desde la aparición de la televisión por nuestros pagos, la programación de estas fechas exultantes/deprimentes, según el color del cristal con que cada uno mira esta cita anual, se convierte en fenómeno mediático que las cadenas generalistas/convencionales explotan hasta la saciedad, durante más de un mes, con programas clásicos, repetitivos y viejunos pero del gusto de la audiencia, que por una vez ven algo de tele en familia bien o mal avenida, que de todo hay en la viña del señor. En este calendario festivo, el más importante del año, todas las teles ofrecen el sorteo de la lotería del día 22, así como la retransmisión clásica del cambio de año, que acabado el monopolio de la tele pública estatal, se ha convertido en una pelea competitiva por hacerse con el santo y seña de la audiencia millonaria en el momento de oro de máxima concentración de telespectadores, y por ello todas teles presentan parejas maravillosas para acompañar el momento de oro. La televisión en las Navidades se llena de perfumes embriagadores, penetrantes aromas, bellos cuerpos, hermosos rostros, maravillosos coches, suculentos productos de alimentación, maravillosos viajes en la mayor feria del consumo que pudiera imaginarse y que los publicitarios explotan hasta la saciedad en un despliegue de medios, ideas y creaciones inolvidables, como los anuncios de Coca-Cola.
Todo este circo forma parte de la tradición del compartir, regalar, consumir, aparentar, hipotecarse para consumir, y todo ello bien envuelto por la luz maravillosa de spots, sonido mágico de bandas sonoras en los reclamos publicitarios, con atractivos modelos, ellas y ellos, que nunca alcanzaremos por mucho que los imitemos; tentación publicitaria en tiempos de tradiciones que están inundado los tiempos de tele en Navidad.