Vitoria - Ben Sidran, Seamus Blake, Julián Maeso, Tony Glausi, Jose Negroni, Leo Minax, Jorge Pardo, Dan Barrett, Pablo Martín Caminero, Cristina Mora, Michael Olivera, María Toro, Gonzalo del Val, Janine Johnson, Bill McHenry, Iñigo Ruiz de Gordejuela, De Diego Brothers... la lista es interminable. En poco menos de un lustro, el escenario del Dazz se ha convertido en un lugar de referencia para el jazz, un punto de encuentro con los sonidos del directo que cerró 2019 con el reconocimiento de los premios BBK Jazz, una puesta en valor a su programación dentro de una escena que, en distintos puntos del Estado, se está viendo reducida. No es el caso del espacio de la calle Cuchillería, donde Beñat Lasagabaster y su equipo han construido un proyecto que se ha convertido en referencia para intérpretes y espectadores.

¿Qué sintió cuando llegó el premio BBK Jazz por la programación que lleva?

-Fue algo caído del cielo. No esperaba nada en este sentido. Me siento eternamente agradecido con los responsables del galardón. De todas formas, es curioso porque después de recibirlo ha habido gente que nos ha dicho que era de cajón que esto sucediese con lo que estamos haciendo. Bueno, no sé, tampoco eso lo tengo que decir yo. Nosotros estamos encantados con el reconocimiento a estos años de trabajo.

Este 2020 se cumplen cinco años de esa labor en esta apuesta por la música en directo. ¿Qué idea tenía al principio, cuando todo esto se puso en marcha?

-La pretensión desde el inicio fue tener un bar que no solo fuese eso, que fuera capaz de ofrecer música de calidad. Desde el principio contamos con artistas de nivel como Jon Robles. Hubo buena respuesta en esos primeros pasos y eso nos ayudó a seguir. Igual si no hubiera venido nadie a los primeros conciertos, la cosa se hubiera parado. Pero hay algo que me parece muy importante en este sentido y es la constancia. Tienes que saber que no vas a ganar siempre, que te vas a encontrar con citas en las que la cuestión económica no va a cuadrar. Pero hay cosas que, por lo menos a mí, me valen más que el dinero. Cuando tienes una idea y ves que está dando frutos, no puedes parar. Y ves que, en un momento dado, ya no solo llamas a artistas para que vengan, sino que empiezan a ser los propios músicos, además de cierto nivel, los que te llaman. Ahí es cuando ves que hay un hueco para seguir adelante. Es cierto, eso sí, que al principio ni se me pasaba por la cabeza que pudiéramos llegar al nivel en el que estamos. Pero sí entendí que en Vitoria había un espacio que nadie ocupaba y que podíamos ser útiles e interesantes.

Que hay público es evidente porque el espacio se llena en cada ocasión.

-Por supuesto que lo hay. Es más, responde aunque traigamos propuestas que no son muy conocidas a nivel general. Por ejemplo, acaban de pasar 23 Collective, que son profesionales de gran calidad que actúan por todo el país y por Europa, pero que la gente por aquí no les conoce. De hecho, no habían actuado nunca en Vitoria. Pero el público sabe que lo que traemos es bueno y se fía de nosotros. Por eso el otro día estaba otra vez lleno para verles a ellos.

¿Cuál es el criterio que utiliza para hacer la programación?

-La filosofía, desde el principio, ha sido acercar el jazz a la calle, al público cercano. El jazz siempre ha estado relacionado, o es la imagen que se ha transmitido, con las esferas más elitistas y también con los grandes festivales. Nuestra idea era llevarlo a pie de calle, de la Cuchillería, del centro de Vitoria y, además, gratis. Cuando empezamos y vino Ariel Bringuez, que ya para ese momento era un músico bien conocido, me dijo: esta forma de pensar me encanta y no te detengas. Por supuesto está bien que haya festivales, no me entiendas mal. Y que haya eventos en los que estén presentes los músicos de jazz. Pero también es necesario que existan espacios donde la gente de a pie, personas que incluso nunca se hubieran imaginado a sí mismas en un concierto de jazz, tengan la posibilidad de acudir y conocer. Aquí hay muchos que vienen ahora que nunca han sido aficionados al jazz, pero que han visto aquí a músicos tocar a un metro de ellos y se han quedado enganchados. Y te preguntan cuándo va a ser el próximo concierto en cuanto termina el que han estado viendo. Igual pones un CD de jazz en casa y no te llega igual. Pero vivirlo aquí, tan cerca, tan en primera persona, traspasa cualquier cosa. Es flipante.

El jazz es, de hecho, club, aunque cada vez quedan menos incluso en ciudades grandes como Madrid y Barcelona.

-Es que Madrid tiene cuatro millones y pico de habitantes y los clubes que quedan los puedes contar con los dedos de una mano y te sobran. Por eso debemos valorar lo que tenemos en Vitoria. Es verdad que cada vez hay menos espacios de este tipo en España, escenarios con programaciones estables y de calidad.

¿Se ha planteado en algún momento cobrar entrada?

-En alguna ocasión sí. Pero quiero seguir, por así decirlo, por la línea más underground. Además, empezar a cobrar entrada significaría meternos en varios frentes, como con la SGAE, que no nos apetece. Las normativas están bien y hay que cumplirlas, por supuesto, pero a veces te ponen tantas obligaciones que los proyectos se funden. De todas formas, el año pasado habilitamos un buzón colaborativo. Si la gente piensa que le gusta lo que ofrecemos y quiere apoyar este camino, ahí está esa posibilidad. Y hay gente que así lo hace. Pero ni esto es ni quiere ser una sala. Es un espacio donde la gente entra y cuando el músico sale a tocar se crea un silencio que impresiona. Eso a los músicos también les llama la atención. Hay clubes, y eso te lo cuentan los propios intérpretes, en los que tampoco se cobra entrada y los músicos se encuentran con gente de espaldas, hablando, gritando para pedir una copa... y, claro, eso aquí no pasa. Eso les gusta mucho.

