Convertida en la película del momento; portada de los medios especializados en el cine concebido como lenguaje artístico, y no como telón de fondo de comedores de pienso, Mank, producto Netflix que solo algunos cines exhiben en una batalla que acabará en armisticio o en la desaparición de uno de los contendientes, salas versus plataformas; ofrece un amplio caudal de méritos para ser degustada, lo que también incluye no estar necesariamente de acuerdo con todo.
La semilla germinal de Mank, referencia al coguionista de Ciudadano Kane, Herman Jacob Mankiewicz, el hermano mayor del director de Eva al desnudo, nace del guion que en su momento escribió el padre de David Fincher. Al parecer, el director de Zodiac, deseaba desde hace muchos años poder llevar al cine el relato escrito por su progenitor.
Mank representa la culminación de un deseo y contiene una amarga reflexión sobre la autoría y sobre el mundo del Hollywood clásico, un contexto dibujado en blanco y negro para contener una descarga de cinismo y acidez.
El filme no busca tanto recrear el rodaje y los conflictos entre Welles y Herman Mankiewicz como colocar frente al espejo de 2020, lo que acontecía en el año en el que EEUU se decidía por fin a enfrentarse a Hitler, al mismo tiempo que comenzaba el fin del cine clásico.
Sobra decir que Fincher, uno de los directores vigentes en el siglo XXI más en forma, simultanea cine y televisión, series con ensayos y filma magistralmente. Sobran dedos en una mano para contar quiénes están ahora a su altura a la hora de planificar el movimiento de la cámara, el tempo, el gesto. De eso, de referencias, de conocimiento, Mank aparece sobrecargado. Sin una buena inmersión en el Hollywood de los años 40 resulta fácil entender que se pierda el hilo argumental, que la anécdota eclipse a lo sustancial y que el ejercicio de erudición deje sin alma el fondo del argumento. A Fincher le sucede algo análogo a lo que vivieron los Coen cuando filmaron ¡Ave, César!, otra semblanza caricaturizada de Hollywood. En Mank hay secuencias soberbias pero le corroe un molesto problema de tono: tropieza en la farsa por querer evitar adentrarse en lo trágico.