El cortometraje Solo son peces, de la productora bilbaína Al Borde Films y la Asociación de Amigos y Amigas de la República Árabe Saharaui Democrática de Álava será también protagonista el próximo 6 de marzo en la gala de entrega de los Goya. Junto a Biografía del cadáver de una mujer, Paraíso en llamas y Paraíso, este trabajo dirigido por Ana Serna y Paula Iglesias opta a hacerse con el premio a mejor corto documental. "Es una gran oportunidad para visibilizar el conflicto que se está viviendo allí", apunta Olatz Alonso, periodista, productora y coordinadora del proyecto alavés del que nace la cinta. Por de pronto, tanto ella como las realizadoras estarán en la gala en representación de todo el equipo de manera telemática.
No es la Asociación de Amigas y Amigos de la RASD de Álava una novata en el uso de las herramientas culturales para el desarrollo de su actividad. Ha realizado concursos musicales, ha producido otros proyectos audiovisuales, ha hecho exposiciones... ¿Por qué?
-Desde hace años, la asociación lleva trabajando en este sentido porque una de las líneas que se desarrolla desde aquí pasa por la educación para la transformación social y, en este sentido, la cultura y el arte, como decías, son unas herramientas muy potentes. Nos sirven para transmitir ideas y valores, pero también para generar nuevas dinámicas y plantear perspectivas diferentes. Se pueden generar proyectos muy interesantes, como pueden ser cortometrajes que relatan historias distintas, y exposiciones que te ayudan a tratar temas complejos de otras maneras. Son dos ejemplos dentro de un camino en el que es cierto que lo audiovisual nos está dando muy buenas noticias. Solo son peces es la tercera producción.
Es un proyecto que se idea aquí pero que se desarrolla allí. Con la situación política y social que se vive en los campamentos de población refugiada saharaui, ¿es muy complicado poder llevar a cabo este tipo de propuestas culturales?
-Ahí entra en juego la Escuela de Cine EFA Abidin Kaid Saleh, que es el pilar de este proyecto. Trabajan formando a cineastas saharauis pero también apuestan por transmitir una perspectiva propia. Eso es algo que nos gusta mucho. Al final, tú puedes ir a rodar, ir con tu equipo y conseguir que te ayude todo el mundo, pero sigues siendo alguien de fuera que vas a contar una historia desde fuera. Para nosotras es muy importante ese apoyo de la escuela de cine porque nos sirve para tener esa perspectiva local, propia, saharaui. Es algo que tuvimos muy en cuenta con este corto a la hora de plantear la historia, secuencias y demás. En todo momento le preguntábamos a la parte saharaui del equipo todo tipo de cosas. Además, no es fácil rodar allí. Y cuando llegamos, por ejemplo, nos dijeron que nos olvidásemos de nuestros ritmos y de nuestros planes de rodaje. Allí se va al día. Lo que no sale hoy, ya se hará mañana. Eso sin contar que tener a la gente de la escuela fue fundamental a la hora de hacer contactos y de estar en relación con la gente. No me refiero solo a que nos hicieran de traductores, sino que fueron nuestro puente en todos los sentidos, también en el cultural, para poder sacar adelante el corto.
Aunque la situación del pueblo saharaui, por desgracia, no cambia, parece que solo salta a los medios de comunicación cada cierto tiempo a golpe de la polémica internacional de turno. ¿Hasta qué punto la nominación a los Goya aporta un granito de arena para poner el foco en algo que se alarga y alarga sin que se vea solución a corto o medio plazo?
-Esa apuesta por el arte de la que hablábamos antes es una vía para que una cuestión como ésta pueda abordarse de otras maneras. Eso nos permite seguir contando la misma historia pero de formas distintas, apelando así también a gente a la que, por otros caminos, no solemos llegar. El tener un corto sobre el Sahara te da pie a organizar proyecciones, charlas posteriores y hacer más acciones en paralelo. Obtener un premio como el de Zinebi te da además relevancia y eco. Y claro, la nominación a los Goya es para nosotras un altavoz importantísimo.
¿Lo que más puede costar hoy es llegar a las nuevas generaciones?
-Es uno de los problemas. Es un conflicto olvidado y a las generaciones más jóvenes no les suena de casi nada. Les pueden sonar más otras situaciones como puede ser la de Palestina. Por eso este tipo de propuestas culturales son tan importantes. Claro que es arriesgado meterte a producir cortos o a hacer discos pero son acciones que tienen su recompensa. Son maneras de generar interés y llamar la atención.
Por cierto, ¿cómo vivió la nominación?
-Pues desde aquí, desde la sede de la asociación en Antonio de Sucre. Eso sí, se iba la conexión de internet y casi me lo pierdo (risas). No lo esperaba realmente y fue mucha alegría.
Con la parte saharaui del corto, ¿hubo alguna comunicación al instante o...?
-Sí, sí, enseguida escribimos al grupo del equipo que formamos en su momento. Sobre todo, fue ilusionante escribir a las protagonistas del corto, hacerles partícipes de hasta dónde ha llegado su historia. Estamos todos muy contentos. Vamos a ver si somos capaces de aprovechar este altavoz para que se siga hablando del tema porque, al final, detrás del corto hay mucho más.
