Vitoria - Son más de tres décadas las que Santi Ugalde lleva dedicadas a la interpretación, un camino recorrido sobre todo en el teatro, aunque ha sido su participación en conocidos programas y series de televisión la que le ha dado popularidad. Un vez más, regresa a Araia, a un certamen que a lo largo de estas 25 ediciones ha visitado en más de una ocasión.

Vuelven a un festival que conocen muy bien.

-Araia es un sitio especial por muchas razones, para empezar por el trato que recibes allí.

Me decía hace unos días el director del certamen que estaba usted empeñado hace unos años en convertir Araia en el punto de encuentro del teatro vasco de calle.

-Es que estás hablando de uno de los festivales más veteranos de Euskal Herria. Es un referente dentro de nuestra escena.

En este caso llegan con el espectáculo ‘Sefiní’.

-Para no dar muchas pistas, es una batalla de unos cómicos que han anunciado que lo dejan para iniciar una nueva vida. No es un recopilatorio pero sí es como un viaje a lo largo de treinta años de carrera. Todo ello, en tono de humor, por supuesto, aunque no quiero contar más cosas. Las sorpresas hay que guardarlas para la actuación.

La calle es un escenario muy particular. Después de tanto años trabajando en ella, ¿cómo la vive ahora?

-Hombre, estoy más calvo y más viejo. No es como al principio. Pero siempre he sido amante de la calle. Es un espacio único para poder hacer teatro. El poder contar una historia en primera persona, de tú a tú con el espectador es muy interesante. En el teatro en sala ya hay como una especie de convención social de ir, sentarse... bueno, todo lo que supone. En la calle estás en la plaza, en un espacio que lo es los 365 días al año, un lugar por donde la gente pasea, camina, habla. La plaza es del pueblo. La sala de teatro no. Y en ese espacio que es suyo, tú interfieres en un momento dado, durante un rato y cuentas tu historia. Para mí es un teatro, si quieres, en estado puro. No tengo nada en contra del teatro en sala, no me entiendas mal. Pero la manera de hacer, muy cercana a los juglares de antaño, es algo que me atrae.

La pequeña pantalla conlleva siempre una gran popularidad. Usted lo sabe bien con programas y series como ‘Allí abajo’ y ‘Vaya semanita’. ¿Cuesta que luego el público que acude a ver un espectáculo de teatro, se olvide de esos personajes y se centre en lo que está usted ofreciendo en ese momento?

-Sí, eso pasa bastante. Contra eso, lo único que puedes hacer es plantear al público una historia y unos personajes atractivos que le saquen de esa parte un tanto hipnótica que tiene la televisión. Sí creo que en algún momento de mi trabajo en el teatro de calle, esa popularidad de la pequeña pantalla me ha perjudicado de cierta manera. Al final, te piden autógrafos, selfies... y tienes que decirle a la gente: luego, luego, que ahora tengo que actuar. Pero bueno, te acostumbras. Es el precio de estas cosas, aunque al principio no piensas que esto puede llegar a ocurrir.

Por cierto, esto de trabajar en verano mientras el resto está de vacaciones...

-Es que yo lo llevo haciendo hace casi 37 años, desde que empecé en Bekereke, allí en tierras de Álava. Nuestro circuito, el del teatro de calle, siempre ha sido así. Empiezas la temporada más o menos a mitad de mayo y estás hasta septiembre. Sí notas, pero creo que son cosas de la edad, lo de tener que hacer desplazamientos largos, las olas de calor, actuar a la una y media de la tarde con el sol pegando fuerte. Esas cosas sí que se notan. De todas formas, si la función sale bien, todo ese cansancio casi desaparece.

Mencionaba antes sus inicios y da la impresión de que no hace tanto era posible hacer comedia de cosas de las que hoy parece casi imposible.

-En Trapu Zaharra seguimos igual que al principio, intentando contar historias que puedan interesar al público. Y nunca nos hemos puesto ninguna barrera a la hora de tocar temas de actualidad, tampoco político. Sí es cierto que igual hace treinta y pico años nosotros éramos un poco más ingenuos y vivíamos las cosas de otra manera. Cuando estábamos en Virgala éramos casi como una comuna que se juntaba en un aserradero para poder ensayar. A partir de ahí, siendo principiantes, planteábamos cosas más nuevas, frescas, sencillas. Lo que nunca puedes hacer es censurarte. La censura es lo que no nos puede pasar, más allá de que seas consciente de lo pueda pasar en un momento dado. A lo largo de la historia, los cómicos siempre hemos encontrado la estrategia o la picardía para contar nuestras cosas, sabiendo además que la gente es muy inteligente y entiende las segundas lecturas.