El escritor barcelonés Eduardo Mendoza se ha embarcado en la escritura de sus memorias, enfundadas en una trilogía de novelas, que ha comenzado con El rey recibe (Seix Barral), protagonizado por el periodista Rufo Batalla que, “sin ser el alter ego” del autor, vivió los mismos acontecimientos históricos.

El punto de partida es el encargo que recibe el joven plumilla de cubrir la boda de un príncipe en el exilio con una bella señorita de la alta sociedad y que por coincidencias y malentendidos traba amistad con el príncipe, quien le encomienda escribir la crónica de su peculiar historia, algo que llevará a Rufo a Nueva York. Aunque la novela tiene elementos autobiográficos, son, advierte Mendoza, “cronológicos, históricos, pero no lo son en el protagonista ni en las cosas que le pasan a él ni en las personas con las que trata”.

Remarca el autor que aunque “no se trata de unas memorias disfrazadas” de novela, “parten de la misma idea que podría haber dado lugar a unas memorias”. Sin embargo, “por razones de edad y de trayectoria literaria”, Mendoza pensó que “quizá tenía que escribir algo distinto de lo que venía haciendo, y que había llegado el momento de cambiar de registro”. Un motor llevó a Mendoza a escribir estas memorias en diferido: “Dejar constancia de lo que hemos vivido, porque si no lo contamos nosotros, nadie lo contará. Los historiadores cuentan lo que pasó, pero cómo lo vivieron las personas, solo lo harán los testigos presenciales”. Descartó escribir esas vivencias en formato de memorias, sobre todo porque eso le “aburre muchísimo” y fue así como surgió “la idea de escribir una novela con un personaje que hubiera vivido momentos importantes” de su vida personal.

Arranca El rey recibe con un protagonista en un momento avanzado de su vida, en los años 60, y aunque la intención inicial era que este primer volumen llegara hasta la muerte de Franco en 1975, finalmente llega hasta el asesinato de Carrero Blanco, en 1973. Mendoza, que ya está escribiendo la segunda entrega de la trilogía, que continuará con la peripecia vital de Rufo Batalla donde acaba la primera, no descarta ampliarla a un cuarto libro y anuncia que aparecerán a un ritmo superior a su habitual cadencia de publicación. El embrión de esta trilogía no es ni un dietario, ni un diario, sino puramente “la memoria” y la historia, aunque, reconoce, ha “falseado un poco las fechas” y acompasado los ritmos de la realidad a los de la ficción, que es “uno de los privilegios de la novela”.

Mendoza confiere a Rufo Batalla “una actitud de curiosidad, de interés, así como una postura moral de los años 60 y 70, cuando se tendía a creer que Marx y Freud daban la solución intelectual a todos los problemas, pero también tiene dudas”. Como el propio Mendoza hizo, confiesa, el personaje viaja en tren a Praga para reunirse con intelectuales, y ve que no era lo que se había imaginado.

Rufo Batalla es testigo de los fenómenos sociales de los años sesenta, como la igualdad racial, el feminismo o el movimiento gay, eran “movimientos sociales transversales, que reclamaban un respeto, un protagonismo y un derecho a unos grupos que ya no eran homogéneos”. La ingenuidad del joven protagonista hace que vea como una exageración de los medios el escándalo del Watergate y la posterior dimisión del presidente Richard Nixon, la misma mirada que tuvo el Mendoza que llegó en su juventud a Nueva York. Otra ironía de la historia es, reconoce el autor, que dos ciudades entonces muy feas como Barcelona y Nueva York se hayan convertido en iconos del turismo: “Lo que nos parece feo, se vuelve bonito, los montones de basura, las paredes pintadas se convierten atractivas. Barcelona se ha convertido en un referente mundial que no tiene ninguna ciudad del mundo”, una combinación de “atractivos culturales como Gaudí, de buena comida y de Messi”.