En este polémico, inteligente y lúcido ensayo, Daniel Bernabé recalca que la crisis sin precedentes que ha generado la pandemia no ha sido un accidente, sino un fallo esperable en un mecanismo que estaba ya sobrepasado. Porque nuestra sociedad estaba al límite; habíamos llegado al final de algo y la pandemia no ha sido el combustible, sino el acelerador de esta gran explosión que estamos viviendo. Bernabé realiza una implacable disección de por qué nuestra era estaba a punto de terminar y examina con detenimiento esta crisis que ha llegado para cambiarlo todo.

Sin embargo, lejos de quedarse en la denuncia y las lamentaciones, el autor alienta a ser dueños de nuestro destino y a que leamos en esta gran crisis una oportunidad para que la posnormalidad sea un escenario mejor que el que dejamos atrás, y sobre todo para que no volvamos a vivir una crisis de esta magnitud.

¿Esa pandemia era tan previsible desde el punto de vista científico, médico y social?

En el libro utilizo la metáfora del balón de baloncesto que ya llevaba tiempo bailando en el aro, salvo que esta vez ha caído dentro de la canasta. En las dos décadas que llevamos de siglo, la OMS había declarado cinco emergencias sanitarias de carácter internacional, la más grave la pandemia de gripe A de 2009 que mató a 300.000 personas. Parece, vistos los antecedentes, que calificar el coronavirus de acontecimiento improbable no es lo más exacto. Nuestras sociedades no se pensaban inmunes ante estas amenazas, pero lo que parece cierto es que los planes de contingencia no eran lo suficientemente fuertes para enfrentarlas.

¿Es previsible que ocurran otras crisis de este tipo?

Esta pregunta debería responderla un epidemiólogo. Con Ya estábamos al final de algo mi intención no es escribir un libro sobre el coronavirus, sino contar cómo esta pandemia ha afectado a una sociedad que ya sufría varias crisis precedentes: económica, ecológica, cultural y democrática. La pandemia ha revelado las contradicciones que vivíamos de una forma tan clara como dramática, pero a la vez, pasado un año, está sirviendo de coartada para fingir que todos los problemas se derivan de ella, algo que no es así. Ya vivíamos en un mundo donde la incertidumbre era un factor notable, y ahora se ha hecho del todo patente.

Nuestra sociedad, ¿arrasa la naturaleza, exprime al máximo los recursos? ¿Al límite de qué vivimos?

Creo que hemos llegado al límite del fanatismo neoliberal, de pensar que lo único que importa son los resultados de la Bolsa y las operaciones financieras. Es como si fuéramos en un transatlántico donde los que dirigen el barco están permanentemente en el casino de la nave. Lo grave es que el barco se dirige directo hacia un iceberg y ninguno de ellos lo advierte, porque están entusiasmados con el juego, con las grandes pérdidas y ganancias que les da la ruleta.

¿Cree que vivimos en la creencia de que el progreso económico debe ser ilimitado?

El progreso económico es necesario, pero para que se produzca tiene que ser equitativo para toda la sociedad; de lo contra- rio, de lo que hablamos no es de progreso, sino de codicia y rapiña. Y esto no es idealismo, sino por el contrario un pensamiento muy realista. No puedes pretender vivir en una sociedad con unos límites de seguridad y certeza razonables cuando fomentas un desarrollo desigual, a nivel mundial, dentro de los propios países, dado que es el resultado único de una economía que ha abandonado lo productivo por la especulación.

¿Vivir al límite es tal vez por la superpoblación humana, o porque el cambio climático supera nuestras previsiones y control?

Más bien por lo segundo. Claro que la densidad de población es un problema grave, pero lo es sobre todo asociado a la pobreza. Tokio y su área metropolitana tienen una de las densidades de población más altas del planeta, viven en ella más de 40 millones de personas, pero sus amenazas no son las mismas que las que enfrenta un habitante de Lagos, en Nigeria. El cambio climático es un acontecimiento difícilmente predecible, porque no tenemos una experiencia cercana desde la que establecer proyecciones. En el libro no analizo la crisis ecológica en su aspecto científico, pero sí en su aspecto social y sobre todo político, intentando poner el acento en las causas y los grandes culpables, no en un tipo que pide una bolsa de plástico en el supermercado.

El título de su ensayo es Ya estábamos al final de algo, ¿a qué se refiere ese algo?

