Vitoria - Sin la denominación ya de Jazz del Siglo XXI, el Principal cerró ayer una semana de conciertos que, más allá de la gala especial protagonizada por Benny Golson el lunes por la noche, ha hecho una vez más que las tardes en la calle San Prudencio hayan sido de lo más provechosas. Ni un pero se puede poner a lo vivido y, sobre todo, disfrutado.
Le tocó abrir a Marco Mezquida con una actuación que se fue a la hora y 50 minutos, aunque incluso eso supo a poco. Abrió con una hora ininterrumpida de improvisación libre en la que el pianista desplegó todos los argumentos que posee en su interior. Desde un conocimiento técnico envidiable, llevó al público por un viaje sin fisuras, por diferentes atmósferas en las que ser delicado, enérgico, juguetón, investigador y, sobre todo, cautivador. Después, llegaron diferentes bises, en los que aprovechó también para hablar con el público y dar buenas muestras de su simpatía y cercanía. Cerró con Nino Bravo, sin duda, algo inesperado pero muy interesante.
Le tomó el relevo el estreno en los escenarios estatales de Nubya Garcia, que pidió a gritos desde el Principal una vuelta a Vitoria más pronto que tarde. Eso sí, es de esperar que en mejores condiciones. La saxofonista y su cuarteto llegaron a la capital alavesa sin equipaje gracias al avión, incluyendo algunos instrumentos y varios de los elementos electrónicos (pedales, por ejemplo) que suele utilizar para sus conciertos. Eso obligó a cambiar el repertorio, dejando a un lado su faz más hip hopera y actual. Aún así, con varias de sus composiciones, exceptuando el Contemplation de McCoy Tyner, la joven intérprete estuvo más que a la altura, proponiendo una actuación en la que sus compañeros supieron brillar pero en la que ella dejó claro que es una mujer a seguir muy de cerca. Jazz, reggae, aires caribeños, toques más urbanos... nada pareció resistir a su manera de hacer las cosas, a pesar de que una aerolínea en particular (conocida por sus despistes con el equipaje) intentase boicotear la cita.
Sin tantos sobresaltos extra musicales, el jueves llegó la oportunidad de volver a contar en la capital alavesa con la pianista Marta Sánchez, que cada día está ampliando más su camino al otro lado del Atlántico. Acompañada por un quinteto en el que sobresalió el trabajo del saxofonista Roman Filiú y del batería Daniel Dor, la intérprete y compositora aprovechó la ocasión para presentar buena parte de los temas que formarán parte de su próximo trabajo, un disco todavía sin título definitivo pero que está previsto que vea la luz en noviembre. Siguiendo esta estela, a lo largo de una hora y media de recital (bis incluido), fue llevando al respetable por diferentes ambientes y propuestas, pero todas ellas marcadas por la misma forma de entender el jazz contemporáneo. Talento le sobra a una mujer que parece no tener techo en su crecimiento musical, que sigue buscando e investigando, como lo lleva haciendo, a pesar de su juventud, desde hace tantos años.
La penúltima cita, la del viernes, sirvió para llevar a cabo la habitual Konexioa, una puerta abierta al encuentro de músicos vascos con colegas por lo general norteamericanos, aunque en esta ocasión, el pianista Iñigo Ruiz de Gordejuela cambió el guión y se rodeó de varios compañeros con los que ha colaborado en los últimos años, intérpretes diferentes también en sus procedencias. A partir de ahí, el músico de Mendaro fue construyendo un concierto basado en composiciones propias, algunas de las cuales -como es habitual en su trabajo- están relacionadas de manera directa con la cultura vasca. En hora y media se llevó a cabo ese recorrido, interesante y acertado, aunque tal vez la voz de Song Yi Jeon estuvo demasiado presente. Por contra, cabe destacar el trabajo realizado por el guitarrista vitoriano Adrián Fernández y, sobre todo, por una Helen de la Rosa que estuvo soberbia de principio a fin.
El broche le correspondió a Ambrose Akinmusire en su regreso a la capital alavesa para desgranar parte de su último disco, Origami Harvest, acompañado por cuarteto de cuerda, piano, batería y MC. El trompetista, con la mejor entrada de la semana en el teatro, ofreció un envolvente y exigente concierto desplegando un lenguaje que respiraba aire fresco desde el primer segundo, mezclando el jazz con el hip hop y la música clásica. Una propuesta más que interesante la suya, una apuesta personal y arriesgada que, sin embargo, funcionó a la perfección, no sólo mostrando una calidad sonora innegable, sino también trasladando un mensaje de compromiso social y político con la situación de la población afroamericana en los Estados Unidos. Mejor cierre no podía haberse dado.