismo recurso: dar otra vuelta de tuerca a las cotizaciones.
Y sí, ya sé que en esta parte es donde viene el argumento definitivo de los diseñadores de castillos en el aire, a saber, que la mayor parte de la subida corre a cargo de las empresas. Sin entrar en mayores consideraciones ni subirme a la parra neoliberal, cabrá explicar que no todas las empresas tienen la misma capacidad para hacer frente a estos pellizcos. Y no hablo de negreros y precarizadores de empleo contumaces, sino de pequeños o medianos negocios que ya van al límite. Mucho cuidado, no sea que hagamos un pan con unas tortas. Por lo demás, se sigue dando la espalda a una realidad que está perfectamente diagnosticada: solo con cotizaciones el sistema de pensiones no se sostiene.