No es la única. Laura vuelve hoy a su Madrid natal junto a su pareja tras su octavo ARF casi consecutivo -una boda familiar muy cercana se cruzó en el camino hace un par de años- y en la bolsa camino a la estación del tren van dos abonos para 2020. “Al principio leía en el foro eso de Al Azkena se va y punto y no lo entendía, pero la verdad es que desde la primera vez que vinimos fue especial por todo. Joder, que he conocido aquí a gente que vive en mi ciudad y siempre que nos vemos nos decimos: ¿en junio en Vitoria, no?”.

Aún así, tanto con ella como con otros habituales que han llegado estos días desde fuera de Álava y que son ya un fijo en el certamen, ha habido conversaciones repetidas sobre precios tanto de los hoteles como de la bebida dentro del recinto, sobre si el cartel pecaba más de aquello que de lo otro, sobre cuándo se va a recuperar la tercera jornada, sobre la regeneración del público y de las bandas..., esas charlas imprescindibles cada año, “porque nosotros sí os llenamos la ciudad, no como los de la Final Four”, ríe el extremeño Juanjo, uno de esos veteranos que se sentía más a gusto en las primeras ediciones pero que no sabe decir que no a venir cada vez a pesar de lo que eso supone en kilómetros y euros.

Pero si ha habido una constante en esta decimoctava edición con él, con Laura y con otros azkeneros a la hora de charlar sobre el ARF en particular y la música en general, esa ha sido la situación de los festivales en el Estado, sobre todo tras la cancelación de todo un Doctor Music días antes de la celebración del evento rockero de la capital alavesa. Asumiendo que no se pueden comprar citas por presupuesto, dimensión de carteles, asistencias..., son varias las voces que coinciden en lo mismo: hay demasiada oferta.

“Esto es otra cosa, como puede pasar en el Resurrection, porque estás hablando de festivales muy especializados y, además, con un carácter muy atado al lugar donde se producen, con un perfil de gente muy fiel desde hace tiempo”, comparte el ovetense Xosé. “Que entre los grandes macroeventos haya leches, no me preocupa, siempre y cuando no haya dinero público de por medio. Eso sí que me parece peor, pero ellos sabrán lo que están haciendo y los servicios que ofrecen y cómo. No hay más que ver la que se montó en Madrid el año pasado. A mí no me pilla. Otra cosas son los pequeños. Hemos llegado a un punto en que cualquier sitio coge el nombre de la localidad o la hortaliza propia del lugar, le pone al lado la palabra Rock o Festival, y ya está. Ahí sí que estamos en un exceso”.

A la espera de que todo eso reviente por algún lado “porque pasará”, vaticina el asturiano, “el daño real de todo eso no se está haciendo a eventos como el Azkena, sino a todo el circuito de salas. Los grupos de aquí parece que ya no pueden salir de gira, tienen que hacerse el tour de festivales como cuando nosotros éramos pequeños se hacían los programas de fiestas de las ciudades”, apunta Alberto, logroñés que este año ha vuelto a Vitoria tras algunas ausencias “por las obligaciones propias de la paternidad”, ríe. Ya se verá qué pasa en el futuro más inmediato. De momento, la familia azkenera vuelve a dispersarse. Hay que regresar a casa. Eso sí, ya queda menos para el ARF 2020.