- Non dago Mikel? (¿Dónde está Mikel?) es una película tan demoledora como necesaria. Un ejercicio de memoria histórica y una reivindicación de reconocimiento de una realidad, la práctica de la tortura en la lucha antiterrorista en el Estado español, que es hora de que empiece a dar sus frutos.

En la recta final de la cuenta atrás para un estreno que se prevé exitoso -mañana en 13 salas de cine de Pamplona, San Sebastián, Vitoria, Bilbao, Madrid, Barcelona y Burgos-, Amaia Merino y Miguel Ángel Llamas Pitu presentaron ayer en Golem Yamaguchi su documental, en medio de la expectación y el interés mediático generados tras haber saltado a la luz pública, el pasado lunes, los audios en los que el guardia civil Pedro Gómez Nieto explica al excoronel del CESID Luis Alberto Perote que Mikel Zabalza murió torturado. Una prueba que los directores no han querido incluir en su película. No han querido entrar en la vía judicial porque “el cine está para otra cosa”. Y, para ellos, “la mejor forma de mover la verdad de lo que había pasado era contando lo que había pasado, generando en el público la empatía y contribuyendo a que se haga preguntas profundas sobre la tortura y su utilización”. Non dago Mikel? es la crónica viva de los 20 días dramáticos de noviembre de 1985 que mediaron entre la desaparición de Mikel Zabalza tras ser detenido por la Guardia Civil y el hallazgo de su cadáver en el río Bidasoa. El joven de Orbaizeta, chófer de autobús en Donostia, fue detenido junto a su novia, Idoia Aierbe, dos de sus hermanos y Ion Arretxe en una operación antiterrorista de la Guardia Civil y fue trasladado al cuartel de Intxaurrondo, en la capital guipuzcoana. Allí vivió “el infierno”, hasta su muerte. La verdad y la vergonzosa mentira que fue desde un principio la versión oficial se retratan por sí solas -como ya se retrataron en su día- con los hechos que relata el documental a través de un material “insólito”, grabaciones sacadas de los brutos de cámara de ETB de aquellos días en que el caso de Mikel despertó el clamor en las calles y empezó a construir una “justicia popular” que ha arropado a la familia Zabalza hasta hoy.