¿Cambia mucho la asistencia dependiendo el concierto?

-Hay muchos habituales, una parroquia que nunca falla. Pero también hay una parte que es variable. Por ejemplo, con Julián Maeso vino mucha gente del rock y del blues. Eso también nos apetece mucho, que haya variedad, desde padres jóvenes que vienen con niños hasta gente de una edad, que no falla nunca.

Entre los músicos, sobre todo entre los que repiten, siempre suelen destacar el trato con el que se les recibe. De hecho, lo comentan tanto en entrevistas como en sus redes sociales.

-En ese sentido, lo tengo claro: trato a la gente como me gustaría que me tratasen a mí. No se trata de quedar bien con nadie. Vienen a mi casa, a mi escenario, y ahí no puede haber secretos. En otros sitios no sé cómo será, yo lo que hago es, como te decía, acogerlos como me gustaría a mí ser recibido. No hay muchos secretos: actúan en un sitio que suena bien, ante un público muy agradecido, cobran y, además, les damos bien de cenar (risas). Y les gusta mucho también que la gente esté tan cerca, que haya una relación con la gente tan intensa. Charlan tranquilamente con el público, firman discos, están un rato agradable. Michael Olivera, que lo mismo está tocando en Taiwán que en Los Ángeles ante miles de personas, viene aquí y siempre me dice lo mismo: parece que soy Michael Jackson por cómo me ovaciona la gente.

Hay habituales como él pero también, sobre todo de la escena internacional, que acuden de manera puntual, que no tienen esa referencia.

-El camino de los músicos que trabajan y viven en Madrid nos lo abrió Miryam Latrece. Ella ha hecho mucho porque se nos conozca en la escena de allí. A raíz de eso hemos podido acceder a muchos músicos que han venido. En Barcelona nos pasó lo mismo con Jon Robles. A ambos les estamos muy, muy agradecidos. Con los extranjeros, abrir ese camino ha estado más en mi mano, en pensar en conseguir cosas imposibles que resulta que, al final, han sucedido. Con el paso de los años hemos conseguido abrir esas vías, estableciendo relaciones con gente como Ben Sidran o Jose Negroni, es decir, gente con Grammy que se mueve en determinados niveles. Hay cosas que pensaba que era imposibles que han sucedido. Y que van a suceder dentro de nada, aunque todavía no puedo dar más detalles. Eso quiere decir que algo estamos haciendo bien. Creo que una de las cosas que tienes que hacer para ello es tratar a las personas con naturalidad. Eso y confiar en que los contactos que vas haciendo hablen bien de ti y eso abra diferentes posibilidades. Y hay un componente de amistad con los músicos que es importante y que estamos consiguiendo establecer. Es complejo, pero bueno.

No todo son conciertos porque también se han hecho clases magistrales con algunos de los músicos invitados.

-Es intentar dar un plus a la gente de la música de aquí que está interesada en el jazz. De hecho, han asistido a esas clases gente de Álava pero también de Bizkaia, Gipuzkoa o Navarra. Siempre ha habido muy buena respuesta y es también algo muy interesante para el nombre del local poder ofrecer algo así.

De todas formas, organizar un día de concierto no deja de ser una pequeña locura para un bar.

-Sí, sí, es un trabajo que empiezas desde muy pronto. Pero es una labor que haces con gusto.

¿Qué le gustaría tener en el espacio?

-Hombre, ha habido algún concierto que no hemos terminado de concretar porque no tenemos un camerino. Pero qué le vamos a hacer. Bueno, pediría que no haga tanto calor aquí dentro en verano, aunque eso también es mucho de club (risas).

¿Le da tiempo a disfrutar de algún concierto?

-De todos. Por suerte tengo un equipo detrás que me permite no estar como al principio, pendiente de la barra.

¿Qué es lo más complejo?

-Lo peor es decir a cosas que no porque no me da la agenda, porque no tenemos más días posibles.

¿Qué cree que le aporta el Dazz a la ciudad?

-Creo que hemos puesto a la ciudad en el mapa de muchos artistas. Hay músicos que la conocen, por ejemplo, por el Festival de Jazz pero que nunca habían actuado en Vitoria y lo han hecho a través nuestro. En cuanto al público, creo que hay mucha gente que valora que puedas ver aquí gratis a un Ben Sidran que en Madrid te puede costar al día siguiente 28 euros. Te puedes ir a locales así a ciudades como Nueva York o Chicago y te quedas encantado. Pues algo similar tienes también en Vitoria. Y hay que valorarlo, igual que a los músicos locales, que tienes a gente espectacular como Adrián Fernández e Iñigo Ruiz de Gordejuela y parece que por el hecho de ser de Vitoria son algo peores que otros que llegan de fuera. No es así y en eso también trabajamos nosotros.

¿Qué será lo próximo?

-Pues lo siguiente va a estar fuera de nuestra programación habitual porque va a venir Mikel Urdangarin. Y luego vendrá un cuarteto comandado por Mareike Wiening, además de Iñaki Salvador.

¿Qué le gustaría ver entre estas paredes si pudiera pedir sin condicionantes de ningún tipo?

-A nivel personal, Silvia Pérez Cruz. Me encantaría tenerla aquí. Como te decía antes, en estos años he pensado que muchas cosas eran imposibles, pero han terminado sucediendo. Y ojalá pase con ella. Bueno, y por parte de mi novia, Jorge Drexler (risas). También me haría especial ilusión contar con Martirio. Pero bueno, la lista de peticiones podría ser interminable.