El circuito de los cortos se encuentra de manera fundamental en los festivales y muchas personas todavía no habrán visto 'Solo son peces', una historia cuando menos curiosa sobre una piscifactoría en medio del desierto.
-Efectivamente trata de una piscifactoría en el desierto, aunque en realidad habla de esa capacidad de superación y resilencia que tiene el pueblo saharaui. Llevan 45 años fuera de su territorio. Les han robado el mar, porque no nos podemos olvidar que es un pueblo que no puede acceder a esos peces de los que nosotros sí nos aprovechamos. Nosotros aquí comemos del caladero saharaui, eso es algo que sería bueno que tuviéramos presente. Así que no les queda más remedio que llevarse los peces a la zona más árida del desierto a través de una piscifactoría. Cuando encontramos la historia vimos que se contaba sola. Además, está llena de paralelismos. Por ejemplo, los peces que se utilizan son originarios del Nilo y como aguantan muy bien las altas temperaturas, se suelen usar en este tipo de piscifactorías. Es muy potente la comparación entre ese pez que lo sacan a una zona de condiciones extremas y ese pueblo al que también han sacado de su lugar de origen a pesar de lo cual sigue resistiendo, siendo capaz de pescar en el desierto.
¿Cómo surgió la idea?
-Hicimos dos viajes. En el primero, fuimos las dos directoras y yo para buscar la historia. El corto tenía que estar relacionado con la gestión del agua, que es la temática que centra el marco de la propuesta, el concurso Saharaz Blai. A partir de ahí, nos contaron que había una piscifactoría y tuvimos claro que, como mínimo, había que ir a verla. Conocimos a las tres biólogas (Teslem, Dehba y Jadija) que aparecen. Dijeron que sí enseguida. Con ellas fue muy fácil y pillaron rápido el paralelismo que queríamos hacer.
¿Qué recuerdos tiene del rodaje o ya le pilla un poco lejos?
-Nos acordamos y mucho. Fue un rodaje curioso. Quienes formamos el equipo nos conocimos todos el mismo día que arrancó el rodaje. Y todo había que hacerlo en una semana, aunque al mediodía no se podía rodar porque calentaba mucho el sol y tampoco la luz era buena. Fue intenso pero bonito, toda una experiencia.
Premeditado o no, las protagonistas del corto a un lado y al otro de la pantalla son mujeres.
-Lo mío fue casualidad (risas). Me tocó encargarme del proyecto y ya está. Pero en el caso de las directoras sí que fue premeditado. Por parte de la asociación, la apuesta era que la realización estuviera en manos de mujeres con la idea de visibilizar, sobre todo en este tipo de puestos que se vinculan más a lo masculino, a las mujeres cineastas. Queríamos que ésta fuera una historia con perspectiva de mujeres y las directoras también estaban buscando una historia de mujeres, teniendo en cuenta el peso que tienen las mujeres en el pueblo saharaui. No es casualidad que los comités de agua estén formados por mujeres, por ejemplo.
Más allá de las nominaciones y los premios, este tipo de proyectos suponen una inversión económica que no deja de ser un coste y un esfuerzo para una asociación como ésta.
-En nuestro caso, el proyecto está enmarcado en una propuesta financiada por la Agencia Vasca de Cooperación al Desarrollo. Eso ayuda, claro. Pero más allá de esto o de las nominaciones y los premios, es evidente que para la asociación, este tipo de apuestas sí compensa. A la larga estás creando un producto cultural que cuenta una historia desde una perspectiva diferente y especial. Más allá de los Goya, el corto sirve a la asociación para seguir trabajando a través de él, para generar materiales nuevos como guías didácticas, para... Son nuevas maneras de hacer cosas y todo suma.
¿Planes 2021?
-En lo que se refiere al audiovisual, estamos dando vueltas para ver qué podemos hacer, pero es ahora, a principios de año, cuando empiezan a salir convocatorias y es el momento de pensar en qué hacer.
La nominación y el camino del corto se producen mientras el mundo sigue viviendo con el covid. ¿Cómo se están desarrollando allí las cosas con respecto a la pandemia?
-Lo tienen bastante controlado. En marzo se cerraron enseguida los campamentos y el movimiento ha estado muy controlado. Se ha hecho un trabajo importante de sensibilización en cuanto a medidas de higiene, mascarillas y estas cuestiones. Aunque hay casos, está todo bastante controlado para lo que podría haber sido en una zona muy delicada y en un contexto muy singular.
Antes de terminar, ¿se imagina ganando?
-Al principio no, pero tampoco me imaginaba lo de la nominación (risas). Ya que estamos aquí, ¿y por qué no? Ojalá.
"La cultura y el arte son unas herramientas muy potentes para la asociación. Nos sirven también para plantear perspectivas diferentes"
"Queríamos que ésta fuera una historia con perspectiva de mujeres y las directoras también estaban buscando una historia de mujeres"
"Uno de los problemas que hay es que el del Sahara es un conflicto olvidado y a las generaciones más jóvenes no les suena de casi nada"