A principios de los 80 la restauración neoliberal quebró los pactos de posguerra, sobre todo aquel que pretendía extender la democracia al ámbito económico. La Gran Recesión de 2008 marcó el inicio del fin de esa restauración, puesto que supuso una crisis de una gran magnitud simplemente por llevar al límite la lógica del mercado liberado de cualquier control. Estos diez últimos años han sido un intento de volver a un punto de imposible retorno, de centrar más los esfuerzos en dilapidar a los críticos que en ofrecer soluciones. Este libro pretende apostar por que la salida a esta crisis sea una salida a esa restauración neoliberal de los 80.

En los años 60 del siglo pasado vivimos una situación límite en el aspecto nuclear, pero se pudo superar. ¿Esto también se superará o ya resulta irreversible?

Si la crisis nuclear se superó fue precisa- mente por una cierta estabilidad entre los contendientes. La destrucción mutua asegurada era terrible, pero paradójicamente evitaba la guerra. El problema es que tras la caída de la URSS la balanza se des- compensó. Es como poco intrigante que el capitalismo, que se declaró vencedor, como el fin de la historia, haya sido incapaz de gestionar esa victoria desde 1991. Esta crisis se superará, la cuestión es en qué dirección: ¿en una más social o en una más autoritaria?

Quizás una de las características de la especie humana sea aprender de sus propios errores. ¿Aprenderemos de esto?

Para aprender de algo debemos tener buena información, pero además la capacidad de convertirla en conocimiento compartido. Y carecemos de ambas cuestiones. La información está cubierta de ruido, pero el mayor problema es que hemos olvidado cómo ser ciudadanos porque no se nos ha enseñado, y a propósito. Sucede que una sociedad compuesta por excelentes técnicos pero ciudadanos ausentes es más sencilla de moldear para los intereses del poder económico. ¿Es imposible dar la importancia que tiene a la economía que tiene sin caer en el economismo? ¿Podría entenderlo alguien que tala un bosque o esquilma un caladero solo para ganar dinero? La contradicción que plantea el libro, además de la ya centenaria entre el capital y el trabajo, es una dentro del propio capital, entre aquella economía productiva y aquella economía especulativa. También están las tensiones territoriales, entre ciudades engarzadas en eso que se llamó economía global y aquellas zonas que han quedado excluidas de la misma, aún estando a una distancia mínima de los centros. La cuestión es que el que emprende una actividad económica lo hace en un mercado acrático cuyo único objetivo, dicho sin ninguna lectura moral, es ganar dinero. El problema de fondo es que cada vez resulta más difícil, incluso para los que pueden emprender, sacar adelante su actividad en este contexto desregulado.

Hay quienes dicen que estas crisis sociales generales, como la actual pandemia, son en realidad una sindemia, es decir, la suma de dos o más epidemias o brotes de enfermedades concurrentes.

Entendiendo la sindemia no solo como la enfermedad, sino como la interacción social con la enfermedad, y me parece un término totalmente acertado. Ya estábamos al final de algo es un libro que pretende, sobre todo, dar una visión general del antes, el durante y el después de esta crisis, que va mucho más allá de lo sanitario. Deseo llegar a todos los lectores para que puedan tener en algo más de 150 páginas los hilos necesarios para entender de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Son muchos los historiadores y sociólogos que dicen que de estos grandes dramas sociales se sale, pero dejando pelos de libertad en la gatera. ¿Cree que después de esta seremos menos libres?

Como decía antes, existe la posibilidad clara de una involución hacia el autoritarismo de ultraderecha. La razón es que en tiempos de incertidumbre no tendemos a preguntar quién sujeta el paraguas o quién se queda fuera del mismo. El resultado podemos buscarlo en lo que sucedió en los años 30 del pasado siglo y cómo quedó Europa en 1945. La cuestión última no creo que sea simplemente salir o no menos libres, sino salir o no más iguales. La libertad sin igualdad es solo un privilegio que disfrutan unos pocos.

¿No ve ninguna posibilidad en la ciencia?

La ciencia ha dado una respuesta exitosa, en forma de vacuna y en tiempo mínimo, pero a la vez podemos ver cómo esa vacuna no sería aplicada de forma efectiva si no existieran sistemas públicos y capilarizados, no solo sanitarios, sino de seguridad y logísticos. La ciencia por sí misma no vale para resolver nuestros problemas si no tiene un enfoque social.