bilbao - ¿Cómo recuerda su infancia y qué anécdotas guarda de aquel Bilbao?
-Los de un Bilbao en el que los niños jugábamos en la calle. Yo lo hacía en la Plaza Nueva. Fui un niño del Casco Viejo, era de la Parroquia de San Juan y participaba en su club juvenil. Allí empecé a hacer teatro. Veía los pasos de Semana Santa en el pórtico de Santiago, y San Juan pasaba por mi calle y me señalaba con el dedo. Fui al catecismo en Ronda, al cine en el Patronato de Iturribide, a gastar donde Josefina? También recuerdo el olor del tren en la estación de Ascao, jugar al marro, a dón dolar? Sin duda, la patria es la infancia.
Fue monaguillo e incluso torero de perros pero, ¿cuándo supo que quería ser actor y cuál fue la reacción de su familia?
-Fui monaguillo en San Juan con Don Eleuterio, y esas fueron mis primeras actuaciones en público, mis primeros pinitos de actor, y los reivindico. Recitar el Suscipiat delante de todos los feligreses tiene tela. Y en la Plaza Nueva, ¡mi Plaza Nueva!, toreaba perros, ¡claro, no había toros! Con el jersey toreaba el perro del ciego, el de Víctor Montes (padre), el de Amanda -una vecina- y el de Castora la caramelera. Reivindico la infancia como motor de mi vocación. Mi familia nunca creyó que eso de ser actor era serio, mi madre cuando llevaba años metido en el teatro me preguntaba “¿Qué tal en la oficina?”.
Su padre tocaba el piano, ¿nunca le llamó la atención la música?
-Había una pianola y disfrutaba interpretando La Rapsodia Húngara dando a los pedales, pero odiaba el solfeo y, sobre todo, no quería perder el tiempo aprendiéndolo, prefería irme a la calle. Fue el gran error del que me arrepiento. Me hubiera encantado aprender a tocar el piano y ser un poco músico.
Dice que fue autodidacta por necesidad, ¿qué modelos tomó?
-No había más remedio que ser autodidacta. Veía mucho teatro, eso sí, todo lo que venía de Madrid. Veía a Rodero, a Bódalo y me encantaba la Zarzuela, ¡con tanta gente en escena y todos tan alegres! - A. Garmendia