adaes eterno; todo, las cosas y también la personas, acabamos pasando. Pero hay obras en todos los ámbitos que se resisten al tránsito del tiempo. Es el caso de All things must pass (Capitol/UME), disco capital de George Harrison, seguramente el mejor trabajo de un beatle Repleto de grandes canciones de estilos diversos, un aliento espiritual y propulsado por el apoyo de Phil Spector y la aportación de colaboradores espléndidos, de Clapton a Peter Frampton, Billy Preston y miembros de The Beatles, Humble Pie, Traffic, Procol Harum y Badfinger, ahora se reedita, con motivo de su 50º aniversario, con sonido mejorado y decenas de tomas y canciones inéditas.
“Todo pasa, todo queda, pero lo nuestro es pasar”, escribió Antonio Machado en esos versos claves sobre la futilidad del tiempo. Lo de Harrison no es pasar aunque le diera la mano a la parca en 2001, hace ya casi dos décadas. Aquel adolescente barbilampiño que tenía problemas para entrar en los locales con The Beatles al inicio de su carrera, era ya historia tras confirmar ser el más inquieto y espiritual de los de Liverpool. Siempre a la sombra de Lennon-McCartney aunque firmara canciones inolvidables como While my guitar gentil weeps,Something o Here comes the sun, abrió la puerta del rock de los 60 a la música hindú, fue productor musical y cinematográfico (sin él no existiría La vida de Brian) e integró el supergrupo Traveling Wilburys con Petty, Orbison, Dylan y Jeff Lynne.
Suficiente ¿no? Las cosas pasan, los grandes artistas no. Y Harrison lo era. Lo confirmó especialmente con su tercer disco en solitario, All things must pass, que se editó a finales de 1970, escasos meses después de la separación de The Beatles. Uno de los mejores discos de la historia del rock, calificado por Rolling Stone como “el Guerra y Paz del rock’n’roll”, sus 23 canciones, repartidas en tres vinilos de la época, han desafiado el paso del tiempo y de los estilos musicales, y ahora se reeditan, en su 50º aniversario, en múltiples ediciones, algunas para coleccionistas repletas de tomas alternativas y canciones inéditas.
“Antes incluso de comenzar (a grabarlo), sabía que sería un buen álbum porque tenía tantas buenas canciones y tanta energía. Para mí, hacer mi propio disco después de todo fue glorioso. Fue el sueño total”, explicaba Harrison sobre el disco, cuyo repertorio, excelso y diverso, fue componiendo en los últimos años de The Beatles, con canciones que el resto de miembros del grupo, especialmente Lennon y McCartney, había desechado para incluir en su discografía postrera, especialmente en Abbey Road y Let it be. “Todavía me gustan sus canciones, y creo que pueden seguir sobreviviendo al estilo con el que fueron grabadas”, explicó Harrison.
El guitarrista se había alimentado de su amistad con Dylan y The Band para componer algunas de estas canciones, que fueron arregladas y producidas en el estudio 3 de los EMI Studios de Abbey Road, en Londres, con la ayuda de la producción técnica, siempre espectacular, de Phil Spector, el mago del sonido Tamla Motown. Ese catálogo de enormes canciones se reedita en múltiples formatos físicos y digitales, incluyendo ediciones en cinco vinilos o tres compactos, con el álbum principal más las tomas descartadas y jams. Todo con sonido mejorado por la labor incansable de su hijo Dhani. “Conseguir una nueva claridad sonora siempre fue el deseo de mi padre”, asegura. Y a ello se puso, “explorando montañas de cintas para restaurar y presentar este nueva y expandida remezcla”.
Eric Clapton, Peter Frampton, Billy Preston y miembros de grupos claves de los 60 como The Beatles, Humble Pie, Traffic, Procol Harum y Badfinger contribuyeron a mejorar las 23 canciones de All thing must pass, que incluye himnos como el mantra religioso My sweet Lord, el eléctrico Wah-Wah, la orquesta y delicada Isn’t a pity, la rockera pero pegadiza What is life o la preciosa o con armónica If not for you, donde se advierte la huella de Dylan. Pero incluye otras joyas más desapercibidas como la country Behind that locked; el baladón Beware of the darkness; el psicodélico tema titular; los cambios de intensidad de Let it down; el casi disco-funk Art of dying... Y la mayoría desconoce la jam session que lo cerraba, junto a Derek & The Dominos y con guiños eléctricos al blues, el rock de Chuck Berry, Cliff Richard y Pink Floyd.
Disco ambicioso de un músico con ínfulas de reivindicarse ante su papel secundario en The Beatles, dejó aparte múltiples canciones inéditas y tomas diferentes en el estudio, que ahora se recuperan en las ediciones para coleccionistas. Son versiones caseras pero nada embrionarias -a veces, despojadas de la vestimenta pirotécnica de Spector- de gran parte del repertorio completo. Harrison juega con el falsete en Behind that locked door, lidera a la banda en versiones más rugosas de What is life o Awaiting on you all, o entrega My sweet Lord sin su inmortal riff de guitarra.
Los completistas disfrutarán de los temas de aquellas sesiones que se quedaron fuera del álbum. Son canciones que “se hundieron de nuevo en la distancia”, según su autor. Destacamos Cosmic empire; el rockabilly Going down to the golders green; la balada acústica Dehra Dun; la también espiritual Om Hare om (Gopla Krishna); un Sour milk sea que cedió a Jackie Lomax en 1968; las desnudas y folk Everybody/Nobody, Window window y Beautiful girl. Esta última, inspirada por su primera esposa, Patty Boyd, la publicó años después, al igual que el blues Woman don’t you cry for me, que compuso con Clapton. Y el tesoro se completa con una versión blues de Down to the river (rocking chair jam), llevada al sonido New Orleans, y otra de Get back, de The Beatles, con efervescentes metales.