en las actuales facultades de Comunicación se explica al alumnado que el silencio no es un recurso utilizable para el desarrollo de la narrativa comunicativa, sea radio, tele o prensa, y que en consecuencia, los profesionales deben de huir del empleo de tal elemento, que hay que evitar, despreciar y no utilizar. Esta teorización del silencio como elemento pernicioso para la correcta comunicación entre emisores y receptores, no deja de ser reduccionista, exagerada e hiperbólica. El silencio en primer lugar, puede ser intencionado, buscado y hallado o puede ser efectivamente un ruido descontrolado, que corta la relación entre profesionales y audiencia y por ello hay que encajar y evaluar este silencioso protagonista en el contexto de cada pieza informativa. El pasado domingo, Jordi Évole en su programa Salvados volvió a darnos ejemplo señero de lo que es utilizar los silencios para hacerlos expresivos, señeros y creativos, situación que ya sucedió en la magnífica conversación con Felipe González, dando un repaso a la actualidad política.

En el caso del condenado por el asesinato del dirigente abertzale Santi Brouard, los silencios volvieron a asomar en el programa con acierto, dosis y eficacia para resaltar los perfiles del nefasto personaje, protagonista involuntario de la historia reciente. Los periodistas deben evaluar en cada caso la idoneidad de hacer del silencio, subrayado mediático de interés e importancia.

En muchas ocasiones hay silencios creativos que son más sonoros que las habituales y desgraciadamente agotadas y cansadas palabras, porque hay silencios que hablan y comunican con fuerza el testimonio informativo. Así pues, hay silencios? y silencios, y cada formato, historia o relato debe explorar la posibilidad de hacer del silencio palanca de apoyo para una narración enriquecida y moderna, enriquecida por la ausencia de humana voz.