A Pablo Escobar le llevó décadas inspirar una serie en Netflix. El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, lo ha logrado tras apenas dos años en el poder gracias a su implacable “guerra contra las drogas” que ha dejado más de 7.000 muertos.

Pobreza, narcotráfico, asesinatos y corrupción policial son los ingredientes de Amo, una producción filipina que sigue la estela de Narcos y El Chapo al retratar a pie de calle la sangrienta campaña del castigador, como se conoce a Duterte por su mano dura contra el crimen. “Como cineasta y como filipino, me siento obligado a contar esta historia”, explicó a Efe el director Brillante Mendoza, artífice de la nueva serie cuya primera temporada de 13 capítulos vio la luz la semana pasada en gran parte del mundo, incluida Latinoamérica, y llegará a España en verano.

shabú Los ocho primeros episodios se adentran en los bajos fondos de Manila para relatar la historia de Joseph Molina (Vince Rillon), un adolescente de 16 años que abandona los estudios atraído por el dinero fácil del trapicheo de éxtasis y shabú, una metanfetamina de bajo coste omnipresente en los ambientes marginales del país. El resto de la temporada aborda, con nombres y nacionalidades ficticios, el caso real de Jee Ick-joo, un empresario surcoreano secuestrado a finales de 2016 por una brigada de agentes corruptos filipinos que extorsionaron a su esposa y finalmente le asesinaron en el cuartel general de la Policía Nacional en Manila. Según Mendoza, cuyo filme Kinatay le valió el premio al mejor director de Cannes en 2009, la serie pertenece a “un género similar” al de Narcos o El Chapo, ya que “Filipinas y América Latina tienen un problema parecido con las drogas ilegales”. Además de que en la serie filipina todos los personajes son de ficción, la diferencia con sus hermanas mayores basadas en México y Colombia es que Amo ignora por completo los tejemanejes en altos despachos políticos y sólo muestra contadas apariciones televisivas del presidente.

Así, se echan en falta las famosas amenazas de Duterte a toxicómanos y traficantes: “Hitler masacró a tres millones de judíos. Aquí hay tres millones de drogadictos y me gustaría matarlos”, “os lanzaré al mar en la bahía de Manila para que engordéis a los peces” y “olvidad los Derechos Humanos. Largaos u os mataré”. En su lugar, Amo se centra en las tramas a pie de calle donde no faltan las conocidas como “ejecuciones extrajudiciales”, homicidios de sospechosos inscritos en las listas de supuestos drogadictos y traficantes elaboradas en el marco de la campaña. Iniciada por el presidente filipino a su llegada al poder en junio de 2016, la guerra contra las drogas ha incluido más de 4.000 de estas “ejecuciones extrajudiciales” a manos de la Policía, según los últimos datos oficiales, y al menos otras 3.000 de particulares amparadas por el clima de impunidad. En la otra cara de la moneda, los robos, atracos y violaciones se han reducido a la mitad desde la puesta en marcha de esta sangrienta campaña que apoyan el 90% de los filipinos y que el propio director de Amo calificó como “necesaria” en una entrevista anterior. “Busco contar la historia de una manera fiel a lo que he visto en la sociedad. Una historia que sea tangiblemente real, como si presenciaras un evento de primera mano”, aclaró en su encuentro con Efe el cineasta más reconocido del país para defender su neutralidad.

HRW Esta, sin embargo, ha sido cuestionada por varias organizaciones que acusan al director de tratar de legitimar los abusos contra los derechos humanos cometidos en la campaña antidroga. Incluso antes de su estreno la semana pasada, Human Rights Watch (HRW) calificó la serie como un intento de lavar la imagen del Gobierno de Duterte, y un grupo de artistas, abogados y activistas promovió una recogida de firmas para pedir su retirada de Netflix. Mendoza se defiende al asegurar que no busca “imponer un punto de vista político concreto sobre la audiencia”, aunque reconoce que “es inevitable que se politice la serie, ya que la guerra contra las drogas es un tema de intenso debate en Filipinas”. “Espero que la gente la vea y decida por sí misma. Sin importar el punto de vista que adopte cada uno, siempre quedará espacio para el debate”, sentenció el director de Amo.